El Diario

Sale de Honduras a los 13 años y llega a EEUU cinco años después

- Jacqueline García LOS ANGELES

Sentado en su recámara, José recuerda vivamente cuando se unió a la caravana rumbo a EEUU en octubre del 2018. Su caminata fue de un mes y medio y en el trayecto no pudo evitar la tragedia de un amigo que lo acompañaba.

Al inicio de la travesía, en algunos lugares los inmigrante­s recibían ‘aventones’ de algún vehículo de gente que vive en el área. José y un amigo lograron subir a un camión que iba lleno de personas.

Al principio todo parecía bien hasta que el cansancio les venció.

“Mi amigo se colgó del camión, se cansó y se soltó. El camión le pasó encima y le estalló el brazo”, explica el joven inmigrante. En el momento del accidente, él no pudo bajar del camión para ayudar a su amigo y de eso se lamenta.

“O sea que quedó vivo, pero su brazo –guarda silencio por unos segundos y reflexiona–. Ver caer a la raza se siente gacho”, subraya.

José tiene 18 años y desde los 13 salió de su natal San Pedro Sula, Honduras, huyendo de las pandillas que lo querían reclutar. “Las pandillas me dijeron que si no hacía lo que ellos me decían que me iban a matar”, dice.

Un amigo lo convenció para que huyeran y poco después se establecie­ron en Tapachula, Chiapas, al sur de México.

Los próximos tres años José vivió en Chiapas donde trabajaba como cargador de camiones.

Pero el año pasado, recibió un mensaje de su hermana notificánd­ole que una caravana estaba saliendo de Honduras hacia Estados Unidos.

“Yo me dije, es ahora o nunca. Solo llevaba mi mochila, mi ropa y una sábana porque hacía mucho frío”, recordó José.

Asegura que, pese a que el camino fue largo, él recibió muy buenas atenciones de mexicanos que les daban comida y ropa en su trayecto.

Ya en Tijuana, José dijo que las personas que ayudan a los inmigrante­s lo enviaron a un albergue de menores de edad, puesto que entonces él tenía 17 años. En el albergue unos abogados le ayudaron a revisar su caso.

“El 16 de diciembre me llevaron a entregarme con inmigració­n. Éramos ocho menores, siete hombres y una mujer”, señala José, quien recuerda que tras ser aceptado por inmigració­n, lo llevaron a un centro de detención en San Diego. Después de estar encerrado siete días en “la hielera”, como se les conoce a los centros de detención, fue enviado a Casa Libre, un albergue cerca de Los Ángeles.

Una vez instalado en Casa Libre, José fue inscrito a la escuela y ahora, hasta tiene una recámara para él solo.

Por el momento, José espera poder aprender inglés y eventualme­nte entrar a un colegio para ser mecánico.l

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José espera poder ayudar a su madre que se quedó en Honduras.

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