M
is vacaciones empezaron el mismo día que tirotearon al congresista en Alejandría. ~ el “Breaking News”, el mismo día fue el tiroteo en las instalaciones de la UPS en San Francisco.
La paz en estos días turbulentos es lo primero que uno quisiera empacar para ir de vacaciones.
El primer destino fue Londres donde haría una escala de 5 horas para llegar a Hamburgo.
Déjenme explicarles que mis vacaciones familiares tienen un elenco variado: un esposo sesentón que no cree en carry ons “porque ahí no cabe nada”, una hija millennial que cree que se las sabe todas y una abuela fuerte que no se siente vieja pero que decidió, según nos cuenta a todos, caminar lento por miedo a caerse (porque según ella “el que se cae después de los 70 no se vuelve a levantar”).
Mi gran combate diario contra * hacer realidad todos mis sueños, hace que hoy me atreva a casi todo. Hasta a viajar con ellos. En los aviones ya no le temo a las turbulencias. Eso era antes. Ahora en el Rosario que rezo antes de despegar pido que me toque una
tripulación feliz, un piloto que no esté deprimido, e imploro ayuda extra para que Dios me libre de la compañía de algún racista que se moleste porque hablo en español.
Antes de la era Trump eso nunca se me hubiera ocurrido....
Después de 8 horas volando, en las que mis deseos fueron cumplidos, llegamos a Londres donde todas las pantallas de los televisores de Heat hrow sólo hablaban del incendio en Grenfell Tower. Las portadas de todos los periódicos tenían la misma noticia. Y es que a Inglaterra le han pegado duro últimamente. La foto del sábado con toda la familia real reunida en el balcón del palacio se necesitaba para volver a creer en cuentos de princesas....
Caminando por Heathrow veo chinos, hindúes, africanos... Hoy en ese aeropuerto todos se ven felices. Y en medio de la prisa que todos parecen llevar, se siente paz.
Una hora y 10 minutos después aterrizamos en Alemania. Mi primera vez en Hamburgo. Y comencé a sentir la impotencia de no entender nada ni de lo que oigo y menos de lo que leo.
De pronto, en la pastelería de la estación del metro oigo una voz conocida.
Es Luis Fonsi cantando “Despacito”. Y después de ponerme a bailar en Hamburgo, agradezco en silencio a él y a la panameña Erika Ender por haber logrado con su canción lo que tanta falta nos hace a todos en el mundo en este momento: sentirnos unidos.
Vamos a lograrlo, aunque sea despacito...