Historia
La actual polarización que viven muchos países latinoamericanos no es nueva. Los dos extremos políticos –izquierda y derecha— siempre fueron una piedra en el camino para las fuerzas del progreso, la paz, la libertad y la democracia.
El mismo Libertador Simón Bolívar experimentó el sabor amargo de estos grupos extremistas en plena fundación de las repúblicas independientes.
La batalla del Puente de Boyacá del 7 de agosto de 1819 permitió a Bolívar emprender una ofensiva militar desde Nueva Granada hasta el Alto Perú (hoy Bolivia). Después de esta victoria crucial, las fuerzas independistas se nutrieron en lo que anteriormente fue territorio de los chibchas, los incas, aymaras y otros pueblos originarios del nuevo continente.
Luego, el Congreso de Angostura aprobó la creación de la Gran Colombia, la cual tenía como base los territorios del antiguo Virreinato del Nuevo Reino de Granada, lo que anteriormente fue la Capitanía General de Venezuela y la presidencia de Quito. Bolívar fue elegido como Presidente y Francisco de Paula Santander como Vicepresidente. La fundación de la República de la Gran Colombia cimentaba los ideales del Libertador.
Sin embargo, las divergencias políticas y algunos intereses mezquinos que se gestaron terminaron por sucumbir su proyecto político ante sus propios ojos. El 13 de mayo de 1830, Quito y las otras provincias de Ecuador se separaron de la Gran Colombia. En septiembre de 1830, el Congreso de Valencia en Los antecedentes históricos en la región dan cuenta de la lucha entre la derecha y la izquierda. Venezuela aprobó una nueva Constitución local y eligió a José Antonio Páez como el primer presidente de la República de Venezuela.
Algo similar sucedió en el Alto Perú (Bolivia). Bolivia se constituyó como el prototipo de la lucha de dos facciones de poder. Por un lado, el ala representada por el Mariscal Andrés de Santa Cruz, héroe militar que apoyó a Bolívar en todos sus objetivos, incluyendo la formación de un gran estado independiente.
Por otro lado, un grupo de ex realistas liderados por Casimiro Olañeta, quienes pertenecían a los sectores más conservadores del Alto Perú. Al igual que Andrés de Santa Cruz, apoyó la independencia, pero buscó mantener las mismas instituciones sociales del yugo español, incluyendo el “esclavismo” contra los grupos indígenas.
A casi 200 años de independencia de los países latinoamericanos, la polarización continúa. En Colombia, Bolivia, Nicaragua, México, Perú, entre otros, los izquierdistas se enfrentan a los extremistas de la derecha.
Tiene que haber una forma de romper este proceso de destrucción que no ha permitido el desarrollo latinoamericano. La democracia representativa y participativa y los controles y balances del gobierno son claves para una América Latina libre, soberana, dedicada a su desarrollo.l