La llegada del rebelde
Luis Suárez cambió las lágrimas y la rabia por la ilusión. Jugar al fútbol cura heridas y devuelve las ganas de vivir retos y eso ocurrió al fenomenal centro delantero uruguayo desde julio de 2014, cuando inhabilitado por un castigo impuesto por la FIFA durante la Copa del Mundo de Brasil, se desvinculó " # !
Suárez tiene algo de chico malo de las canchas. Incorregible y fúrico, su instinto le suele dominar por sobre la razón y en ocasiones cae en provocaciones o toma justicia por cuenta propia de formas muy poco ortodoxas e ilícitas, como aquellas mordidas en Inglaterra o en la mencionada Copa del Mundo, un escupitajo o algún codazo oculto hacia un rival.
Pero estos detalles de callejón cada vez mucho más esporádicos y su inactividad forzada por cuatro meses tras la sanción de FIFA, volvieron a poner signos de interrogación sobre la llegada de un futbolista con condiciones de juego más allá de lo común, pero ciertos rasgos de carácter preocupantes respecto a la integración del grupo.
Sin embargo, Suárez cayó como agua de mayo. Su integración con el grupo fue fantástica y su acoplamiento al dúo de Messi y Neymar Jr. difícilmente pudo resultar mejor.
Tan bueno ha sido el desembarco de Suárez en la costa catalana que durante la semana, en el triunfo por 3-1 sobre el Athletic con el ! $ la Copa del Rey, marcó con una volea digna de videojuego su gol número 100 como futbolista blaugrana.
Messi, Neymar Jr. y Suárez son un deleite quizá irrepetible en un mismo club y un orgullo del fútbol de Latinoamérica. Han sabido derribar las barreras del nacionalismo y demostrado como la humildad y el respeto " ras en torno a un balón.
Se divierten con la pelota como lo hacen tres niños en un jardín y eso, para el fútbol moderno, tan estricto en la mecánica y el poder físico, es oro puro.
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