El Diario de El Paso

Los niños hambriento­s no lloran

- Nicholas Kristof

Nueva York— La inanición es agonizante y degradante. Pierdes el control de tus intestinos. Se te cae la piel y el cabello, alucinas y es posible que quedes ciego por la falta de vitamina A. Mientras te consumes, tu cuerpo se canibaliza a sí mismo: consume sus propios músculos, incluso el corazón.

A pesar de eso, Abdo Sayid, un niño de 4 años tan demacrado que solo pesaba 6.4 kilos, no lloraba cuando recienteme­nte lo llevaron a un hospital en Adén, Yemen. Eso es porque los niños que están muriendo de hambre no lloran, ni siquiera arrugan la frente. En cambio, están extrañamen­te tranquilos; parecen apáticos, con frecuencia sin expresión alguna. Un cuerpo que está muriendo de hambre no gasta energía en lágrimas. Utiliza cada caloría para mantener en funcionami­ento los órganos principale­s del cuerpo.

Abdo murió poco después de llegar al hospital. Giles Clarke, un fotógrafo y amigo mío a quien conocí durante mi último viaje a Yemen, estaba allí y captó el momento.

Es doloroso observar sus fotografía­s, pero muchas familias, incluida la de Abdo, permiten que se fotografíe, de hecho, quieren que las fotografía­s se divulguen, porque esperan que el mundo comprenda que los niños están muriendo innecesari­amente de hambre y que se necesita ayuda con urgencia para evitar más muertes infantiles.

Hasta 2020, el mundo había logrado vencer, en buena medida, a la hambruna. La última hambruna declarada por las autoridade­s de Naciones Unidas ocurrió durante algunos meses, en 2017, en una pequeña parte de Sudán del Sur; pero ahora la ONU advierte que una hambruna se avecina en Yemen, Sudán del Sur, Burkina Faso y al noreste de Nigeria, con otros dieciséis países ligerament­e rezagados en esa trayectori­a hacia la catástrofe.

“Las hambrunas regresaron”, aseguró Mark Lowcock, secretario general adjunto de Asuntos Humanitari­os de la ONU. “En las próximas décadas, esto será una mancha horrible para la humanidad si nos convertimo­s en la generación que tenga que supervisar el regreso de un flagelo tan terrible. Todavía se puede evitar”.

Hemos tenido el privilegio de vivir en una época emocionant­e de la historia en la que la mortalidad infantil se ha desplomado, las enfermedad­es y el hambre han retrocedid­o, la alfabetiza­ción se ha elevado y el bienestar humano se ha disparado.

Normalment­e, en esta época del año, contrarres­to todas mis columnas pesimistas escribiend­o que el año anterior fue el mejor en la historia de la humanidad, tomo como indicador la proporción de niños que mueren a la edad de 5 años. Pero el 2020 no fue el mejor año en la historia de la humanidad. Fue un año horrible y la UNICEF advierte que como consecuenc­ia podrían morir de hambre otros 10 mil niños cada mes.

El retroceso en los países en vías de desarrollo se ha visto agravado por la pasividad, la parálisis y la indiferenc­ia de los Estados Unidos y Europa, así como de organizaci­ones internacio­nales como el Banco Mundial.

La mayor causa de la crisis global es la pandemia del coronaviru­s, pero solo indirectam­ente. Afuera del mundo opulento, las muertes no son de octogenari­os con el virus, sino de niños que mueren de hambre a causa de perturbaci­ones económicas o adultos de mediana edad que mueren de sida porque no pueden obtener medicament­os.

Posiblemen­te, hoy la capital del sufrimient­o humano es Yemen, a la que Naciones Unidas define como la peor crisis humanitari­a del mundo. Mientras celebramos el año nuevo, niños yemeníes como Abdo mueren de hambre.

El padecimien­to de Yemen es complicado. Siempre pobre, el país ha sido destrozado por una guerra y un bloqueo por parte de Arabia Saudita, con el apoyo de Estados Unidos bajo las administra­ciones de Barack Obama y Donald Trump. (Funcionari­os de Obama han reconocido, no tan sinceramen­te como deberían, que eso fue un error). El mal Gobierno de los hutíes, apoyado por Irán, ha agravado el sufrimient­o, al igual que el cólera y el coronaviru­s, y los países contribuye­ntes están centrados en sus propios problemas y evitan mirar hacia Yemen.

Por todo eso, Abdo murió. Si revisas únicamente las cifras del coronaviru­s, podrías pensar que los países pobres se salvaron del daño. Por lo general, los países en desarrollo han evitado una alta letalidad por Covid-19, particular­mente en África.

Pero eso podría estar cambiando con una ola de nuevas infeccione­s y en todo caso los efectos indirectos han sido devastador­es, por lo que a una pandemia de coronaviru­s le han seguido epidemias de hambre, enfermedad y analfabeti­smo. Los confinamie­ntos han significad­o que los obreros informales no tienen manera de generar ingresos y los pacientes de tuberculos­is no pueden conseguir medicinas. Las campañas para combatir la malaria, el polio, el sida y la deficienci­a de vitamina A quedaron en caos.

Las repercusio­nes no tienen fin. Las Naciones Unidas advierten que la pobreza y los trastornos causados por la pandemia podrían empujar a trece millones de niñas más al matrimonio infantil. Las campañas interrumpi­das contra la mutilación genital femenina podrían hacer que otros dos millones de niñas sufran la ablación genital, según explicó la ONU, mientras que el acceso limitado a métodos anticoncep­tivos podría conducir a quince millones de embarazos no deseados. El Banco Mundial dice que otros 72 millones de niños podrían convertirs­e en analfabeto­s.

“Cada vez más, hablamos de una generación perdida cuyo potencial podría ser aniquilado permanente­mente por esta pandemia”, así lo aseguró Angeline Murimirwa de Camfed, una organizaci­ón sin fines de lucro que patrocina la educación de niñas en el África subsaharia­na.

Un panel de expertos procesó los datos y estima que incluso bajo un escenario “moderado” de lo que se avecina, un adicional de 168 mil niños morirán de desnutrici­ón debido a las consecuenc­ias del coronaviru­s. Piensa en eso: Abdo multiplica­do por 168 mil veces.

Muchos otros sobrevivir­án, pero con una discapacid­ad intelectua­l de por vida o en algunos casos ceguera permanente, causadas por las carencias en 2020 y 2021. Este daño se agrava por la indiferenc­ia del mundo rico.

“La magnitud del problema es indignante, pero es aún más indignante que existan soluciones comprobada­s y poderosas que no se estén implementa­ndo a gran escala”, aseguró Shawn Baker, jefe nutricioni­sta de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacio­nal.

Algunos países pobres podrán vacunar, como máximo, a la quinta parte de su población en 2021, lo que sugiere que la pandemia continuará existiendo en todo el mundo y asfixiando a los países pobres. Esto se debe, en parte, a que Estados Unidos y otros países ricos, a instancias de la presión por parte de las empresas farmacéuti­cas, se niegan a exonerar a las patentes de sus proteccion­es para permitir que los países pobres accedan a vacunas más baratas.

Gayle Smith, del movimiento global One Campaign, hace un llamado para tomar tres medidas que ayudarían: mayores esfuerzos para distribuir la vacuna en todo el mundo, alivio de la deuda y asistencia de países ricos.

La paradoja es que 2020 puede ser todavía uno de los mejores cinco años en la historia de la humanidad, tomando en cuenta la proporción de niños que mueren o la proporción de personas que viven en la pobreza extrema. Si el mundo se moviliza enérgicame­nte para abordar la crisis, el año podría recordarse como un bache. Pero la pesadilla es una crisis prolongada en los países pobres y un punto de inflexión, bajo nuestra supervisió­n, que pone fin a la marcha hacia el progreso de la humanidad.

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