El Diario

Víctima de violencia doméstica recibe residencia

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“Eran puras peleas, discusione­s, gritos, amenazas. Uno de los dos iba a terminar muerto y el otro en la cárcel. Yo no quería que mis hijos se quedaran solitos”. María López,

María López nunca imaginó que detrás de los ojos bonitos de su novio y de su carácter servicial y amable, se escondía una personalid­ad violenta que aparecía cada vez que el hombre tomaba alcohol o usaba drogas.

Lo que tampoco pensó jamás es que la violencia doméstica que vivió por más de una década, le abriría las puertas para obtener la residencia permanente en los Estados Unidos.

“Me siento muy contenta porque por fin tengo papeles. Quiero aprender inglés y tener un buen trabajo”, dice.

María nació en Jalisco, México, hace 39 años. En mayo del año 2000 entró de manera indocument­ada al país.

En Los Ángeles conoció a Juan N., de ascendenci­a mexicana, pero nacido en Estados Unidos. Era su vecino en el barrio y así nació la relación.

“Nos casamos dos meses después de conocernos”, comenta. “Él sabía que yo era indocument­ada y había entrado por el cerro. Le dije que no se preocupara que después veíamos lo de mis papeles”.

No pasó mucho después de que se casaron cuando María se dio cuenta que Juan tomaba mucho alcohol. “Cada vez lo hacía más y después comenzó a usar drogas. Llegó un punto que no le importaba que la gente lo viera, ni nuestros hijos”, dice.

María y Juan tuvieron dos hijos, quienes ahora tienen 15 y 10 años de edad.

“De tanto alcohol y droga que tomaba, Juan se quedaba dormido. Yo le decía que ya dejara de tomar porque le hacía daño en su salud y económicam­ente. Nunca tenía dinero”, agrega. “Me decía que iba al trabajo, pero se regresaba. Yo no les creía a

Con la llegada de su tarjeta de residencia, María ahora ve su futuro con más claridad. los vecinos porque yo también trabajaba. Hasta que una vez me regresé a media mañana a la casa y lo encontré dormido”.

Juan empezó a exigirle dinero para comprar cervezas o hasta para la gasolina de su auto. “Si no me das dinero para la gasolina no voy a ir a trabajar y va a ser tu culpa”, me gritaba.

En 2015, se hizo la petición de residencia para María basada en el matrimonio. Pero cuando Juan se enojaba le daba por amenazarla con cancelar la solicitud para que ella pudiera arreglar su estatus migratorio.

“Te voy a echar a la Migra me amenazaba, y me echaba en cara que, gracias a él, yo iba a arreglar los papeles”, expresa.

También le decía que le podía quitar a sus hijos y hacer que la deportaran.

“En dos o tres ocasiones cuando andaba tomado, me obligaba a tener relaciones sexuales sin que yo quisiera”, dice sollozando.

De ahí, la violencia escaló a los empujones y jalones del cabello. “No hacía reportes de policía, porque a veces uno se asusta”, indica.

María dice que el abuso que su esposo ejerció sobre ella fue sobre todo psicológic­o.

“Mi autoestima estaba por los suelos. Me decía que estaba gorda, fea, que no valía nada como mujer, que nadie nunca me iba a querer”, afirma.

La gota que derramó el vaso ocurrió una tarde que María se fue con sus hijos al parque. “Al regresar Juan estaba furioso, enojado. Andaba drogado y tomado. No hallaba con quien desquitars­e”.

Pero enseguida, “se le fue encima a mi hijo mayor. Le quería quebrar su teléfono. Lo maltrató y lo persiguió por la María recomienda a las personas que sufren de violencia doméstica que no esperen, que busquen ayuda. casa. Me metí entre los dos y agarré a mis hijos. En ese momento, mi esposo se salió de la casa y nosotros nos fuimos directo a la policía.

“Ahí me recomendar­on que fuera a la corte familiar para que me ayudaran. Pude sacar una orden de restricció­n y de desalojo. Le dieron tres días para que abandonara nuestro hogar, mientras tanto yo me fui a la casa de un hermano con mis hijos. El fue allá a tratar de arreglar las cosas conmigo. Yo por detrás de la puerta, sin abrirle, le dije que ya no se podía hacer nada, que se fuera”, recuerda.

En 2016 María tomó la decisión de separarse de su esposo y nunca más regresar con él.

“Eran puras peleas, discusione­s, gritos, amenazas. Uno de los dos iba a terminar muerto y el otro en la cárcel. Yo no quería que mis hijos se quedaran solitos”, cuenta.

Juan cumplió con las ordenes de la corte. A los tres días se salió de la casa y se fue a vivir con su madre.

“La verdad, fue como quitarme un gran peso de encima”, agrega. “Estaba cansada de tantas humillacio­nes, chantajes y maltratos”.

Cuando tiempo después acudió a las oficinas del abogado en migración, Eric Price para ver cómo iba su solicitud de residencia, le informaron que su esposo Juan había ido a cancelar la petición y el caso se había cerrado.

“Les expliqué lo que había pasado. Justo venía de la Corte Familiar. El abogado determinó que solicitarí­an la residencia por medio de VAWA (Acta de Violencia contra la Mujer). La petición se presentó en 2016. Hoy (12 de agosto de 2019) recibí mi tarjeta de residente”, afirma feliz.

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/FOTOS: PAULINA HERRERA
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