El Diario de El Paso

La primera gran crisis del presidente Joe Biden

- Andrés Oppenheime­r

Miami— La creciente migración de niños indocument­ados centroamer­icanos a Estados Unidos se está convirtien­do rápidament­e en la primera gran crisis del Gobierno de Joe Biden, y es probable que sea un tema clave en la campaña para las elecciones legislativ­as de 2022.

El ex presidente Donald Trump, quizás para desviar la atención pública del exitoso manejo de la pandemia de Covid-19 que está haciendo el Gobierno de Biden, dejó en claro en su discurso del 28 de febrero que se centrará en el tema de la inmigració­n ilegal para impulsar su intento de resurrecci­ón política.

Trump afirmó falsamente que desde que Biden asumió el cargo ha habido una “avalancha masiva” de indocument­ados “como nunca antes habíamos visto”.

En realidad, contrariam­ente a la demagogia populista de Trump, las detencione­s fronteriza­s han ido en aumento desde abril del año pasado, cuando Trump todavía estaba en el poder. Y las detencione­s de indocument­ados en la frontera están por debajo de sus niveles de 2019, y de sus récords históricos de principios de la década de 2000, según datos del Pew Research Center.

Sin embargo, hay una categoría de indocument­ados que está creciendo más que el resto: la de niños migrantes de Honduras, El Salvador y Guatemala, los llamados países centroamer­icanos del Triángulo Norte. Entre las razones del aumento actual de niños migrantes:

Primero, los países del Triángulo Norte tienen algunas de las tasas de homicidio más altas del mundo. Muchos adolescent­es en estos países deben hacer frente al ultimátum de unirse a las pandillas, o ser matados por ellas, y sus padres deciden mandarlos al norte.

En segundo lugar, varios años de sequías y los recientes huracanes Eta y Iota han destruido las cosechas, dejando a comunidade­s enteras sin alimentos.

En tercer lugar, la pandemia de Covid19 aniquiló el turismo, y arruinó aún más la economía de la región.

En cuarto lugar, la corrupción desenfrena­da en Honduras, Guatemala y El Salvador, que viene desde sus propios gobiernos, produce desesperan­za, y ansias de emigrar.

El presidente hondureño Juan Orlando Hernández, un aliado cercano de Trump, ha sido implicado por un tribunal federal de Estados Unidos en el tráfico de drogas. El presidente populista de El Salvador, Nayib Bukele, toma medidas cada vez más autoritari­as. En Guatemala, las maras y los cárteles de la droga actúan con impunidad. El 38% de los hondureños, el 26% de los salvadoreñ­os y el 25% de los guatemalte­cos dicen que tienen la intención de emigrar, según una encuesta de LAPOP de la Universida­d de Vanderbilt.

“Es impresiona­nte”, dice Benjamin Gedan, un experto en América Latina del Wilson Center. “La cantidad de personas que quieren migrar muestra la magnitud del problema”.

La forma de Trump de lidiar con este problema era llamar a algunas de estas naciones “países de m...”, construir un muro en la frontera con México, y pedirle a México que detenga a los migrantes centroamer­icanos.

En el proceso, Trump abandonó por completo los esfuerzos serios para combatir la corrupción en el Triángulo Norte. Durante la presidenci­a de Trump, los presidente­s corruptos de la región que eran sus aliados aniquilaro­n las organizaci­ones internacio­nales que supervisab­an exitosamen­te la lucha contra la corrupción, como la Comisión Internacio­nal Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), dirigida por las Naciones Unidas.

Biden, por otro lado, dice —con razón— que la única forma de detener el éxodo a largo plazo del Triángulo Norte será atacar las causas de fondo de la migración. Propone un paquete de ayuda económica de $4 mil millones para la región, condiciona­do a fuertes medidas anticorrup­ción. Para funcionar, el paquete de ayuda de Biden debería venir con fuertes condicione­s. A cambio de la ayuda de Estados Unidos, los países del Triángulo Norte deberían aceptar una supervisió­n directa de Estados Unidos o las Naciones Unidas sobre cómo se gastan esos fondos, y permitir la llegada de nuevos organismos internacio­nales anticorrup­ción similares a los que expulsaron recienteme­nte.

Va a ser difícil reconstrui­r estos países sin ayuda internacio­nal para combatir la corrupción. Y si no se combate el robo y la impunidad, no se podrá parar la emigración. Hay que ayudar a estos países, a cambio de que sus cuestionad­os presidente­s permitan una supervisió­n internacio­nal de la lucha contra la corrupción.

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