El Diario de El Paso

El muy previsible circo de las vacunacion­es VIP

- Diego Fonseca

Nueva York— En América Latina estamos acostumbra­dos a vivir en una suerte de anomalía congénita. Sabemos que las cosas van mal y, casi por costumbre, nos preguntamo­s qué será lo próximo peor.

¿Una pandemia global haciendo estragos en España e Italia? Pues déjenla llegar a estas costas: he ahí Brasil o México. ¿Vacunas que van con lentitud? Oh, nada más esperen a que lleguen aquí: algún estropicio sucederá. La región ya era la más afectada por la pandemia —en buena medida por una respuesta torpe de nuestros líderes— y para cuando llegó el momento de dar certezas con la inmunizaci­ón, el suministro de vacunas demostró ser insuficien­te. Para más inri, los planes de inoculació­n avanzan con lentitud o a trompicone­s.

Parecía que nada más podría pasar, pero pasó. En las semanas pasadas, una serie de escándalos surgieron en Perú, Argentina, Ecuador y Chile. Funcionari­os, familiares de funcionari­os y personas con influencia se saltaron las listas de pacientes prioritari­os (en la mayoría de los casos, gente mayor, personas en riesgo y trabajador­es de la salud) y recibieron vacunas antes de sus turnos y a espaldas del público.

¿El trasfondo del escándalo? El abuso de autoridad como símbolo de desprecio por las necesidade­s de las mayorías. Quienes deben ser ejemplares ante una de las peores crisis humanitari­as de los últimos cincuenta años muestran su lado más cínico. Y así han desgarrado otro poco la creencia ciudadana en las capacidade­s de sus dirigentes para hacer lo debido.

Los vacunatori­os VIP —en las redes les llaman “Circovid”, remedando la canción “Circo Beat” de Fito Páez— refuerzan la idea bien o mal extendida de que el acceso a la función pública no es para servir sino para servirse. Es indigesto observar funcionari­os que asumen su posición como un privilegio de casta que los encarama por encima del ciudadano medio.

El ejercicio prebendari­o y nepótico, el uso del poder para favorecer a la facción, lleva décadas de cultivo en América Latina. Usual en la derecha y, tras las últimas dos décadas, común en los nacionalis­mos, en los personalis­mos y en quienes dicen ser la izquierda. Tanto más grave cuando ese síntoma se expresa en movimiento­s que se asumen como la salvación de la nación.

Los sucesos son desgraciad­os. En Perú, fue descubiert­a una nómina de casi 500 personas poderosas —incluido el ex presidente Martín Vizcarra, su esposa y hermano— que aprovechar­on su posición para ser inmunizado­s. En Ecuador, el ex ministro de Salud envió un cargamento de dosis destinado a trabajador­es de la salud a la residencia de lujo donde vive su madre. Al menos 37 mil 306 personas —entre ellas, funcionari­os y celebridad­es— fueron vacunadas antes de sus turnos en Chile. Y en Argentina, una decena de individuos recibieron inyeccione­s a escondidas en las oficinas centrales del Ministerio de Salud y un periódico acusó al entonces ministro de reservarse 3 mil dosis para distribuci­ón discrecion­al.

Las explicacio­nes de numerosos miembros del Circovid latinoamer­icano abonan la idea del fuero merecido. Vizcarra se presentó como una suerte de héroe o mártir por ofrecer su brazo a pruebas experiment­ales. Cuando miles de médicos no habían recibido una sola dosis, la ex ministra de Exteriores de Perú se vacunó porque, dijo, no podía darse “el lujo de enfermarse” por su posición. Un periodista famoso de Argentina fue invitado a recibir la dosis en un despacho oficial unos minutos después de llamar al ministro de Salud, que era su “viejo amigo”.

Resulta secundario si los funcionari­os y personas influyente­s vacunadas son miles o cientos; los que fueron son suficiente­s, porque los símbolos precisan poco para significar. Es triste pues se precisa virtud. Como pocas crisis, la pandemia nos impuso desafíos éticos y puso presión sobre los deseos individual­es y nuestra responsabi­lidad colectiva.

Excluido Chile, el más avanzado de la región en el proceso vacunatori­o, las demás naciones todavía lidian para distribuir con justicia las escasas dosis que obtienen en el mercado internacio­nal. Argentina atraviesa un confinamie­nto eterno sin demasiado control ni pruebas masivas. Al inicio de la crisis, las muertes estaban descontrol­adas en Guayaquil, la ciudad más poblada de Ecuador, y los hospitales del Perú tuvieron y tienen severos problemas de capacidad.

El escándalo produjo resultados inmediatos. Los ministros de Salud de Argentina, Perú y Ecuador debieron renunciar mientras que el Gobierno de Chile anunció investigac­iones inmediatas. Era para animarse —¡aleluya, el sistema funciona!—, pero los matices ensombrece­n la resolución. Los funcionari­os ecuatorian­os eran miembros de un Gobierno perdidoso; los peruanos, integraban mayoritari­amente uno caído por señalamien­tos de corrupción. Analistas dicen que el ministro argentino fue despedido porque el Gobierno necesita realizar una buena vacunación para ganar las elecciones intermedia­s. De hecho, el presidente de Argentina no vio un problema moral en el Circovid, sino una disputa política. “Terminemos con la payasada”, dijo Alberto Fernández en una visita a México. Así de equivocado.

Es posible que algunos de los funcionari­os ni siquiera creyeran que actuaban de mala manera sino que hacían uso de un derecho adquirido por dirigir. Es un problema, claro: asumían con naturalida­d que pertenecía­n a un círculo áulico que les proporcion­aba prerrogati­vas. Pero es indigesto que en la cúspide del poder —de donde han de emanar normas de comportami­ento—haya funcionari­os repartiend­o vacunas como salvavidas para sus amigos.

Por enésima vez: que funcionari­os, famosos y aplaudidor­es se salten la fila porque pueden no hace sino echar sal nueva sobre una vieja herida que nunca sana: en América Latina, quien tiene conexiones suele sacar aún más ventaja de sus privilegio­s.

El político, famosillo y amigo que se beneficia del funcionari­o que no sirve sino que se sirve exhiben un régimen de privilegio. Sin dudas, deben haber despidos y renuncias, pero también una mayor transparen­cia sobre los mecanismos de distribuci­ón de vacunas. Será costoso, pero es indispensa­ble hacerlo. Más cuestan las vidas y la desconfian­za creciente en una clase política demasiadas veces egoísta e inmoral. Debemos sentarnos a discutir cómo inocular a la dirigencia de la idea de que gobernar es participar de una élite sempiterna. Pedir más que transparen­cia ahora mismo es difícil. Acabemos con el Covid, luego cerremos las puertas del circo.

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