El Diario

El coronaviru­s impacta a las sexoservid­oras

Su situación se torna más precaria con el paso de los días

- Gardenia Mendoza MÉXICO

Antes de que el coronaviru­s empujara a los habitantes de la Ciudad de México a sus casas, Claudia Chávez, una trabajador­a sexual de la zona centro, podía tener entre cuatro o cinco clientes al día; ahora, pasan las horas lentamente y no logra enganchar a ninguno. Lleva varias semanas así: ella se maquilla, usa ropa coqueta, va de un lado a otro por las calles y… ¡nada!

Lo peor es que se ha endeudado pidiendo dinero prestado por aquí y por allá porque el hambre aprieta y su mamá, la hermana y cuatro niños que dependen de ella esperan que la cosa mejore con todo y que la enfermedad (COVID-19) embiste en los últimos días en la capital mexicana con cientos de contagios.

Las autoridade­s se han visto obligadas a tomar medidas cada vez más radicales. A partir del pasado lunes quedan suspendida­s las actividade­s en museos, baños de vapor, gimnasios, templos, cines, teatros, centros nocturnos, bares, restaurant­es… Sólo permanecer­án abiertos los centros de abasto de alimentos y mercados.

Con cuarenta años arriba, Claudia se pregunta sobre la utilidad de que haya comida disponible si ella no logra hacerse de clientes. La semana pasada pescó a uno, pero cada día que pasa nota que los hombres no se quieren arriesgar porque la recomendac­ión para evitar el contagio es tajante: guardar distancia. Al menos un metro como dicta la Organizaci­ón Mundial de la Salud.

La amenaza del COVID-19 ha dejado a alrededor de 800,000 trabajador­as sexuales de todo el país en una cama de vulnerabil­idad, advirtió en estos días la organizaci­ón Brigada Callejera que brinda apoyo en divierte versas zonas rojas del país, principalm­ente en la Ciudad de México, donde la prostituci­ón está parcialmen­te regulada con permisos laborales.

En la capital mexicana se calcula que alrededor de 70,000 mujeres y transexual­es ejercen la prostituci­ón, el 90% en establecim­ientos mercantile­s y 10% en las calles.

Jaime Montejo, director de Brigada Callejera, advierte que la situación de estas personas se está volviendo muy precaria y necesitan ayuda urgente: despensas de comida y hasta albergues porque muchas de ellas viven en la calle, donde buscan parques, rincones del metro o aprovechan el hotel que se pagó por sus servicios para descansar un rato.

La orgnizació­n civil Brigada Callejera da informació­n sobre los cuidados y el distanciam­iento social ante la crisis por COVID-19

Diversas enfermedad­es también acechan a esas chicas. Claudia Chávez, por ejemplo, tiene un mal intestinal, del cual, no recuerda el nombre pero sí los síntomas: un agudo dolor en el estómago acompañado de inflamació­n del vientre, una barriga poco estética para su trabajo. Para aliviarse debe tomar siete medicament­os que la hacen gastar a mares. Sale dinero y no entra, el camino a una catástrofe y lo sabe.

“Claro que estoy en riesgo, pero ¿qué vamos a hacer”, advierte una de esas tardes en que merodea en busca de incautos. “Hoy no me he persignado y ya estoy preocupada”.

Efecto dominó

Daniela Morales, una mujer transgéner­o, reconoce que son tiempos de vacas flacas en el mundo. Mucho más en el sexoservic­io. Lleva tres días paseando, yendo de aquí para allá. Antier logró un cliente que pagó poco, unos seis dólares en su equivalent­e en pesos. El precio de su trabajo es regularmen­te más alto, pero tuvo que ajustarlo dados los tiempos del COVID-19.

Al hacer cálculos matemático­s de lo que gastó para transporte, el esfuerzo de maquillaje y el alto riesgo de contraer el coronaviru­s, tomó una decisión coyuntural: no saldrá a talonear más. Se quedará en casa. Por suerte y por sus habilidade­s en la costura una casa productora que hace el vestuario de la serie La Casa de las Flores la llamó para que bordara un vestido de novia.

“Me cayó del cielo”, cuenta a La Opinión.

Se sentará a entretejer hilos y pensar. En que sus ahorros le alcanzarán para comer huevos, frijoles y tortillas. Si acaso extrañará no salir algún domingo a comer pollo Kentucky Fried Chicken o barbacoa. No es de salir de antros, ni gastar mucho, entonces su preocupaci­ón se centra en dos cosas: no poder pagar el alquiler y en una tía que vive en Papantla, Veracruz, que depende económicam­ente de ella.

“Ya no ve, no camina, tiene diabetes, apenas come: pesa 32 kilos y no voy a poder enviarle dinero”, lamenta con un nudo en la garganta porque el resto de la familia tampoco puede hacerse cargo. Trabajaban en una cafetería escolar y recién cerraron las escuelas. “Le dejé mientras 800 pesos (unos 35 dólares)”.

El apuro del alquiler es otro asunto que le quita el sueño. El casero es un abogado refunfuñón, dice, del que no se fía y en cualquier momento podría echarlos: a ella y al matrimonio con el que comparte un departamen­to en la colonia Agrícola Oriental porque la mujer es estudiante y el esposo vende zapatos por comisión y ahora nadie compra .

“No pasa nada, me acostumbro a todo”, se dice a sí misma y echa ‘pá lante’, optimista.

Daniela no se encuentra entre las sexoservid­oras que se exponen al contacto físico con usuarios para cubrir las necesidade­s básicas como ocurre con Claudia Chávez y otras 300 de condicione­s muy precarias.

“Muchas de ellas viven en la calle todo el tiempo”, ad

Jaime Montejo cofundador y activista de Brigada Callejera.

La organizaci­ón aboga porque el gobierno tome las riendas de estos casos extremos con apoyos para la despensa y una parte pequeña para renta, por lo menos.

Madre

“Dan ganas de salir corriendo”, dice Raquel Rizo, una madre nicaragüen­se que trabaja en un bar y a quienes popularmen­te se les conoce como “ficheras”. Chicas que acompañan a hombres a beber en las mesas con la opción de llega a más, pero en estos días ella no quiere ni que la rocen porque cualquier contagio del coronaviru­s lo llevaría a casa, donde dos chiquillos de dos y siete años la esperan.

Por eso se encerró a cal y canto con ellos, con frijoles, arroz y aceite. Se inscribió en una empresa para hacer encuestas por Internet, donde le pagan 10 veces menos de lo que saca como fichera, cuenta.l

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/CORTESÍA El miedo a la enfermedad hace que menos clientes soliciten sus servicios.

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