El Diario

De la cárcel a empleador de ex-reos

- Ana B. Nieto

El dominicano Coss Marte fue condenado a siete años, ahora trata de contratar a ex-convictos para un gimnasio que le gustaría convertir en franquicia

Tres veces por semana los entrenador­es van al penal de Rikers Island a trabajar con algunos de los presos. Es algo que ocurre desde hace un año y el objetivo es que cuando salgan de la prisión puedan estar preparados para dar clases en el gimnasio que abrió Coss Marte en 2016. “Mi misión es trabajar con gente que ha estado presa, yo doy la oportunida­d a la gente que sale de prisión” , explica este joven dominicano de 32 años fundador y dueño del gimnasio ConBody.

Él sabe las dificultad­es que tienen quienes han pasado por una cárcel, o por varias. Lo sabe por experienci­a. A los 23 años, fue sentenciad­o a siete años de prisión y su libertad condiciona­l acabó cuando tenía 29.

Cuando salió de la cárcel “nadie me quiso dar trabajo”. Esto ocurrió antes de que entrara en vigor la ley Ban the Box en 2015 en Nueva York que prohíbe preguntar a quien solicita un empleo si ha sido condenado hasta que el proceso de selección de personal está en la última fase.

“Fui a Times Square, a Herald Square, a todos los sitios con tiendas pero nadie me daba trabajo. A veces mentía en las aplicacion­es pero es que si no lo hacía no me dejaban ni siquiera hacer entrevista”, recuerda.

Marte fue detenido “como 10 veces desde los 13 años, las primeras veces apenas por días”. Fue la venta de marihuana en el barrio que se crió, el Lower East Side, lo que le llevaba a prisión.

Él fumaba desde los 11 años y cuando la gente se dió cuenta que tenía acceso a conseguirl­a le empezaron a pedir. Para él fue muy atractivo ganar dinero porque todo lo que quería en la vida era “ser rico”.

Su realidad siempre había sido la contraria. Su madre llegó embarazada de él de la República Dominicana y aunque trabajaba en una factoría haciendo camisetas en la casa no sobraba el dinero. “Yo quería cosas que tenían los otros muchachos, los tenis, la Gameboy, la música, pero nosotros no teníamos dinero y me frustraba, por eso quería ser rico”.

La venta de droga le llevó a esa meta.

“Nadie quiere ir a la cárcel y pasar por ello pero yo sentía que el dinero entraba y era mi oportunida­d”, explica.

En una de las ocasiones que tuvo que comparecer ante el juez, Marte cambió los jeans demasiado grandes que llevaba y la gorra de baseball que se ponía al revés, como tantos otros chicos de su edad, por un traje y una corbata. “Y me di cuenta que nadie me paraba, la policía ni se fijaba en mi”.

La apariencia que le daba el traje disfrazaba la ilegalidad de sus acciones y con esa lección aprendida, al salir una vez más a la calle decidió llevar de compras a las más de 20 personas que ya formaban su red de venta de drogas.

“Tenía 17 años. Compré trajes, corbatas, zapatos, cinturones a todos”. E imprimió tarjetas. “Vendíamos happy endings, servicios de fiestas...”.

Cumple condena

Con ello y la gentrifica­ción del barrio a partir de 2002 y la llegada de los hipsters, su negocio se disparó. Pasó de ser un vendedor de barrio a controlar una red de ventas que servía a profesiona­les de la ciudad que pagaban bien por lo que recibían.

El servicio de 24 horas funcionó tan bien que necesitó más de siete celulares para mantener el contacto de sus clientes con los que llegó a ganar dos millones de dólares al año. Uno de esos celulares, que tenía uno de los miembros de su red y usaba para quitarle los clientes terminó en manos de las autoridade­s y con ello se vino abajo todo. Nunca tuvo miedo de caer desde tan alto porque pensaba “que estaba blindado”. “No creía que el servicio pudiera fallar, era muy profesiona­l”.

Pero falló y ser uno de los mayores servicios de venta de droga en la ciudad le valió una larga condena en el Greene Correction­al de Coxsackie en Nueva York.

Al llegar al penal pasó por los servicios médicos y los médicos le dijeron que tenía tan alto el colesterol que no pensaban que pudiera vivir más de cinco años. Eso significab­a que Marte, que tenía un hijo pequeño, moriría en la cárcel.

Comienza entrenamie­nto

El penal no es lugar para hacer dietas así que el joven, que con cinco pies y ocho pulgadas pesaba 231 libras, empezó a hacer ejercicio. Al principio fue un fracaso pero un día salió al patio del penal y se puso a correr y andar. Lo hacía mal pero terminó haciéndose con una rutina que le permitió rebajar 70 libras en seis meses. Estaba tan centrado que los otros presos le llamaban “fat Forrest Gump”.

Pero uno de ellos le pidió entrenarse con él. Y este hombre perdió 80 libras y trajo a sus amigos.

Así Marte empezó a entender la disciplina del entrenador. El momento decisivo llegó cuando hizo un programa

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