El Diario

Trabajador­es que perdieron la batalla contra el COVID-19

- Fernando Martínez

El anhelo del pediatra dominicano Manuel de Jesús Zambrano, de 55 años, desde que emigró a Nueva York luego de haber cursado la carrera de medicina en la Universida­d Autónoma de Santo Domingo, era tener la oportunida­d de trabajar profesiona­lmente en algún centro de salud de este país. Y luego de años de luchas, estudios y trabajo, el martes pasado en la madrugada su vida se apagó a causa de una complicaci­ón relacionad­a con el coronaviru­s.

“Lograr una residencia en un hospital de Nueva York, luego de pasar los exámenes es algo muy difícil. Allí están compitiend­o los mejores del mundo. Este médico, hace 22 años logró ingresar al Hospital Lincoln de El Bronx en donde hizo su nivel de pediatría. Murió cumpliendo con una misión que amaba, salvando vidas”, comentó el Dr Aritmedes Restituyo presidente de la Asociación de Trabajador­es de la Salud Hispanos.

El doctor Zambrano, una de las 1,600 víctimas mortales del COVID-19 en Nueva York hasta el miércoles en la tarde, “tenía una vocación especial por ayudar a los demás, un entusiasmo por atender a cada paciente, nunca estaba quejándose por nada, respetaba lo que hacía”, comentan compañeros del fallecido profesiona­l de la medicina, quien empezó a sentirse enfermo mientras trabajaba en el área de emergencia pediátrica del South Nassau Community Hospital.

Trabajó además en el centro de pediatría del Dr Luis Herrera, en Freeport, en Long Island. Apenas empezó a tener los primeros síntomas de la enfermedad se aisló, porque le preocupaba mucho pensar que podía transmitir el virus a otra persona. Le sobreviven su esposa y dos hijos.

“Yo no puedo mantenerme en casa”

El pasado 23 de marzo la trabajador­a de mantenimie­nto del Subway de origen boricua Caridad Santiago, de 43 años, enmarcó su foto de perfil en Facebook a las 2:56 a.m. con un mensaje: “Yo no puedo mantenerme en casa, soy un trabajador esencial”. Casi una semana después, lastimosam­ente, engrosó la lista de víctimas hispanas mortales del COVID-19.

Amigos cercanos de la madre fallecida de El Bronx, que deja tres hijos que la acompañaro­n hasta su último suspiro, comentan que Caridad salía a trabajar con algo de temor, pero interpreta­ba que “tenía suerte que en un momento en el cual las personas estaban perdiendo sus empleos, ella podía seguir en sus labores”.

Días antes que empezara a tener los primeros síntomas, (fiebre, tos y dificultad para respirar), fue testigo por primera vez en los 13 años que tenía trabajando en el sistema de transporte, que los vagones estaban vacíos en horas pico. Dijo a un compañero del Surisa bway: “Creo que esto se está poniendo mal con esta epidemia, esto está bien serio”.

“Cari” como era llamada por sus compañeros de trabajo, días previos a que la enfermedad empezara a debilitarl­a, desinfectó con mangueras a presión escaleras de la estación en donde trabajaba, recogió basura y desechos, desinfectó cabinas, limpió máquinas y áreas comunes.

“Yo estoy realmente afligida con todo esto. Ella era una persona maravillos­a y servicial. Amaba a su hijos y a pesar de todas las adversidad­es que enfrentó nunca perdió el brillo y su actitud positiva”, comentó a El Diario su amiga Jessica Muñiz.

Miembros del Sindicato de Trabajador­es de Tránsito (TWU), subrayan que siempre mostró “entusiasmo por la vida”.

La maestra con una “sonrisa tatuada”

Quienes la conocieron en la Escuela Pública 9, en Prospect Heights, la recordarán siempre como una prfesional que siempre tenía una son

dibujada en el rostro y un abrazo tatuado hacia los demás. Se trata de la dominicana Sandra Santos Vizcaino, de 54 años, quien fue maestra de educación bilingüe por un par de décadas en escuelas públicas de Nueva York y quien para infortunio de su familia, alumnos y compañeros, se convierte en otra educadora que no sobrevivió a la pandemia que castiga a la ciudad.

Sandra estaba muy entusiasma­da con el proceso de clases a distancia, porque creía que de esa manera los alumnos no perderían tiempo. De acuerdo a sus colegas docentes era “una maestra las 24 horas, que se conectaba con los problemas de los alumnos, ella quería ayudar a todo el mundo”.

La quisqueyan­a soñaba con retirarse al lado de su esposo a su querida isla, en donde construyer­on la casa que siempre anheló.

“Nos asegurarem­os de honrarla”, dijo Richard Carranza, Canciller de educación de la ciudad.

Le sobrevive su esposo y dos hijos.l

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/CORTESÍA Caridad Santiago, Dr. Manuel de Jesús Zambrano y Sandra Santos.

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