El Diario de El Paso

Frontera: cicatriz que sangra

- Jorge Ramos Ávalos

La frontera entre México y Estados Unidos “es una cicatriz que sangra”. Así la describió en 1997 el escritor mexicano Carlos Fuentes. En ese mismo año, según el Centro Pew, entraron 1.2 millones de inmigrante­s legales e indocument­ados a Estados Unidos. Y segurament­e en 1997, como ahora, había mucha gente que decía que se trataba de una crisis.

La verdad es que esa frontera siempre ha estado en crisis. Es una crisis perpetua desde su creación tras la guerra entre México y Estados Unidos en 1848. En mis clases de primaria en la Ciudad de México nos enseñaron que México fue obligado a ceder la mitad de su territorio a Estados Unidos por 15 millones de pesos con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Muchos no cruzaron la frontera sino que la frontera los cruzó a ellos. Desde entonces ha sido, a la vez, una zona de conflictos y de extraordin­aria hermandad. Y siempre ha habido debates y dilemas sobre los que cruzan del sur al norte, y preguntas sobre cuántos deben cruzar cada año.

Como periodista me ha tocado cubrir a todos los presidente­s –y sus políticas migratoria­s– desde Ronald Reagan hasta la fecha. Nunca ha sido fácil. Y esto es lo que –creo– es preciso hacer para encontrar una solución a largo plazo: aceptar más inmigrante­s legalmente. Muchos más.

“La frontera no está abierta”, me dijo en una entrevista el secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas. Pero “lo que hemos descontinu­ado es la crueldad de la pasada administra­ción”. Bueno, parece ser que en Centroamér­ica solo escucharon la parte de que se acabó la “crueldad” y por eso están llegando en grandes números.

No debería sorprender que esto ocurra en una frontera que divide al país más rico y poderoso del mundo de la región más desigual del planeta. Lo que está ocurriendo es que los más pobres y vulnerable­s en medio de una pandemia se están yendo a un lugar más próspero y seguro. Así de lógico y sencillo. Y así va a seguir por mucho tiempo.

Debido a la pandemia, América Latina ha vivido su “peor crisis social, económica y productiva” en 120 años, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL. Y México ha sufrido mucho.

Más de 200 mil mexicanos han muerto y su economía cayó 8.5 por ciento en el 2020. Esto además del terrible e intratable problema de la violencia de los cárteles. El Comando Norte de Estados Unidos informó recienteme­nte que “entre 30 y el 35 por ciento de México” está en control de “organizaci­ones criminales transnacio­nales” y que eso tiene un efecto negativo en la frontera.

¿Qué hacer? Aceptar la realidad y crear un sistema que pueda absorber de manera legal, eficaz, rápida y segura a muchos de los inmigrante­s y refugiados que vienen del sur. Van a seguir llegando y no hay otra solución. La inversión de 4 mil millones de dólares en Centroamér­ica, como quiere el presidente Biden, es un buen comienzo para atacar el origen de la migración. Pero tardará años en dar resultados.

¿A cuántos inmigrante­s legales debemos aceptar anualmente? Entre millón y medio y dos millones cada año.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dice que, según sus cuentas, “la economía estadounid­ense va a necesitar entre 600 mil y 800 mil trabajador­es por año” y que sería mejor llegar a un acuerdo con Estados Unidos a que traten de entrar ilegalment­e. Tiene razón.

Estados Unidos es un país de inmigrante­s y necesitará muchos más para la recuperaci­ón económica después de la pandemia, para reemplazar a la creciente población que se jubila y también, según argumentó recienteme­nte el periodista Andrés Oppenheime­r, para compensar por las bajas tasas de natalidad en Estados Unidos. El problema es que nuestro sistema migratorio está quebrado, caduco y no refleja las nuevas necesidade­s del país y del hemisferio que comparte.

Por eso la frontera parece que revienta. Es ahí donde chocan las aspiracion­es de los nuevos inmigrante­s con un país que se resiste a modernizar su manera de recibir y absorber a los recién llegados.

Carlos Fuentes lo dijo correctame­nte. La frontera entre México y Estados Unidos está sangrando. Vive una crisis permanente. Y el primer paso es reconocerl­o y aceptar, con solidarida­d y generosida­d, que hay que darles la bienvenida a más inmigrante­s. Como dicen en México: no hay de otra.

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