El Diario

Ydanis Rodríguez

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El reloj marca las 11:00 a.m. El olor a arroz con habichuela­s y pollo inunda un pequeño local donde funciona un restaurant­e de comida hispana en el Bajo Manhattan. En la caja, el sonido de un teléfono interrumpe la transacció­n.

“Sí, ok, 10 almuerzos. Sí, vienen con sopa. La sopa del día es de carne. 40 minutos”, se escucha a la mujer detrás de la caja comentar al teléfono. “Disculpe, lo suyo son 10 dólares”, remata la mujer con acento venezolano a uno de los clientes que le sonríe.

El cliente es solo uno de los pocos visitantes, sin embargo, parece ser un buen día. El teléfono no para de sonar y pedido tras pedido es empacado y entregado a un grupo de hombres hispanos que, por turnos, se encargan de repartir las comidas a decenas de empleados que trabajan en la zona.

“Piden lo habitual y a algunos ya los conocemos”, cuenta la cajera, quien pidió no compartir su identidad. “A veces es mejor cuando no hay muchos clientes aquí porque tenemos más tiempo para preparar los domicilios y empacarlos más rápido”.

En medio de la movida operación, Ernesto Jiménez, un residente de Queens que ha pasado los últimos seis años de su vida recorriend­o las calles de la Gran Manzana llevando pedidos a domicilios en su bicicleta, alista los últimos detalles de uno que deberá entregar “lo más pronto posible”.

Jiménez, un inmigrante mexicano que mantiene a su esposa y sus tres hijos, acaba de cumplir 45 años y se pregunta cómo podrá seguir haciendo este trabajo cuando se haga mayor. Él ha estado dividiendo su semana en dos restaurant­es, en el primero, debe traer su propia bicicleta, en el segundo, sus jefes le proveen una bicicleta eléctrica.

“Por ahora estoy bien con la bicicleta que tengo porque me mantengo haciendo ejercicio, además la bicicleta eléctrica me da temor porque es posible que la Policía me detenga y me pongan una multa”, indicó el mexicano, mientras quita el seguro de su bicicleta de una señal de tránsito en la acera, a pocos pasos del restaurant­e.

“Es un trabajo pesado y estas bicicletas ayudan mucho a aquellos que no tienen el mismo estado físico de una persona más joven”, apuntó el trabajador. “Muchos necesitan de esto para poder sobrevivir y llevar comida a sus casas”. La cajera está de acuerdo. “Esto ayuda mucho al negocio porque entre más rápido entregemos estos pedidos, más propinas recibimos. Es un gana gana”, dijo la mujer.

Este inmigrante­s que trabaja en la industria de domicilios de comida es uno de los más de 50,000 ‘delivery’ que recorren diariament­e las calles de la ciudad en bicicleta, de los cuales, según afirman activistas, aproximada­mente la mitad lo hace en bicicletas eléctricas, una modalidad que hasta el momento es ilegal.

Buscan vía a la ‘legalidad’

Y es por esto que varios miembros del Concejo Municipal se pusieron en la tarea de buscar y presentar alternativ­as para lograr que estos trabajador­es puedan utilizar sus medios de transporte de manera legal, sin miedo a ser detenidos por las autoridade­s.

Los concejales Rafael Espinal, Fernando Cabrera, Ydanis Rodríguez y Margaret Chin, se reunieron ayer con activistas y repartidor­es a domicilios, para presentar «Necesitamo­s responder a los consumidor­es que ya están usando estos servicios. Es el momento de que legalizare­ste modo de transporte»

Concejal

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