El Diario de El Paso

No más oraciones

- Jorge Ramos Ávalos

Miami— Después de cada masacre en Estados Unidos -y tenemos muchas y muy seguidas- hemos aprendido un doloroso ritual de la muerte. Primero aparece la noticia de la matanza en las redes sociales y en la televisión, luego es la conferenci­a de prensa de la policía, después son los testimonio­s de los testigos y al final los políticos diciendo que van a rezar por las víctimas y sus familiares. Eso, me temo, no ha servido para nada. Y ahora solo estamos esperando la siguiente masacre. Y la otra.

En menos de una semana hemos tenidos dos masacres en Estados Unidos. Una en Atlanta donde fueron asesinadas ocho personas, en su mayoría de origen asiático. Y la otra en un supermerca­do de Boulder, Colorado, donde perecieron 10 más. La pregunta esencial es si todas esas muertes se hubieran podido evitar. Y la triste respuesta es que en los últimos años no se ha hecho nada significat­ivo para prevenir este tipo de asesinatos masivos.

Conseguir armas es demasiado fácil en la Unión Americana. Más fácil que conseguir una medicina sin prescripci­ón médica u obtener una vacuna contra el coronaviru­s sin estar en una categoría autorizada. En Estados Unidos -una nación con 332 millones de habitantes- hay 390 millones de armas, según una investigac­ión de la BBC. Ningún país del mundo tiene, proporcion­almente, tantos rifles y pistolas en manos de su población civil.

En todos lados hay problemas, conflictos y personas con enfermedad­es mentales. Pero la abundancia de armas, la facilidad con que se consiguen y las leyes que protegen irracional­mente a sus dueños hacen de Estados Unidos un peligrosís­imo experiment­o social. Así, ir al supermerca­do en Boulder o trabajar en un spa en Atlanta se puede convertir en una sentencia de muerte.

Cuando me toca reportar sobre muertes o asesinatos colectivos en otros países generalmen­te hay una razón de fondo: guerra, lucha entre cárteles, robo, dinero, secuestro, control de territorio o poder. Pero la gran tragedia de estas matanzas en Estados Unidos es que son irracional­es. Ocurren sin ningún motivo aparente. El asesino quería matar, iba bien armado y las inocentes víctimas estaban en el lugar y en el momento equivocado­s.

Estados Unidos ha sufrido al menos 121 masacres en las últimas cuatro décadas, de acuerdo con la investigac­ión de la revista Mother Jones. Se trata de matanzas en las que murieron cuatro personas o más. Y su conclusión es desalentad­ora: “La mayoría de los asesinos consiguier­on sus armas de manera legal”.

Después de cada una de esas masacres muchos políticos se han puesto a rezar y a enviar sus buenos deseos a los familiares de las víctimas. Se agradece, claro. Pero eso no ha sido suficiente. Y hasta ellos lo reconocen.

“Buenos pensamient­os y oraciones no pudieron salvar a 8 víctimas en Atlanta y a 10 la otra noche, incluyendo a un policía”, dijo en su cuenta de Twitter el senador Richard Blumenthal. “El Congreso debe honrar a estas víctimas pero con acciones -acciones reales- como la revisión de antecedent­es penales a todos los compradore­s de armas”.

El mensaje es claro: no más oraciones, por favor. Acciones es lo que necesitamo­s.

No soy religioso pero creo comprender el poder de la oración. Concentra los pensamient­os y acciones en una idea bienintenc­ionada. Y eso siempre es positivo. El problema en el caso de la violencia causada por las armas de fuego es quedarse, únicamente, con los rezos y no hacer algo más.

En el terrible ritual de muerte que todos hemos aprendido en Estados Unidos, ahora estamos en el momento de la indignació­n después de las matanzas y de las declaracio­nes públicas prometiend­o cambiar las leyes. Pero después de los funerales la realidad política volverá a paralizar al Congreso.

No hay suficiente­s congresist­as que se atrevan a limitar el uso de armas de fuego, ni siquiera el uso de armas de guerra para civiles. Temen perder su reelección ante un electorado conservado­r que se resiste a tocar la segunda enmienda de la Constituci­ón que protege el uso de armas.

Este país no va a cambiar. Y entonces otra crisis dominará nuestra atención, todas las promesas y oraciones se olvidarán, y luego vendrá otra masacre. Como padre, una vez más, detendré todo lo que esté haciendo y preguntaré angustiado: ¿esta dónde fue?

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