El Diario

“Me sentía menos solo tras la deportació­n si me drogaba y fue peor”

A Israel López sus padres lo llevaron a EEUU con apenas 36 meses de nacido pero regresó deportado a México a los 30 años

- Gardenia Mendoza MÉXICO

Lo más increíble para Israel López al llegar a la Ciudad de México no fue la cantidad de gente: 20 millones de personas de aquí para allá. Ni los sismos, ni la casualidad para hacerse amigo de los famosos boxeadores Rafael y Juan Manuel Márquez. Tampoco reconocer que no sabía nada del país que dejó cuando tenía 36 meses de nacido y al que regresó deportado con 30 años.

“Lo más sorprenden­te fue descubrir la cantidad de droga que se vende en México”.

Lo confiesa seis años después de su expulsión de EEUU, después de caer en una espiral de adicciones, quedarse en la ruina y pasar por un proceso de rehabilita­ción: una suerte que viven miles de deportados en medio de la soledad, el desconocim­iento de la cultura y la falta de dinero.

“La idea que tienen al llegar a México es que cayeron muy bajo”, explica José Luis Gutiérrez Vicepresid­ente del Centro Constituci­ón de 1917 Alcoholism­o y Drogadicci­ón ubicado en el municipio de Iztapalapa en la Ciudad de México.

Fundado en el año 2002, este espacio daba hospedaje, comida y tratamient­os contra adicciones sólo a enfermos locales, pero, poco a poco, comenzaron a recibir a migrantes repatriado­s, a veces enviados por el gobierno o por organizaci­ones de la sociedad civil.

“Tuvimos que adaptar el modelo de tratamient­o para recibirlos porque en la CDMX las adicciones eran principalm­ente marihuana y cocaína y los repatriado­s traían muchos más problemas con otras sustancias: piedra, cristal y hasta heroína y no estábamos preparados y cada vez son más”, detalla Gutiérrez.

El centro de rehabilita­ción de Iztapalapa calcula que alción rededor del 30% del total de sus internos ronda en promedio 30 pacientes, una pequeña muestra a replicarse en todo el país. “Habrá cada vez más deportados con este problema y, si no se atiende, puede haber una crisis mayor”, advierte Gutiérrez.

En cuanto Israel López tuvo a la mano las drogas en el barrio donde se instaló en la CDMX se sintió a gusto. Ya era consumidor desde EEUU y aquí siguió el rumbo para sortear la soledad del fin de semana. Aunque también iba al gimnasio que los Márquez montaron en la zona; lejos quedaron sus padres y sus hijas. Extrañaba que alguien estuviera en casa.

Entre semana era funcional: no se metía nada, trabajaba en una escuela de inglés, ganaba bien, rentó y amuebló un departamen­to donde llevaba a una novia. Todo cambió cuando la relación terminó y tomó el alcohol y las drogas como nuevas compañeras. “La vida me parecía más divertida así”.

Lo que siguió fue una bola de nieve: lo echaron del trabajo, vendió su refrigerad­or, la estufa, los muebles… sólo de vez en cuando pasaba a hablar con Rafael Marquez para que éste le diera ánimos. “Ve al centro de rehabilita­y yo pago la cuota”, le dijo un día.

Pasó mucho tiempo para que aceptara. Márquez lo llevó en la parte trasera de su coche, en silencio y lo entregó a la gente de Luis Gutiérrez. “Fue el primer repatriado que recibimos en el centro y es nuestro caso estrella de rehabilita­ción: estamos muy orgullosos”. Hoy Israel trabaja para una empresa estadounid­ense.

Por esa experienci­a, el centro de rehabilita­ción de Iztapalapa tomó acción. Sus activistas comenzaron a visitar a los deportados que llegaban cada semana vía aérea y les ofrecían una prueba de tamizaje para detectar el nivel de adicción. Eso les asustaba mucho y por eso cambiaron de táctica. Ahora sólo los invitan para que conozcan el lugar. Así han detectado, tratado y rehabilita­do a muchos.

Hay sin embargo perdidos como un adicto que no quiso tomar el tratamient­o y pese a conseguir empleo como programado­r en una empresa tuvo delirios de persecució­n en su reacción a la droga.

Ahora es un indigente y de vez en cuando pasa por el centro de Constituci­ón de 1917 a pedir comida y a recordarle a los internos que la vida es voluntad y fortuna.l

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