Alberto Ayala:
A las 2:00 de la tarde, la temperatura en Jojutla, Morelos, es tan caliente que la casa de plástico donada por el gobierno chino, ubicada en la calle de Cobarrubias 101 no es más que un baño sauna: cinco minutos adentro bastan para empaparse de sudor y Guadalupe Ortega prefiere vivir afuera, debajo de un árbol de tamarindo.
El sismo del pasado 19 de septiembre tiró la construcción que tenía. “Me salvé de milagro con mis dos nietos porque nos metimos debajo de aquella litera’’, señala hasta el fondo del terreno baldío detrás del árbol donde ella se encuentra con su brasero de carbón que sirve de estufa; la real, donde cocinaba panquecitos para sobrevivir, se partió con un pedazo de cemento.
Guadalupe trasladó también debajo del tamarindo un gabinete destartalado, algunos trastes, una cubeta y un garrafón de agua. Juguetes de los niños yacen tirados sobre la tierra, a lado de ropa apilada en cajas y dos sillones donde se sienta a pensar lo peor y qué hará cuando lleguen las lluvias del verano y tenga que meterse al purgatorio azul plastificado.
“Seguimos sin nada. El apoyo que prometió el gobierno fue mentira’’, comenta con la mirada perdida mientras espera que su hija regrese con unos pesos para sobrevivir porque no hay trabajo: el comercio en la zona centro quedó sepultado por los escombros que siguen ahí como si no hubiera pasado el tiempo.
El gobernador Graco Ramírez dijo al endeudar el estado para el programa de reconstrucción, que todo estaría bien en seis meses, pero hasta ahora sólo hay tierra por todas partes para cambiar el drenaje y el entubado de agua; y las viviendas, en la ruina.
Solo promesas
El gobierno federal prometió dar dinero para la reconstrucción de las casas de las 2,800 familias damnificadas de Jojutla, a través de una tarjeta del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden) que según el discurso debería tener 6,600 dólares —una parte en efectivo para pagar mano de obra y otra canjeable para la reconstrucción— pero cuando quieren usarla no tiene nada. Igual pasa con lo prometido por la administración local.
“A veces no tenemos ni para comer, y menos para levantar algo’’, sentencia Guadalupe.
Por eso cuando la echaron del centro de la ciudad, donde se refugió al principio, no dudó en moverse con todo y la lona azul asiática hasta el terreno donde antes tenía su casa de tabicón. Su hijo y algunos amigos cargaron aquel «El ayuntamiento y los particulares nos quieren cobrar por llevárselos como nos quieren cobrar por el agua»