El Diario de El Paso

Al salir el sol, pastor alimenta a migrantes

En una singular estación de comida, desde hace dos meses, hombres, mujeres y niños encuentran café, burritos y hasta yogur…

- Cindy Ramírez/el Paso Matters

S on cerca de las 7 de la mañana cuando el sol comienza a salir, dando la bienvenida y calentando a los hombres, mujeres y niños que se preparan para pasar el día en las aceras de las calles Father Rahm y Oregon.

En la esquina, Luis Ávila instala carpas con dosel de diferentes colores, coloca cajas de agua embotellad­a, una olla llena de café caliente y cajas de burritos fríos, sándwiches y papas fritas en mesas plegables blancas. En este día a fines de enero, también hay tazas de sopa, yogur y galletas.

Ávila, pastor de Palabra Viva New Life Ministries, instala la estación de comida para los migrantes alrededor de la Iglesia Católica del Sagrado Corazón en el sur de El Paso, quienes pronto harán fila para una comida y una oración.

“Estamos aquí para servir a nuestros hermanos y hermanas día a día”, dijo Ávila, quien se ofreció como voluntaria para atender a los migrantes todos los días desde mediados de noviembre.

No se ha perdido un día, pasando allí los fines de semana, Acción de Gracias y Navidad. “Es nuestro llamado, principalm­ente por nuestro amor a Dios, y segundo, por nuestro amor por las personas”.

Ávila y Freddy Flores, feligrés de la iglesia cristiana Palabra Viva, continúan ayudando a los migrantes congregado­s alrededor del Sagrado Corazón. Estaban allí cuando llegó un número histórico de migrantes a El Paso.

Han visto disminuir el número de migrantes de más de 500 a unas pocas docenas a medida que cambiaron las políticas de inmigració­n y creció la presencia de las fuerzas del orden público en la frontera. Y han visto a muchos detenidos por agentes de la Patrulla Fronteriza que han tomado medidas enérgicas en el área, dijeron.

“Esa es la parte más desgarrado­ra”, dijo Flores, de 50 años, llevándose la mano al corazón. “Llegaron hasta aquí, y con solo estar del otro lado de la calle los recogieron. Ves el miedo y la decepción en sus ojos”.

Los dos hombres a menudo son ayudados por un puñado de pastores, feligreses y miembros de la comunidad del área que regularmen­te llevan alimentos, ropa, artículos de tocador y otras necesidade­s básicas a los migrantes varados allí, muchos de los cuales ingresaron al país sin ser procesados por la Patrulla Fronteriza y sin dinero. para viajar fuera de la zona. Otros se ofrecen como voluntario­s directamen­te con ya través de la iglesia, que abre su gimnasio a los inmigrante­s por la noche.

Pero Ávila y Flores son dos constantes, no se han perdido un día desde mediados de noviembre, a veces como voluntario­s allí durante más de 12 horas seguidas.

“Nos despertamo­s, están aquí. Oscurece o hace frío y están aquí”, dijo Jovana, una venezolana de 27 años que se ha hospedado en el Sagrado Corazón desde que llegó a El Paso hace tres semanas. “Es bueno verlos aquí todos los días ayudándono­s después de todo lo que hemos pasado para llegar aquí”.

Ávila ha estado en sus zapatos. Es un inmigrante de México que durante años trabajó en los campos de lechuga y fresas en Salinas, California antes de venir a El Paso hace más de dos décadas.

“Entiendo sus necesidade­s, su situación. Sentí la desesperac­ión por una vida mejor. Yo también sufrí”, dijo Ávila, de 55 años, quien ha servido como pastor durante 13 años. “Cuando vimos a estos inmigrante­s aquí, no hubo dudas de que teníamos que venir a ayudar”.

Su esposa, Ruth, y sus cuatro hijos mayores también pasan a menudo para ayudar y saben que estar separado de ellos es parte del sacrificio que Ávila hace para ayudar a los demás.

Ávila y su esposa también ministran y son voluntario­s en Juárez, donde se estima que unos 20,000 migrantes de América del Sur y Central esperan la oportunida­d de solicitar asilo en los Estados Unidos. Reparten burritos desde la ventanilla de su automóvil mientras conducen por el centro de Juárez en su camino para colocar mesas con comida y agua para hasta 200 personas en un refugio cerca de la frontera. También ayudan a administra­r un albergue en la iglesia Ministerio­s Palabra Viva que alberga a 25 personas. “Es mucho más abrumador allí ahora”, dijo Ávila. “La necesidad es increíble”.

Flores, un inmigrante de México, vivió en Miami durante 20 años y formó su familia allí antes de venir a El Paso hace años. Ver a los migrantes llegar sin nada más que la ropa que llevaban puesta lo atrajo a ayudar.

“No tienen agua, ni comida, ni adónde ir, ni dónde quedarse, ni dónde dormir”, dijo Flores. “Nuestro sacrificio de estar aquí para servir todos los días no se compara con sus viajes”.

Una de las satisfacci­ones que obtiene Flores de su trabajo es escuchar a los migrantes a través de las redes sociales o aplicacion­es de mensajería una vez que han llegado a su próximo destino.

“Ver que han llegado a salvo a donde iban es gratifican­te”, dijo. “Que expresen su gratitud por la acogida y la ayuda que recibieron aquí lo es aún más”.

Los dos hombres dicen que son bendecidos por personas de todo El Paso, así como personas de ciudades de todo el país, que continúan entregando donaciones para los migrantes y, a menudo, les ofrecen palabras de apoyo por su trabajo.

Su trabajo es gratifican­te, dijeron, aunque a menudo es agotador y emocionalm­ente agotador.

“Nos hemos ido a casa llorando”, dijo Ávila. “Tratamos de servir pero lo que hacemos no es suficiente. Lo que más golpea es ver a los niños viviendo aquí en las calles, con frío, hambriento­s. Solo podemos proporcion­ar algo de comida, ropa, oración. Nos vamos de aquí con lágrimas en los ojos”.

¿Cuánto tiempo más planean los dos hombres ser voluntario­s?

“Estaremos aquí todo el tiempo que sea necesario”, dijo Ávila. “El tiempo que sea necesario”.

Lo que más golpea es ver a los niños viviendo aquí en las calles, con frío, hambriento­s… Nos vamos con lágrimas en los ojos” Luis Ávila

Pastor

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Freddy Flores, al centro, y el pastor Luis Ávila, a la izquierda, sirven a los extranjero­s afuera del templo del sagrado Corazón

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