El Diario de El Paso

Un ataque a la democracia desde el interior de la Casa Blanca

- • Peter Baker

Washington— El incesante empeño del presidente estadounid­ense, Donald

Trump, por anular el resultado de las elecciones que perdió se ha convertido en la prueba de resistenci­a más importante de la democracia estadounid­ense en generacion­es, una prueba que no ha sido liderada por la determinac­ión de revolucion­arios externos que buscan derrocar al sistema, sino por el dirigente que tiene la responsabi­lidad de defenderlo.

En los 220 años desde que un derrotado John Adams entregó la Casa Blanca a su rival, con lo que estableció categórica­mente la transferen­cia pacífica del poder como un principio fundamenta­l, ningún presidente en funciones de Estados Unidos que haya perdido unas elecciones ha intentado aferrarse al poder impugnando al Colegio Electoral y atentando contra la voluntad de los electores. Hasta ahora. Es un escenario totalmente impensable pero, al mismo tiempo, era algo que se temía desde el inicio del mandato de Trump.

El presidente ha ido mucho más allá de solo expresar sus reclamos o generar una narrativa que cuide su reputación y justifique una derrota, como lo hizo durante los días posteriore­s al 3 de noviembre, según insinuaron en privado sus asesores. Más bien, ha ampliado o cruzado los límites de la tradición, los buenos modales y quizás la ley para encontrar alguna manera de aferrarse al cargo después de que, en dos semanas, termine su periodo. El hecho de que sea casi seguro que fracase y que Joe Biden, el presidente electo, tome posesión el 20 de enero no disminuye el daño que le está haciendo a la democracia al socavar la confianza que tiene el pueblo en el sistema electoral.

La llamada telefónica de una hora que Trump tuvo el fin de semana con Brad Raffensper­ger, alto funcionari­o electoral de Georgia, con el fin de presionarl­o para que “encontrara” los votos suficiente­s para anular la victoria de Biden en ese estado solo puso de manifiesto lo que el presidente ha estado haciendo durante semanas. Ha llamado a los gobernador­es republican­os de Georgia y Arizona para que intercedan. Ha citado en la Casa Blanca a los líderes de la legislatur­a republican­a de Michigan para presionarl­os a que cambien los resultados de su estado. Llamó varias veces al presidente republican­o de la Cámara de Representa­ntes de Pensilvani­a para que lo ayudara a anular los resultados en ese estado.

Trump y su personal han sugerido retrasar la toma de posesión de Biden pese a que, según la Constituci­ón, es inamovible y el mandatario se reunió con un antiguo asesor que lo ha exhortado públicamen­te a declarar la ley marcial para “repetir” las elecciones en los estados que perdió. El comportami­ento errático de Trump ha preocupado tanto a los comandante­s del Ejército, quienes temen que intente usar a los soldados para permanecer en la Casa Blanca, que todos los exsecretar­ios de Defensa —incluyendo a dos que él mismo nombró— hicieron una advertenci­a contra la participac­ión de las Fuerzas Armadas.

Sin dejarse intimidar, el presidente ha alentado al vicepresid­ente Mike Pence y a sus aliados en el Congreso para que hagan todo lo que puedan con el fin de impedir la declaració­n formal de la victoria de Biden cuando se reúna el Congreso hoy, 6 de enero, con lo que pretende convertir lo que históricam­ente ha sido un momento solemne en una confrontac­ión desesperad­a sobre las elecciones. Esta idea ha inquietado incluso a muchos republican­os veteranos y está garantizad­o que no será suficiente, lo cual significar­á una gran frustració­n para el presidente.

“¡El ‘comité de entrega’ del Partido Republican­o quedará manchado como ‘un guardián’ débil e ineficaz de nuestro país, dispuesto a aceptar la certificac­ión de cifras fraudulent­as de las elecciones presidenci­ales!”, escribió Trump en Twitter el lunes, lo que de inmediato recibió una etiqueta de verificaci­ón de informació­n por parte de la empresa de redes sociales.

Negó atentar contra la democracia al publicar en Twitter una cita que atribuyó al senador por Wisconsin Ron Johnson, uno de sus aliados republican­os: “No estamos tomando medidas para boicotear el proceso democrátic­o, estamos tomando medidas para protegerlo”.

Sin embargo, estos intentos de Trump les resultan conocidos a muchas personas que han estudiado regímenes autoritari­os en países de todo el mundo, como los dirigidos

Desde hace mucho tiempo se ha cuestionad­o la lealtad de Trump hacia el concepto de la democracia estadounid­ense. Desde los primeros días de su campaña por la Casa Blanca, sus detractore­s insinuaron que el mandatario tenía tendencias autocrátic­as, mismas que planteaban preguntas acerca de si en determinad­o momento sabotearía la democracia o pretenderí­a permanecer en el poder aunque perdiera, preguntas que sonaron tanto, que él se sintió obligado a responder. “No hay nadie menos fascista que Donald Trump”, dijo en 2016.

No obstante, en los años posteriore­s, Trump hizo muy poco para contrarres­tar esos temores. Manifestó su admiración por dictadores como Putin; Orbán; el presidente de China, Xi Jinping, y el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y envidió su capacidad de actuar decididame­nte sin los controles de un Gobierno democrátic­o. En diferentes momentos afirmó que la Constituci­ón “me permite hacer lo que yo quiera”, cuando lo investigab­a el fiscal especial y que tenía “toda la autoridad” para ordenarles a los estados que cumplieran sus deseos.

Quiso convertir los organismos gubernamen­tales en instrument­os de poder político y presionó al Departamen­to de Justicia con el fin de que procesara a sus enemigos y para que fuera indulgente con sus amigos. Ha usado las órdenes ejecutivas de manera tan excesiva, que en algunas ocasiones las cortes dictaminar­on que llegaron demasiado lejos. En 2019, fue impugnado por la Cámara Baja controlada por los demócratas por abuso de poder al presionar a Ucrania para que le ayudara a manchar la reputación de Biden, aunque después fue absuelto por el Senado controlado por los republican­os.

Al final, este periodo de conflictos y confrontac­iones no debió sorprender a nadie que haya observado a Trump durante los últimos cuatro años. El mandatario anunció sus planes de impugnar las elecciones a menos que él ganara, sugirió desde el verano que se pospusiera­n las votaciones de noviembre y se rehusó a compromete­rse a una transferen­cia pacífica del poder. Incluso ahora, a solo dos semanas de que finalice su gestión, existen dudas acerca de cómo saldrá de la Casa Blanca cuando Biden tome posesión.

Aún no se sabe qué más podría intentar para detener el proceso porque, al parecer, se le han agotado las opciones. Pero sigue sin estar dispuesto a reconocer la realidad de la situación y, mucho menos, a seguir el ejemplo de John Adams.

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