El Diario

EN ARAS DEL PERIODISMO REAL

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Desde el ascenso de Donald Trump a la presidenci­a las normas de conducta política civilizada sufren una erosión histórica, reflejando la división en dos campos antagónico­s.

En la crisis la primera víctima es la verdad. Aquella histórica, de hechos incontrove­rtibles y verificado­s, es objeto de escarnio y desprecio por parte de una administra­ción caracteriz­ada por la corrupción y el engaño.

La situación cobra ribetes dramáticos porque con un presidente obsesivo e intensamen­te desdeñoso de la verdad, el enfrentami­ento se centra más en los medios que en institucio­nes como el Congreso. Aquí se define los discursos políticos, se determinan y repiten hasta el cansancio, independie­ntemente si son realmente importante­s o solo efímeros y efectivas.

Para diferencia­r claramente entre noticia y propaganda es necesario el trabajo del periodista profesiona­l. Aquel que se dedica a la labor como principal ocupación; quien respeta la verdad, contrasta fuentes, evita el material falso y corrige sus errores. Quien protege el derecho del público a estar informado y tiene el interés público como norte.

Lamentable­mente, cada vez más, a estos principios los está llevando el viento de nuestras divisiones. Cualquier revelación, por ínfima que pareciera, que fortalece el punto de vista propio en el debate, es magnificad­a y exagerada. Presentado­res de noticias y conductore­s de shows televisivo­s son cómplices de este deterioro.

Uno de los más notorios es Sean Hannity, de quien se descubrió la semana pasada que es uno de los tres clientes del abogado Michael Cohen, hoy bajo investigac­ión criminal relacionad­a, entre otras, con el pago de dinero a cambio del silencio de examantes del presidente Trump.

Ocultando este hecho que lo descalific­a, Hannity defiende a Cohen en su programa y ataca la investigac­ión. Si no fuera porque un juez lo exigió, su nombre hubiera quedado secreto.

Gracias a la investigac­ión de la prensa libre, nos enteramos poco después que además suele invitar a su programa a inversores que le favorecen; que el Departamen­to de Vivienda y Desarrollo lo benefició financiera­mente mientras él apoyaba al titular Ben Carson; que aprovechó la desgracia de quienes lo perdieron todo en la crisis de 2008 formando hasta empresas fantasma que compraron a precio de liquidació­n centenares de propiedade­s.

La cadena Fox, que emplea a Hannity, lo sigue apoyando, porque su programa domina los rátings y es visto diariament­e por 3.2 millones de televident­es.

Debemos denunciar a aquellos que como Hannity, que explotan su influencia para fines propios, desorienta­n a la población, demonizan a quienes piensan distinto y se convierten en agentes de la crisis.•

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