UVALDE Y YO
No es mi intención describir lo que ocurrió en Uvalde esta semana, ni explicar cómo me siento al respecto, porque ustedes ya lo saben. Estamos de luto por las víctimas y sentimos solidaridad con su seres queridos. Al mismo tiempo, quisiera compartir algunas ideas que he pensando –a raíz de esta tragedia provocada por ser humano– que considero puedan ser de utilidad para los demás.
El judaísmo enseña que tenemos que crecer personalmente a partir de todo lo que vemos o escuchamos. Esto es algo imposiblemente difícil de hacer cuando lo que vemos y escuchamos es que 21 almas, preciosas e inocentes, fueron asesinadas a balazos en una escuela primaria. Puede incluso sentirse despiadado. Pero la naturaleza humana implica procesar todo lo que vemos y escuchamos, incluso, o especialmente, como secuela de un evento terrorífico como el de Uvalde.
Aunque lo hagamos desde el subconsciente, intentamos darle un sentido a lo que vemos.
En lo personal, parte de mi reacción instintiva al enterarme de la masacre fue indagar el perfil de atacante. Me dije a mí mismo que era una persona con la que no tengo ninguna relación. Intenté justificar a mi dolida humanidad pensando que alguien que cometió algo tan atroz debe tener un desequilibrio mental.
Tal vez era la encarnación del mal, probablemente ni siquiera humano. ¿Acaso había otra manera de explicarlo?
Fue entonces que me sorprendí a mí mismo. Me recordé que la locura es una débil escusa para el mal y que el atacante era, de hecho, en definitiva un ser humano. Entonces, ¿qué salió mal? ¿Cómo era posible que alguien cometiera actos tan horrendos?
La tradición judía establece que cada persona nace con dos fuerzas internas en pugna. Una es la instintiva fuerza de supervivencia que me motiva a cuidarme y tener éxito en la vida. La otra fuerza me lleva a encontrar significado y propósito, a alcanzar metas mayores que mí propio ser y a dejar un impacto positivo en la sociedad y mi mundo alrededor.
Aunque una fuerza es egoísta y la otra es desinteresada, ambas ocupan mi mente y están en constante conflicto. Cada dilema moral que enfrento es la manifestación de ambas fuerzas internas, jalando en direcciones opuestas. Sólo yo puedo escoger qué inclinación seguir. No me pueden culpar por mis propias luchas internas, pero en definitiva son responsable de mis decisiones. La mayor parte del tiempo la mayor dificultado no es decidir entre lo bueno y lo malo, pero tomar en los hechos las decisiones correctas. La mayoría de las veces las decisiones correctas son las más difíciles y necesito escoger el altruismo sobre el egoísmo, la conciencia divina sobre el egocentrismo.
En el libro de Génesis aprendemos cómo la humanidad surgió de una sola persona. El Talmud explica que Dios creo un solo ser humano en el principio para ilustrar la preciosidad de una sola vida y qué tan importantes son las decisiones individuales.
Las consecuencias de tales decisiones por lo general no sacuden la tierra, pero la posibilidad de que las luchas internas se transformen en graves crisis, con consecuencias de gran impacto, es real. Entre más me entreno para tomar las decisiones correctas en las luchas pequeñas y rutinarias, estoy más preparado para tomar las decisiones correctas cuando me impacten esas batallas que sacuden las vidas.
Un hombre joven tomó una horrible decisión, perversa y egoísta, esta semana. Pero no soy ni juez ni jurado. Como simple humano, me quedo con las siguientes preguntas: ¿Estoy tomando mejores decisiones en mis batallas personales? ¿Son mis decisiones personales una inspiración para que otros escojan lo bueno sobre lo mal o el bien sobre el mal? ¿Estoy educando a mis hijos de manera efectiva para identificar esas luchas y para apreciar qué tan relevantes son sus decisiones para Dios y la sociedad?
Mientras que los funcionarios públicos y los legisladores continúan persiguiendo a quienes cometen crímenes y diligentemente buscan mejores maneras para frenar al crimen, como sus funciones principales, nos toca a nosotros hacer el trabajo real en nuestro alrededor.
Esto implica tomar las decisiones correctas en nuestras vidas y enseñarlas, con palabras y ejemplo, a nuestros hijos además de inspirar a quienes nos rodean. Puede parecer muy poco, pero si cada individuo es un mundo entero, podría ser la fórmula que permita que algo como lo de Uvalde no vuelva a ocurrir jamás.