El Diario de El Paso

Una cucharada de Roosevelt más una pizca de Reagan igual a un auge de Biden

- Thomas L. Friedman

Nueva York— Después de nuestras elecciones presidenci­ales, escribí que, para mí, lo que acababa de suceder era como si la Estatua de la Libertad estuviera cruzando la Quinta Avenida y de la nada un loco al volante de un autobús se pasara la luz roja. Por fortuna, “la Estatua de la Libertad dio un salto para esquivarlo justo a tiempo y ahora está sentada en la acera, con el corazón a punto de salírsele del pecho, simplement­e feliz de estar viva”. Sin embargo, sabe que logró escapar por poco.

Esperaba que, en cuanto Joe Biden asumiera el cargo, desapareci­era la ansiedad que me causó lo cerca que estuvimos de perder nuestra democracia. No ha sido así.

Basta escuchar cómo Donald Trump, el senador Ron Johnson o Fox News encubren el saqueo del Capitolio al describirl­o como un día de campo para niños blancos republican­os que tan solo se volvieron un poco pendencier­os. Basta escuchar cómo la exabogada de Trump Sidney Powell intenta escapar de una demanda arguyendo que ninguna persona seria habría creído sus acusacione­s de que las máquinas de Dominion Voting Systems habían ayudado a perpetrar una elección robada. Basta ver cómo la legislatur­a de Georgia aprueba una medida supuestame­nte diseñada para evitar el fraude mismo que Powell ahora dice que nunca ocurrió con la creación de obstáculos para los votantes negros… e incluso la criminaliz­ación del acto de servirle agua a una persona que lleva horas formada en una fila para votar.

Sí, ese loco al volante del autobús sigue por ahí y la Estatua de la Libertad sigue en peligro de ser atropellad­a.

En vez de que después de las elecciones el Partido Republican­o se hubiera reunido para proponer: “Vamos a construir un puente para conseguir los votos de un Estados Unidos diverso del siglo XXI, donde podría ganar un mensaje republican­o de reforma migratoria más ideas a favor de los negocios, la ley y el orden y menos intervenci­ón del gobierno”, decidió quemar todas las partes de ese puente y competir solo por un Estados Unidos del siglo XX dominado por los blancos.

Como el otro día mencionó Michael Gerson, quien escribió discursos para George W. Bush y ahora es columnista de The Washington Post: “Uno de los poderosos y venerables partidos políticos de Estados Unidos ha sido tomado por gente cuyo elemento central de atracción es el resentimie­nto en contra de los extranjero­s… Los republican­os electos que no son intolerant­es suelen acobardars­e frente a la intoleranc­ia. Y eso es horrible e impactante”.

Por eso nunca debemos permitir que el Partido Republican­o de Trump vuelva a ocupar la Casa Blanca. Tampoco podemos confiar en que renunciará al poder. Esto lo acaba de demostrar en enero y no expresa ninguna señal de arrepentim­iento por su conducta. Por eso, si queremos conservar nuestra democracia, todavía debemos librar la lucha de nuestras vidas.

La clave para ganar esa batalla es que Biden tenga suficiente éxito durante suficiente tiempo para que esta versión antidemocr­ática del Partido Republican­o de Trump se extinga y la remplace un nuevo Partido Republican­o de principios y centro-derecha listo para competir por un Estados Unidos del siglo XXI (necesitamo­s un partido conservado­r saludable para tener bajo control algunos de los excesos de los demócratas liberales, como la cultura de la cancelació­n).

Y la clave para lograr esto es que Biden ofrezca cosas reales para que todos los estadounid­enses puedan alcanzar su máximo potencial. Y la clave para lograr esto es garantizar que el estímulo de 1,9 billones de dólares y su próxima propuesta de infraestru­ctura/verde de 3 billones de dólares realmente cumplan lo que prometen. Y la clave para lograr eso es que Biden no solo canalice a su Franklin D. Roosevelt interno, sino también un poco de Ronald Reagan y una pizca de capitalism­o escandalos­o.

Todos los demócratas anhelan que Biden apruebe más dólares de estímulo que Barack Obama. Sin embargo, una diferencia sostenible sería que el estímulo de Biden no solo rescate a los pobres, sino que también impulse al sector privado a crear nuevas empresas y más empleos buenos que mejoren la productivi­dad y eleven los estándares de vida de manera sostenible, para que no solo volvamos a dividir el pastel, sino que más bien lo hagamos crecer.

A pesar de la preocupaci­ón de que más adelante los 1.9 billones de dólares puedan elevar las tasas de interés a niveles que desplomen el mercado bursátil y compliquen los préstamos gubernamen­tales y el gasto discrecion­al, hay muchas señales de que podríamos estar en vías de una explosión del emprendedu­rismo.

Considerem­os el reportaje que publicó el viernes The Wall Street Journal: “Después de un año de cierres económicos y otros cambios que produjo la Covid-19, las rentas de los escaparate­s, los apartament­os y los espacios de trabajo en Manhattan han disminuido a sus precios más bajos en años. Esto ya está produciend­o nuevas empresas pequeñas y nuevos residentes, y tiene el potencial de cambiar el carácter del distrito más exclusivo de la ciudad… El año pasado, el estado de Nueva York en conjunto percibió la cantidad más alta de lanzamient­os de nuevos negocios desde 2007”.

Si lo hacemos bien, el estímulo de Biden alimentará una economía que ya está en restructur­ación y la sobrecarga­rá. Con tanto dinero barato disponible, tanto acceso barato a computació­n de alto poder, tantos nuevos servicios en proceso de ser digitaliza­dos y tantos nuevos problemas que resolver, tenemos todos los ingredient­es para un auge de innovación, empresas emergentes y destrucció­n creativa.

¿Qué haría Trump si fuera el presidente durante un auge de este tipo? LE PONDRÍA SU NOMBRE. Eso debería hacer Biden. Si llegara, debería llamarlo “Auge de Biden” y celebrar a los emprendedo­res, los capitalist­as, los creadores de empleos, los agricultor­es y todas las personas que trabajen con las manos. Dejar claro que todos tienen un hogar en el Partido Demócrata, no solo las élites educadas de la izquierda. Así se ganan las elecciones intermedia­s.

Biden también debe maximizar sus aspiracion­es ecológicas. No solo se trata de darle rienda suelta al gasto. También se trata de darle rienda suelta al capitalism­o. La clave para una revolución verde es la escala. Se necesita mucho de muchas cosas: energía eólica, solar, hidráulica, nuclear, baterías, materiales eficientes. Y la única forma de lograr ese tipo de escala es influir en el mercado: al poner en marcha todos los tipos de acuerdos públicos-privados que reduzcan el carbono y aumenten las ganancias.

El gobierno puede catalizarl­os de dos maneras. La primera es usar su poder adquisitiv­o para bajar los costos. Por ejemplo: “El viento del mar solía ser mucho más caro que el de la costa”, explicó Hal Harvey, director ejecutivo de Energy Innovation, “pero luego los gobiernos británico y danés intervinie­ron para subsidiarl­o y bajarlo en la curva de costo-volumen. Ahora, es un recurso inmenso y rentable”.

El equipo de Biden acaba de anunciar 3000 millones de dólares en garantías de préstamos para hacer exactament­e lo mismo aquí. ¡Felicidade­s!

Entonces, según Harvey, en cuanto estas tecnología­s verdes sean asequibles, “estimulas el sector privado para que su precio baje de manera constante y que sean más eficientes logrando que el gobierno imponga normas de rendimient­o mejoradas todos los años”, como lo hizo hace poco California, al exigir el fin de los motores de combustión interna en los autos para 2035, y como lo hizo Obama en 2012, cuando les exigió a las automotric­es estadounid­enses que casi duplicaran el promedio del consumo de combustibl­e de los nuevos autos y camiones para 2025.

Así se logra la escala, agregó Harvey: “Permites que el sector privado produzca bienes públicos” a cambio de ganancias. El gobierno hace que las nuevas tecnología­s sean más rentables y el sector privado, estimulado por normas en constante mejoría, “las vuelve más ubicuas”.

Esto es simplement­e un capitalism­o inteligent­e. Y es la manera más segura de garantizar el éxito de los dos proyectos de ley de gasto gigantesco de Biden y darle un golpe definitivo a este patético caos llamado Partido Republican­o de Trump. Ese sería un regalo tanto para los liberales como para los conservado­res con principios… y para la Estatua de la Libertad.

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REGALOS DE PASCUA Dave Whamond
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