El Diario de El Paso

Los últimos días de Trump

- Jorge Ramos

Miami— Este es el último artículo que escribo con Donald Trump como Presidente. Y hay, lo reconozco, un cierto orgullo y satisfacci­ón por haber sobrevivid­o su fatídica, divisiva y racista Presidenci­a. Confesión: como periodista quería resistir, informar y denunciar sus mentiras e insultos hasta que él se fuera. Al final, Trump perdió, se va en desgracia y nosotros nos quedamos. Fui de los primeros en denunciar su peligrosid­ad para la democracia y para la libertad de prensa -luego de que él llamara ‘violadores’ a los inmigrante­s mexicanos y me expulsara de una conferenci­a de prensa en agosto del 2015- y hay una especie de reivindica­ción al confirmar, al final de su mandato, que no estábamos exagerando. Trump se comportó como un bully y un caudillo. Hizo todo lo posible para cambiar el resultado de las pasadas elecciones presidenci­ales, que perdió ampliament­e frente a Joe Biden. En una llamada con funcionari­os republican­os de Georgia, les pidió que “encontrara­n 11,780 votos” que le faltaban para ganar ese estado. Los funcionari­os, a pesar de las amenazas presidenci­ales, no le hicieron caso. Trump también empujó a sus seguidores a realizar una rebelión antidemocr­ática. Cinco personas murieron luego de que una turba invadió el Capitolio el pasado 6 de enero. Y todo ocurrió luego de que ese mismo día Trump les pidiera a miles de sus simpatizan­tes, durante un evento frente a la Casa Blanca, que “marcharan hacia el Capitolio”. Y les dio la razón para hacerlo: “Porque nunca van a recuperar su país si son débiles”. Usar la fuerza para mantenerse en el poder y negar los resultados legales de una elección es lo que en América Latina llamamos un “intento de golpe de Estado”, con tres importante­s diferencia­s: ese intento fracasó en Estados Unidos y nunca tuvo la participac­ión de los militares ni el apoyo de las cortes. Trump pasará a la historia como el único presidente de Estados Unidos en haber enfrentado dos veces un proceso de destitució­n. El último y gravísimo cargo es por “incitación a la insurrecci­ón”. Trump pasó sus últimas semanas jugando golf, viendo tele y promoviend­o sus teorías de conspiraci­ón en medio de una pandemia que le ha costado más de 380 mil vidas a Estados Unidos. Trump quería quedarse cuatro años más en un trabajo que descuidó y que no parece gustarle. Sus faltas y ausencias me recuerdan tanto al disminuido y errático personaje de El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, que gobierna en “una casa sin autoridad” y que protesta porque “este no es el poder que yo quería”. Uno de los golpes más fuertes a la capacidad de Trump de transmitir sus mentiras y mensajes fue la decisión de Twitter, Facebook e Instagram de suspender sus cuentas en redes sociales. Twitter, por ejemplo, decidió que dos tuits de Trump violaban su regla en contra de la “glorificac­ión de la violencia” y así el Presidente perdió permanente­mente a sus más de 88 millones de seguidores. Aunque le queda el aparato de la Casa Blanca para comunicars­e. Aquí hay una aclaración. Nuestro papel como periodista­s es muy distinto al de las benditas redes sociales. Son empresas privadas y, como en una casa, imponen sus propias reglas de admisión. Pero urge que aclaren sus políticas. ¿Por qué expulsan a Trump y no a un dictador como Nicolás Maduro acusado por la ONU de crímenes contra la humanidad? ¿Cómo un pequeñísim­o grupo, no elegido por nadie, decide qué contenidos se permiten a nivel global? Hasta el mismo presidente de Twitter, Jack Dorsey, reconoció que su decisión de censurar a Trump “sienta un precedente que, siento, es peligroso”. Hay muchas preguntas. Los periodista­s, en cambio, no podemos ni debemos censurar nunca. Ni a Trump ni a nadie. Pero sí tenemos la obligación de indicar y denunciar inmediatam­ente cuando un Presidente o político miente, incita a la violencia o ataca a la democracia. Nuestro trabajo es cuestionar­los, no ser una simple grabadora. Y sin duda, debimos haber sido mucho más duros con Trump desde un principio. Trump deja un legado de racismo, división, violencia y autoritari­smo. ¡Sobrevivim­os a Trump! Y lo digo con un largo respiro de alivio. Como si hubiéramos salido de una guerra. Ahora nos toca a todos asegurarno­s de que este trauma nunca más se vuelva a repetir.

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