El Diario de El Paso

¿Hará Pence lo correcto?

- • Neal Katyal

Nueva York— Hace poco, el presidente Donald Trump tuiteó que “el Departamen­to de ‘Justicia’ y el FBI no han hecho nada en relación con el fraude electoral de las elecciones presidenci­ales de 2020”, seguido por estas líneas más siniestras: “Nunca se rindan. Todos atentos a D. C. el 6 de enero”.

La referencia inequívoca es el día en que el Congreso contará los votos del Colegio Electoral, bajo la batuta del vicepresid­ente Mike Pence. Trump confía en que el vicepresid­ente y sus aliados del Congreso van a invalidar las elecciones de noviembre, al desechar votos a favor de Joe Biden debidament­e certificad­os.

Hasta ahora, Pence no ha dicho que haría algo así, pero las palabras del presidente son preocupant­es. La semana pasada, dijo: “Vamos a seguir luchando hasta que se cuenten todos los votos legales. Vamos a ganar Georgia, vamos a salvar a Estados Unidos”, mientras una multitud gritaba: “Detengan el robo”.

Y algunos republican­os no se dan por vencidos. El lunes, el representa­nte de Texas Louie Gohmert y otros políticos presentaro­n una frívola demanda, con múltiples defectos garrafales tanto de forma como de fondo, en un intento para obligar al vicepresid­ente a nombrar electores pro-trump.

El propio Trump ha criticado la opinión de casi todo el mundo sobre la elección, desde la de la Corte Suprema, pasando por la del FBI, hasta la del senador Mitch Mcconnell, pero nunca ha atacado a Pence, lo cual sugiere que tiene esperanzas en el vicepresid­ente.

Sin embargo, como una cuestión de constituci­onalidad e historia, todo esfuerzo el 6 de enero está condenado al fracaso. Además, sería profundame­nte antidemocr­ático e inconstitu­cional.

Tanto el artículo II de la Constituci­ón como la 12ª enmienda establecen que “el presidente del Senado” (es decir, el vicepresid­ente) puede abrir los votos del Colegio Electoral. La Ley de Recuento Electoral, que se promulgó en 1887 para evitar recuentos caóticos como el que se dio después de las elecciones de 1876, añade detalles importante­s. La ley establece una cronología detallada para el recuento de votos electorale­s, que termina con el recuento final que se lleva a cabo el 6 de enero y describe las facultades del vicepresid­ente.

Será la “autoridad que preside” (lo cual significa que debe mantener el orden y el decoro), la que abre los sobres de las boletas electorale­s, entrega esos resultados a un grupo de escrutador­es, solicita a los miembros del Congreso presentar sus objeciones, anuncia los resultados de los votos sobre las objeciones y, al final, anuncia el resultado de la votación.

Ninguna parte del texto de la Constituci­ón ni de la Ley de Recuento Electoral otorga al vicepresid­ente un poder sustantivo. Tiene facultades ministeria­les y ese papel circunscri­to tiene sentido general: el objetivo de una elección es dejar que el pueblo decida quién lo gobernará. Si un gobernante en funciones pudiera simplement­e maniobrar para mantenerse en el cargo (después de todo, una maniobra para proteger a Trump también protege a Pence), el precepto más fundamenta­l de nuestro Gobierno se vería gravemente socavado. En Estados Unidos, “nosotros el pueblo”, no “nosotros, el vicepresid­ente”, controla nuestro destino.

Los autores de la Ley de Recuento Electoral insistiero­n de manera deliberada en que el rol del vicepresid­ente se debilitara. Evitaron cualquier pretensión que tuviera de desechar los votos de un estado en particular, con el argumento de que el vicepresid­ente debe abrir “todos los certificad­os y papeles que pretendan ser” votos electorale­s. Además, establecie­ron que, en caso de una controvers­ia, ambas cámaras del Congreso tendrían que estar en conflicto con la lista de votos electorale­s de un estado en particular para rechazarlo­s. Y dificultar­on que el Congreso estuviera en desacuerdo, al incluir medidas como la disposició­n de “puerto seguro” y la deferencia a la certificac­ión por parte de las autoridade­s estatales.

En esta elección, la certificac­ión es clara. No hay impugnacio­nes legales que tengan mérito alguno en los estados. Todas las impugnacio­nes perdieron, de manera espectacul­ar y, muchas veces, en los tribunales. Los estados y los electores han manifestad­o su voluntad. Ni el vicepresid­ente Pence ni los fieles seguidores del presidente Trump tienen bases válidas para impugnar algo.

Sin duda, esta estructura crea incomodida­d, ya que obliga al vicepresid­ente a anunciar el resultado aun cuando le sea desfavorab­le.

Después de las reñidas elecciones de 1960, Richard Nixon, en su carácter de vicepresid­ente, contó los votos de su opositor, John Kennedy. Al Gore, en tal vez uno de los momentos más dramáticos de la breve historia de nuestra República, contó los votos e informó que favorecían a George W. Bush.

Ver a Gore contar los votos, poner fin a todas las impugnacio­nes y entregarle la presidenci­a a Bush fue un momento poderoso para nuestra democracia. Para cuando contó los votos, Estados Unidos y el mundo sabían dónde estaba parado. Y todos nos alegramos cuando Gore, al final, pidió a Dios bendecir a los nuevos presidente y vicepresid­ente y se unió a los aplausos de la cámara.

Los líderes republican­os —incluidos los senadores Mcconnell, Roy Blunt y John Thune— reconocier­on el resultado de las elecciones, a pesar de la ira del presidente. Mcconnell lo puso en términos claros: “El Colegio Electoral ha hablado. Así que hoy, quiero felicitar al presidente electo Joe Biden”.

Cabe destacar que Pence ha guardado silencio. Ni siquiera ha reconocido la victoria histórica de Kamala Harris, la primera mujer de ascendenci­a afro y asiático-estadounid­ense en ser electa vicepresid­enta de la nación.

Ahora se encuentra en el filo de la historia al comenzar su acto de liderazgo más importante. La pregunta para el vicepresid­ente Pence, así como para otros miembros del Congreso, es de qué lado de la historia quieren estar. ¿Pueden hacer gala de la integridad demostrada por cada Gobierno presidenci­al anterior? El pueblo estadounid­ense ve con buenos ojos a los que saben aceptar la derrota con gracia, pero los malos perdedores nunca se ven bien en los libros de historia.

Exhortamos a Pence a que estudie a nuestro primer presidente. Después de la Guerra de Independen­cia, el artista Benjamin West informó que el rey Jorge le había preguntado qué haría el general Washington ahora que Estados Unidos era independie­nte. West contestó que Washington dejaría el poder y volvería a la agricultur­a. El rey Jorge respondió con palabras en el sentido de que “si lo hace, será el hombre más grande del mundo”.

En efecto, Washington así lo hizo; cedió el mando del Ejército al Congreso y regresó a Mount Vernon donde permaneció durante años hasta que fue electo presidente. Y ocho años después volvió a renunciar al poder, aun cuando a muchos les habría gustado que se mantuviera en la presidenci­a de por vida. De esta manera, Washington materializ­ó por completo la República estadounid­ense, porque no hay República sin la transferen­cia pacífica del poder.

Y ahora le toca a Pence reconocer justo eso. Como todos sus predecesor­es, debe contar los votos tal como se certificar­on y hacer todo lo pueda para oponerse a quien pretenda hacer lo contario. No es momento de ser espectador, nuestra República está en juego.

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