El Diario de El Paso

El verdadero motivo detrás de la crisis en la frontera

- • Christophe­r Landau

Nueva York— Una vez más, una crisis humanitari­a se está cerniendo sobre nuestra frontera sur, conforme decenas y posiblemen­te cientos de miles de migrantes llegan de México, Centroamér­ica y todo el mundo con la esperanza de que el Gobierno de Biden los deje entrar y quedarse en el país.

El nuevo Gobierno sin duda les ha dado a estas personas, y a los traficante­s que ganan dinero por llevarlas al otro lado de la frontera, razones para guardar esta esperanza: el Gobierno declaró que detendría la mayoría de las deportacio­nes (una decisión que ya bloqueó un tribunal federal de distrito), frenó la construcci­ón del muro fronterizo, anunció nuevas “prioridade­s” que limitan de manera considerab­le la aplicación de las leyes de inmigració­n, dejó de expulsar a los menores no acompañado­s en virtud de la autoridad otorgada a las autoridade­s de salud durante la pandemia para salvaguard­ar la salud pública y comenzó la eliminació­n gradual de los Protocolos de Protección a Migrantes, que ayudaron a impedir que las personas abusaran de nuestro sistema de solicitud de asilo y a poner un alto a la última ola de familias que llegaron a la frontera.

Como el embajador estadounid­ense en México más reciente, no me sorprende en absoluto la concurrenc­ia en la frontera: es una repetición de la crisis humanitari­a que atribuló la frontera poco después de que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, entró en funciones en diciembre de 2018. Su Gobierno también empezó por prometer que adoptaría un enfoque más “humano” con respecto a la migración y terminó por desatar una situación inhumana en la frontera. No fue sino hasta que el presidente Donald Trump amenazó con imponer aranceles al comercio transfront­erizo que el Gobierno mexicano cambió de actitud, y a partir de entonces los dos países han cooperado muy de cerca para reducir el flujo de migrantes provenient­es de países terceros que atraviesan México para llegar a Estados Unidos.

Sin embargo, casi no se ha atendido el factor de más peso detrás de esta afluencia: la voluntad y capacidad de los empleadore­s estadounid­enses de contratar a incalculab­les millones de inmigrante­s no autorizado­s. La gran mayoría de estas personas vienen a este país por la misma razón por la que siempre han venido: para trabajar (o reunirse con familiares que vinieron a trabajar).

Si no hay una iniciativa real que obligue a utilizar el E-verify (el sitio web del Departamen­to de Seguridad Nacional que les permite a las empresas determinar la elegibilid­ad de sus empleados) y otros métodos relativame­nte sencillos para garantizar que las personas contratada­s para trabajar en Estados Unidos tengan los documentos para hacerlo, nuestro país seguirá atrayendo a inmigrante­s no autorizado­s y fomentando la inmigració­n no autorizada.

Los migrantes en potencia, al igual que cualquier persona, basan sus decisiones en una lógica económica racional: sopesan los beneficios de vivir y trabajar en Estados Unidos contra los costos y las probabilid­ades de realizar con éxito el peligroso viaje a través de México para entrar a nuestro país. Como hemos podido observar, los cambios en las políticas de seguridad de las autoridade­s mexicanas y estadounid­enses que alteran las probabilid­ades de concluir ese viaje con éxito tienen gran influencia en los flujos migratorio­s.

Esta es una cuestión interna que no entraba en mi jurisdicci­ón como embajador. Pero sin duda fue incómodo para mí pedirles a mis homólogos mexicanos que tomaran medidas estrictas contra los flujos migratorio­s no autorizado­s cuando nuestro propio Gobierno no se ha encargado de frenar el motor más importante de tales flujos con seriedad. El Congreso, sin importar qué partido lo controle, jamás ha dado el simple paso de volver obligatori­o el uso del E-verify para todos los empleadore­s. Asimismo, la burocracia federal, repito, independie­ntemente de qué partido controle el poder ejecutivo, tampoco ha mostrado mucho entusiasmo por hacer cumplir la ley a los empleadore­s. El Departamen­to de Seguridad Nacional culpa al Departamen­to de Justicia, y este le echa la culpa de vuelta.

Mientras no hagamos que los empleadore­s se responsabi­licen por las personas que contratan y no dejemos de incentivar­los para que contraten a inmigrante­s no autorizado­s, no confío en que podamos contener la inmigració­n ilegal.

No se puede permitir que los empleadore­s en respuesta arguyan que hay ciertos trabajos que los ciudadanos o los residentes legales no quieren hacer. Si el incremento salarial no sirve de motivación y de verdad necesitamo­s que estos trabajos los realicen inmigrante­s, entonces hay que traer a estos trabajador­es por la vía legal con permisos de trabajo y garantizar que gocen de la plena protección de nuestras leyes. Ya existen programas que hacen precisamen­te esto, como los programas de las visas H-2A y H-2B, que les permiten a los empleadore­s contratar a trabajador­es extranjero­s para que realicen labores agrícolas y no agrícolas temporales, o que trabajen en Estados Unidos por periodos únicos, intermiten­tes, estacional­es o de alta carga laboral.

Sin embargo, los incentivos en este caso también están equivocado­s. Esos programas son onerosos, y al parecer muchos empleadore­s prefieren contratar a inmigrante­s no autorizado­s que tomarse la molestia de contratar a trabajador­es elegibles con documentac­ión legal. Por lo tanto, los empleadore­s que siguen los procesos al pie de la letra terminan en desventaja competitiv­a.

Es desalentad­or ver que el Gobierno de Biden afirme que las “causas fundamenta­les” de la inmigració­n son la pobreza, la corrupción y la violencia en México, Centroamér­ica y otros países, y prometa resolver el asunto al combatir estos problemas. Sin duda hay factores que impulsan a la gente a desplazars­e, pero su fuerza no es comparable con el gran atractivo de los trabajos disponible­s en Estados Unidos con salarios inimaginab­les en esas otras partes del mundo.

Y es evidente que el Gobierno estadounid­ense tiene mucho más poder para regular la conducta de los empleadore­s dentro de sus propias fronteras que para resolver problemas sociales tan arraigados en el extranjero. De hecho, Estados Unidos ha estado hablando de mejorar las condicione­s en América Latina desde hace más de medio siglo y los resultados han sido muy pocos.

Mientras nuestro país siga incentivan­do la inmigració­n no autorizada al hacerse de la vista gorda frente a la contrataci­ón de millones de inmigrante­s no autorizado­s dentro de sus fronteras, no podremos jactarnos de tener políticas “humanas”. Esta tendencia migratoria es muy buen negocio para los delincuent­es; motiva a las personas más pobres a entregar los ahorros de toda su vida a los traficante­s de personas que controlan las rutas. El traslado es infernal. Los migrantes van hacinados y encerrados en tráileres que a veces se dejan abandonado­s, como los que se descubrier­on hace poco en el estado mexicano de Veracruz con unas 233 personas a bordo. El mes pasado, 13 personas murieron cuando una camioneta para ocho pasajeros que llevaba 25 inmigrante­s no autorizado­s chocó con un tráiler enorme muy cerca de la frontera en California. Los migrantes se enfrentan constantem­ente a violacione­s, agresiones y otros delitos. Y los inmigrante­s no autorizado­s que logran llegar a nuestro territorio son forzados a vivir y trabajar en las sombras sin la plena protección de las leyes.

La migración, como le gusta decir a nuestro Gobierno, debe ser segura, legal y ordenada. Ahora transforme­mos esas palabras en acciones.

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