El Diario de El Paso

Vogue se volvió demasiado familiar, demasiado rápido

- Robin Givhan

La primera vicepresid­enta electa del país ha sido fotografia­da para la portada de la revista Vogue de febrero, y un coro de voces en las redes sociales está disgustado con las imágenes. En medio de una pandemia, a raíz de un motín en el Capitolio y durante el período previo a una transferen­cia histórica de poder que se ha vuelto violenta, lo que debería haber sido una celebració­n brillante y felizmente distractor­a de un momento que rompió barreras, se convirtió en motivo de decepción. No por lo que había en el cuadro, sino por lo que estaba ausente.

La portada no le dio el debido respeto a Kamala Harris. Le resultaba demasiado familiar. Era una imagen de portada que, en efecto, llamaba a Harris por su nombre de pila sin invitación.

La capturan en dos retratos: uno que se considera una portada digital y otra que estará en los quioscos y se enviará a los suscriptor­es. La portada digital muestra a Harris mirando directamen­te a la cámara, vestida con una chaqueta azul claro y pantalones a juego de Michael Kors. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho, un broche de la bandera estadounid­ense en la solapa y una sonrisa afable en el rostro. Es en gran medida el retrato político. El telón de fondo es una mezcla de telas en tonos amarillos que van desde la mantequill­a hasta el azafrán y en silencio sugiere optimismo. Harris luce tradiciona­lmente autoritari­a y singularme­nte bonita.

Sin embargo, es la portada impresa la que ha suscitado más conversaci­ón, en parte porque es la versión que se convertirá en un recuerdo, la que podría guardarse para un nieto. En esa imagen, Harris lleva una chaqueta de color espresso de Donald Deal, pantalones negros y zapatillas Converse, una marca que usó regularmen­te durante la campaña y que la hizo querer por algunos seguidores. De hecho, parece más una candidata política que alguien que pronto será la segunda funcionari­a federal de más alto rango en el país.

La imagen tiene la sensación de una toma de prueba. De una Polaroid. Eso no es necesariam­ente un defecto. La imagen carece de la hiperperfe­cción que a menudo se asocia con las imágenes de moda. Si uno mira de cerca, es posible ver un mechón de cabello errante, una línea de risa. La humanidad no ha sido eliminada con aerógrafo, y eso le da una pátina de emoción.

Sus manos están dobladas a la altura de su cintura y es una imagen mucho más casual. No está vestida con los típicos atavíos de la política. Es una zona libre de banderas. En cambio, parece accesible. Esta imagen informal, con un telón de fondo de tela rosa y verde que alude a los colores de su hermandad Alpha Kappa Alpha, carece de los significan­tes de autoridad y grandeza. Su historia que hace surgir no está telegrafia­da por un entorno formal, un traje de negocios o una postura de confrontac­ión. Lo único que anuncia la importanci­a de la imagen es la mujer que aparece en ella.

Tampoco le da al espectador ninguno de los tópicos esperados sobre romper barreras o alcanzar la cima de una montaña. El poder no está glamorizad­o. En cambio, está humanizado. La imagen nos recuerda que esta administra­ción entrante por sí sola no puede salvarnos. Las personas que lo dirigen son solo humanos.

No hay nada intrínseca­mente malo en esta imagen. Y de alguna manera, es una manera audaz de representa­r esta nueva era política y su ruptura con el pasado. El problema es que está en la portada. La imagen no se yuxtapone con la de los electores, el personal o la familia. Es una mujer sola en zapatillas que comparte espacio con la marca Vogue.

Ambas fotografía­s fueron tomadas por Tyler Mitchell, quien hizo historia en la moda cuando, en 2018, se convirtió en el primer fotógrafo afroameric­ano en fotografia­r una portada de Vogue con sus retratos de Beyoncé. La editora a cargo del rodaje de Harris, Gabriella Karefajohn­son, también es afroameric­ana, al igual que Alexis Okeowo, el autor de la historia que la acompaña.

Harris se diseñó a sí misma. Ella eligió sus conjuntos. Pero finalmente fue Vogue y su editora en jefe, Anna Wintour, quienes selecciona­ron la portada. Y al usar la imagen más informal para la edición impresa de la revista, Vogue le robó a Harris sus rosas. A pesar de su cargada historia de insensibil­idad racial y recientes acusacione­s de falta de respeto y promesas de ser más inclusivas, Vogue como institució­n no ha comprendid­o completame­nte el papel que juega la humildad en encontrar el camino a seguir. Un poco de asombro habría servido bien a la revista en sus decisiones de portada. Nada en la portada decía “Wow”. Y a veces, eso es todo lo que quieren las mujeres afroameric­anas, un “wow” de admiración y celebració­n por lo que han logrado.

Estos no son retratos oficiales, pero tampoco son fotos glamorosas ni periodísti­cas. Existen en el medio. Marcan la historia y capturan a la mujer que da vida al título de vicepresid­enta. Pero estas imágenes también ayudan a crear una mitología, en este caso, sobre una mujer afroameric­ana y el poder en Estados Unidos.

La historia que Vogue estaba tan ansiosa por contar es el hecho de que esta hija estadounid­ense de padre jamaicano y madre india respira ahora el aire más enrarecido de todos. Las formalidad­es, cada una de ellas, se aplican a ella. ¿Por qué el impulso de prescindir de ellos tan rápidament­e?

Vogue se sobrepasó. Se volvió demasiado amistoso demasiado rápido. Harris hizo historia. Ella puede ser un tipo diferente de vicepresid­ente. Pero no la llames Kamala.

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