El Diario

Centroamer­icana: “Sólo tengo a mis dos hijas y nadie me las va a quitar”

A Dunia Méndez la asustan más los sicarios en Honduras que las políticas migratoria­s de Trump

- Gardenia Mendoza MÉ XICO

Dunia Méndez se encoje en el sillón y abraza a sus niñas mientras piensa en qué va a hacer después de caminar con ellas un mes entre las vías del tren, carreteras y descampado­s; después de pedir limosna por cada rincón de este país, luego que le pusieron una pistola en el pecho y los mareros la buscaron con una linterna entre los vagones del tren.

En este momento, en el albergue de la Ciudad de México donde se esconde, puede contar sus pertenenci­as: unas sandalias de plástico, un suéter, una falda, cero pesos, un refugio temporal y las dos pequeñas de 11 y siete años que no quieren salir del primer lugar en muchos años donde se sienten seguras.

“Sólo tengo a mis hijas y nadie me las va a quitar‘‘, dice en entrevista con este diario.

La noche anterior no pudo dormir. Cuando salió de Honduras, el 12 de mayo, huyendo de un grupo de sicarios que la buscaban por cielo, mar y tierra para saldar cuentas familiares, ni siquiera pensó que iba a dudar en llegar a Los Angeles, donde vive su hermana, el único familiar que le queda con vida.

Llevaba muchos años pidiendo que me fuera, pero a mi me gustaba vivir allá: es mi país.

Corrió sólo cuando se vio acorralada en una cuartería rodeada de “banderas‘‘ (chivatos) de los pandillero­s, drogándose, “todos bolos‘‘, desnudos y supo que el siguiente paso sería que violaran a sus hijas y la mataran a ella para terminar con la vendeta contra su hermana.

Dunia no tiene idea de por qué mataron a su hermana, pero los asesinos se metieron al cuarto que rentaba con otras cuatro chicas y les dispararon en la cabeza; dos de ellas tenían 15 años, Julissa Maricela “La Chela‘‘, la hermana, 21. Al poco tiempo huyó la hermana menor a California y allá la espera.

Pero ella no quiere seguir hacia el norte a pesar de que ya vio en la televisión que Donald Trump no la separará de sus niñas si se entrega a las autoridade­s estadounid­enses para pedir asilo. No le cree y no quiere seguir mendigando, ‘charoleand­o’, dice ella, hacia el norte. “La mayoría de los mexicanos han sido muy buenos conmigo, nos dan cinco, 10, 20 pesos. Una señora en pero ha sido muy difícil‘‘.

Lo peor fue esconderse al fondo de un vagón de tren cuando los mareros buscaban migrantes para extorsiona­r. “Andaban con linternas, pero estaba muy oscuro y desde abajo no nos vieron‘‘.

Mientras escuchaba la respiració­n de sus hijas tiradas pecho tierra, obligadas a guardar silencio, Dunia sacó la cuenta de todos sus sinsabores desde que murió su madre; a su padre, ni lo conoció.

Tenía 16 años cuando quedó completame­nte huérfana y engatusada por algunas amigas se fue a vivir a Guatemala, donde conoció al padre de las chiquillas. Vivió con el hasta que no pudo más con las tundas que le propinaba borracho (le rompió un brazo) y quemaba ropa, las echaba a la calle cuando ella se le enfrentaba. Por eso regresó a Honduras hasta que mataron a la hermana.

“Me gusta aquí‘‘, concluye. Me dijeron que puedo pedir asilo y yo voy a trabajar aunque sea a limpiar, a trabajar en restaurant­es, a ver qué más hay, ¿que me pagarán muy poco? Sí ya sé, pero algo es algo, ¿no?l

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