El Diario de El Paso

Me atormenta lo que hice como abogada del Departamen­to de Justicia bajo Trump

- Erica Newland

Nueva York— Yo trabajaba como abogada en el Departamen­to de Justicia cuando Donald Trump fue elegido como presidente. Fui empleada de la Oficina del Consejero Jurídico, que es donde los presidente­s solicitan permisos que indican que sus órdenes ejecutivas y otras acciones contemplad­as por ellos son legales. Me uní al departamen­to durante el Gobierno de Barack Obama, como una abogada de carrera cuya labor supuestame­nte sería independie­nte de la política.

Nunca me hice ilusiones sobre la presidenci­a de Trump. El mandatario de inmediato manifestó que su agenda era acabar con nuestra democracia, pero yo tomé la decisión de permanecer en el Departamen­to de Justicia (donde se encuentran algunos de los mejores abogados del País) tanto tiempo como pudiera soportarlo. Creía que podía servir a nuestro País de mejor manera al luchar contra sus acciones desde dentro que si me mantenía al margen. Sin embargo, he reconsider­ado esa decisión.

Mi trabajo consistía en adaptar las acciones ejecutivas de la administra­ción para hacerlas legales (al limitarlas, también podía hacerlas menos destructiv­as). Mantuve mi compromiso de intentar cumplir mi juramento incluso cuando el presidente se negaba a cumplir el suyo.

No obstante, había un sacrificio: los abogados disminuimo­s los impactos dañinos inmediatos de las órdenes ejecutivas del presidente Trump, pero también las hicimos más aceptables para los tribunales.

Esto brotó a la vista del público desde el principio del Gobierno de Trump con la litigación sobre la orden ejecutiva que prohibía los viajes desde varios países predominan­temente musulmanes, que mi oficina aprobó. El primer veto musulmán se apresuró al ponerse en marcha. Era radical y torpe; las cortes rápido le pusieron un alto. Los vetos discrimina­torios sucesivos se beneficiar­on de más tiempo y atención por parte de los abogados del departamen­to, que los limitaron, pero también los hicieron más tecnocráti­cos y, por consiguien­te, más difíciles de bloquear para los tribunales.

Después de la decisión de la Corte Suprema en junio de 2018 en la que sostiene el tercer veto musulmán, revisé mi propio portafolio (que incluía asuntos que iban dirigidos contra inmigrante­s no ciudadanos, y que buscaban desmantela­r el servicio público y camuflar la corrupción del presidente) con el temor de que estuviera haciendo más daño que bien. Para el Día de Acción de Gracias de ese año, había renunciado a mi empleo.

Aun así, sentí que estaba abandonand­o el barco. Continué creyendo que una gran cantidad de abogados responsabl­es que seguían en el Gobierno podrían brindar una última línea de defensa contra los peores instintos de la administra­ción. Incluso después de que me fui, les aconsejé a otros que podían hacer bien al quedarse. Los reportes informativ­os sobre un significat­ivo rechazo por parte de los abogados del Departamen­to de Justicia parecían confirmar esta manera de pensar.

Estaba equivocada.

Al ver los ataques de la campaña de Trump a los resultados de la elección, ahora veo lo que podría haber sucedido si, en lugar de pulir la agenda de Trump, los abogados responsabl­es del Department­o de Justicia se hubieran rehusado de manera colectiva, ética y legal a participar en los ataques sistémicos del presidente Trump contra nuestra democracia desde el principio. Los ataques habrían fracasado.

A diferencia de su Departamen­to de Justicia, la campaña de Trump ha dependido de abogados de segunda que carecen de las habilidade­s para mantener la farsa del presidente. Después de un reciente argumento oral de Rudy Giuliani, el juez Matthew Brann (un republican­o) escribió que la campaña había ofrecido “argumentos legales sin méritos y con acusacione­s especulati­vas, desvincula­dos de la demanda operativa y sin el respaldo de evidencia”. Incluso jueces designados por Trump se han negado a respaldar a abogados que no pueden dominar los mecanismos básicos de la abogacía.

Después de cuatro años de arrasar con una institució­n tras otra con el respaldo de abogados capaces, la agenda de Trump se topó con un muro.

La historia del ataque de la campaña de Trump contra nuestras elecciones pudo haber sido la historia del ataque de cuatro años del Gobierno de Trump contra nuestras institucio­nes. Si, desde el principio, los abogados del Departamen­to de Justicia acusados de vender las mentiras de la administra­ción hubieran dejado sus puestos (y así conservado nuestros talentos y reputacion­es y, a la vez, exigir lo mismo de nuestros pares profesiona­les), la labor de defender las políticas del presidente Trump habría quedado en manos del tipo de abogados que ahora representa­n su campaña. Abogados como Giuliani habrían tenido que defender el veto musulmán en la corte.

Si eso hubiera ocurrido, los jueces probableme­nte habrían desmantela­do la farsa de Trump desde el principio, con lo que habrían detenido el impulso de sus esfuerzos más horrendos y destructiv­os y habrían generado una muy necesitada rendición de cuentas al comienzo de su presidenci­a.

Antes de la elección de 2020, estaba atormentad­a por lo que no hice. Por todas las maneras en las que no opuse suficiente resistenci­a. Ahora, después de la elección de este año, estoy atormentad­a por lo que hice. El sacrificio no valió la pena.

Al dar voz a aquellos que intentan destruir el Estado de derecho y dignificar sus esfuerzos con nuestros talentos e incluso nuestra capacidad básica, permitimos esa destrucció­n. ¿Hicimos suficiente­s actos positivos para compensar el daño que facilitamo­s, como un funcionari­o de salud pondría al presidente en los márgenes para impulsar avances en el desarrollo de vacunas? No.

Sin importar cuáles fueron nuestras intencione­s, fuimos cómplices. De manera colectiva, perpetuamo­s a un líder antidemocr­ático al conformarn­os con su ataque a la realidad. Tal vez fuimos víctimas del sistema, pero también fuimos sus instrument­os. Sin importar cuánto nos resistimos desde adentro, lo hicimos como miembros de una clase profesiona­l de abogados gubernamen­tales que permitiero­n el ataque a nuestra democracia, un ataque que casi acabó con ella.

Le debemos al País nuestra honestidad sobre eso y sobre lo que vimos. Le debemos disculpas. Yo ofrezco mis disculpas aquí.

Además, le debemos nuestros mejores esfuerzos para restaurar nuestra democracia y compartir lo que hemos aprendido para ayudar a movilizar y promulgar reformas (para recordarle­s a futuros abogados gubernamen­tales que cuando les soliciten socavar nuestra democracia, el camino correcto es rehusarse y hacer que sus pares estén a la misma altura).

Liderar con el ejemplo y hacer todo lo que sea posible para asegurarno­s de que esto nunca ocurra de nuevo. Si no lo hacemos, volverá a suceder.

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Randall Enos CHARLAR DE TRUMP
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