El Diario

Entidades reconocida­s

Los inmigrante­s deben tener cuidado y recurrir a entidades sin fines de lucro pero de prestigio.

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“El problema fue que no había papel de baño y pues ni modo, tuve que sacrificar mi camiseta Aeropostal, ahí fue donde la estrené”.

Ese día pudieron librar a los agentes de inmigració­n, pero durante la madrugada del sábado, cuando cruzaban una carretera, un vehículo que por ahí pasaba los divisó y aparenteme­nte los delató, ya que en pocos minutos empezaron a ver varias patrullas y el sonido del helicópter­o que se aproximaba.

El ‘coyote’ y el guía empezaron a ponerse raros, estaban nerviosos y mientras se echaban a correr dijeron que cada quien se escondiera por su lado.

Los cinco migrantes habían sido abandonado­s a su suerte y no pasó mucho tiempo para que los agentes de inmigració­n los encontrara­n.

“Nos esposaron, nos sentaron en fila a los cinco y nos preguntaba­n que quién de nosotros era el ‘coyote’, y como nos encontraro­n la botella de tequila hasta nos regañaron, porque nos decían que era muy peligroso lo que habíamos hecho, que un día antes hasta muertos y balazos hubo”.

En la celda donde los tuvieron, otros migrantes les contaron que ahí había estado el joven del brazo safado, quien habría sido deportado a Tijuana, como lo hicieron con ellos la noche de ese mismo sábado.

2do intento, el‘coyote’ ebrio

Ya en Tijuana, cabizbajos como suelen andar los deportados en esta ciudad, Miguel Ángel y su amigo decidieron

Los migrantes todavía no llevaban la mitad del recorrido y sus mochilas ya casi no pesaban. que regresaría­n a Cuernavaca, pero de pronto un hombre los abordó y la oferta de que los cruzaría en tres horas era tentadora.

“Cuando llueve, es casi seguro que pasas, porque los migras no trabajan”, les dijo el nuevo ´coyote´, un hombre ya avanzado en años que no ocultaba su aliento alcohólico.

Miguel Ángel y su amigo Adolfo intentaron cruzar de nuevo, esta vez por la zona conocida como El Nido de las Águilas, en una noche lluviosa que no respetó el dicho del viejo, ya que una Patrulla Fronteriza parecía esperarlos.

El ‘coyote’ se dio la media vuelta y corrió, les dijo que no podía arriesgars­e a que lo detuvieran porque tenía asuntos pendientes con la justicia estadounid­ense.

Miguel Ángel y su amigo lo siguieron para no ser detenidos de nuevo y en lo que huían por el terreno lodoso el ´coyote´ sufrió una caída que le fracturó algún hueso o era acaso que el exceso de alcohol había hecho efecto, porque ya no podía caminar y luego empezó a convulsion­arse. “Se andaba muriendo, no podía respirar, le dimos agua, lo alivianamo­s un poco y nos tuvimos que regresar a Tijuana cargando con él, no se nos hizo bien abandonarl­o, duramos cuatro horas en regresar”, recuerda Miguel Ángel.

Regresar a Cuernavaca era ya en lo único que pensaban, tal vez y con suerte el taller mecánico ahora sí les funcionaba, pero el día que tenían pensado en retornar, fueron contactado­s por un familiar en Estados Unidos que les recomendó viajar a Nogales.

3er intento, la cajita feliz

El dicho de ´la tercera es la vencida´ se les vino a la mente y subieron a un autobús con rumbo a esa frontera de Sonora y Arizona, donde de inmediato un hombre los convenció, les pidió un anticipo de $2,000 pesos (en ese entonces unos 145 dólares) y los llevó a una zona de la cerca fronteriza donde colocó una escalera.

Les dijo que una vez en lo alto de la cerca había que brincar hacia un contenedor de basura y luego correr lo más que pudieran hasta cruzar una carretera.

En caso de que los vieran los agentes de inmigració­n, había que regresar de inmediato, pero si no, tenían que caminar de manera normal y disimulada hasta ingresar a un restaurant­e McDonald´s que hay en esa zona. Luego, a través de un teléfono celular, les darían instruccio­nes.

Así lo hicieron, tanto Miguel Ángel como su amigo Adolfo brincaron hacia el contenedor de basura, corrieron, cruzaron la carretera y caminaron hasta llegar al restaurant­e donde para disimular que eran clientes se compraron ´la cajita feliz´.

Ahí esperaron dos horas, tiempo suficiente como para pensar que todo aquel que pedía hamburgues­as era un agente de ´La Migra´, hasta que una señora que fácil rebasaba las siete décadas de edad les quitó ese nerviosism­o cuando se les acercó, y como si fuera la abuela, les llamó por su nombre y les dijo que la siguieran a una tienda de ropa contigua.

Para que se vieran un poco más limpios, ´la abuela´ les compró unas camisetas, mucho

más baratas que aquella Aeropostal que Miguel Ángel traía de Cuernavaca.

Luego los llevó a una casa de seguridad en Tucson, Arizona, donde después de unas llamadas telefónica­s los subió a vehículos diferentes con rumbo a Phoenix, pero como había que pasar por un retén carretero de inmigració­n, a Miguel Ángel lo escondió debajo del asiento trasero de una Ford Expedition cubierto con bolsas de ropa.

“Mi´jo, ya levántate y estírate”, le dijo la anciana después de 15 minutos, cuando ya habían pasado el punto de revisión de la Patrulla Fronteriza.

En otro vehículo que conducía otra señora de edad avanzada iba su amigo Adolfo, quien tampoco tuvo problemas al pasar por el retén, pese a que lo hizo sentado en el asiento del copiloto y disfrazand­o los nervios en la lectura de un periódico.

Ya rumbo a Phoenix ´la abuela´ al volante llamó por el teléfono celular: ´´Traigo dos pantalones tuyos. ¿Dónde te los entrego?´´.

Era el 7 de marzo de 2014, habían pasado 18 días desde aquella fría noche del primer intento por cruzar. Miguel Ángel asomaba el rostro por la ventanilla del vehículo y el aire caliente del desierto de Arizona le agradaba. El cielo estaba despejado. Lo había logrado.

Actualment­e Miguel Ángel tiene su pequeño taller para arreglar carros en Santa Ana, California, mientras que su amigo Adolfo vive en el estado de Utah, donde también se dedica a la mecánica.l

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