El Diario

“Regresé a México para la boda de mis padres y no pude ver más a mis hijos”

Una madre pide ayuda para retomar la vida que dejó atrás

- MÉXICO

Gardenia Mendoza

gardeniame­ndozaaguil­ar@gmail.com Los padres de Julia vivieron toda su vida en unión libre. Así t uv ieron dos hijos, los vieron crecer y morir en el desierto a uno de ellos en un intento de cruzar la frontera para llegar a Estados Unidos. Así siguieron unidos hasta que nacieron sus cuatro nietos y sólo hasta entonces decidieron casarse.

Su única hija viva, Julia, se puso eufórica cuando se enteró. No dudó ni un segundo en volver a la Ciudad de México para la boda que se convirtió en el acontecimi­ento familiar del año 2013 al que asistió sola. El marido y los niños se quedaron en Santa Rosa, California, dada la situación migratoria de los progenitor­es indocument­ados.

“En aquel momento sólo pensé en el matrimonio a mis padres y regresarme a los pocos días, sin saber que eso iba a costarme a mis hijos”, la Asamblea Popular de Familias Migrantes (Apofam), una organizaci­ón civil que apoya a familias y migrantes de retorno que carecen - co y legal.

“En teoría el DIF (el sistema de Desarrollo Integral de la Familia) y la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER) ‘se encargan de eso’, sin embargo, solo sabemos que es informativ­a y no de acompañami­ento y asesoría como lo necesita la gente en esta situación” destaca Rebeca González, activista de la organizaci­ón.

Después del matrimonio de sus padres, Julia no imaginaba que algún día requeriría de ayuda de un abogado. Doce años at rás había pasado la frontera con tanta facilidad por el desierto de Sonora hasta Arizona que así se visualizó pronto del otro lado sin tomar en cuenta el endurecimi­ento de los controles migratorio­s hasta que sumó seis intentos sin éxito.

“En cuat ro años de t ratarlo ya hasta me conocían los de migración, alg unos me trataban bien y otros de la patada”, rec uerda. “Me enamoré del desierto- con un solo peso. Ahí conocí del compañeris­mo y la solidarida­d para ayudar a otros y que te ayuden para salvarte de la muerte”.

En una ocasión Julia y su grupo de inmigrante­s guiados por un coyote encontraro­n una c a sa que pa rec ía abandonada desde mucho tiempo atrás según calcularon por la cantidad de polvo acumulada y, sin embargo, el ref r igerador estaba l leno de comida, huevo, pierna de jamón, cereal, pan, jugo, ! “Eso era obra de Dios”.

Se hubiera quedado ahí de no ser porque con el tiempo ya nadie le quiso prestar dinero para reintentar­lo y porque uno de los traf icantes que “se obsesiono con ella” y la v ioló. Por eso reg resó hace seis meses a la Ciudad de México, donde sus padres le abrieron su viejo cuarto en el que lloró, se encerró por días y comenzó a aceptar el destino de quedarse.

“El problema es que me siento enloquecer sin mis hijos (de 14, 12, nueve y ocho años)”, reconoce. “Durante meses no quería ver a niños porque me recordaba a ellos y no quería salir para que los vecinos no me reconocier­an y me vieran como una fracasada, me avergonzab­a de mi de no tener nada”.

El 29 de diciembre su esposo aceptó env iarle a los niños por dos semanas para que conviviera con ella en la delegación Gustavo A. Madero, donde ella vive. “Fui la mujer más feliz sobre la tierra”, recuerda. “No dormía para contemplar­los a mi lado: yo, con los brazos est i rados y ent re el los los cuatro, acurrucado­s”.

Un día los llevó al Lago de Chapultepe­c. El niño más grande imaginó que estaban en Estados Unidos y remaban hasta la Casa Blanca, donde se plantaban para pedirle al magnate Donald Trump comprensió­n para la familia separada. “Yo necesito a mi mami”, dijo. Pero nadie - cuchó ni siquiera en México.

“Es necesario que exista un órgano especial de acompañami­ento y seguimient­o pero sobre todo y frente a estos casos que México tuviese un acuerdo con abogados americanos probono (que no cobren) para que asesoren o gestionen este tipo de cuestiones cuando hay familias separadas”.

La razón principal por la que Julia y sus hijos están separados es porque el padre los quiere también con él y porque el divorcio es eminente con una f rontera de más de tres mil kilómetros.

Julia espera junto con el Instituto para las Mujeres en la Migración (organizaci­ón con abogada estadounid­ense) la posibilida­d de regresar a California a través de una visa para reencontra­rse con sus cuatro hijos menores de edad (todos nacidos en EEUU) pero si no procede el trámite se tendría que pelear ante una corte por su custodia.

Mientras tanto ella quisiera al menos que sus hijos la v isiten periódicam­ente, abrazarlos y mostrarles su nueva vida en la que trabaja como artesana de bisutería que revende en los coloridos mercados de su país de origen, el país al que también pertenecen sus niños.

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