México requerirá de US $18,000 millones
Adicionales para afrontar la crisis, dijo el Instituto para el Desarrollo y el Crecimiento Económico.
paciente bien, mañana lo tienes que intubar y a las pocas horas fallece”, lamenta.
Además, continúa, los enfermos están aislados y a menudo piden al personal médico que les manden a sus allegados mensajes de afecto: “Somos los encargados de tener que decir estas palabras a la familia y se te comprime el corazón cuando ves que el paciente va cayendo”.
El impacto emocional
Unas flechas de color azul, rojo y lila salen del suelo de urgencias y se dirigen a tres rutas distintas: COVID-19 Hospitalización, COVID-19 Terapia y COVID-19 Imagen (para tomografías y estudios).
En realidad todo empieza aquí: en la sala de urgencias habilitada para recibir a enfermos o posibles contagiados de COVID-19.
Pero en ella reina estos días una extraña calma tras un fin de semana de locos. Tan de locos que llevó a saturar el hospital, zona cero de la pandemia en la capital, foco rojo nacional con cerca de 21,000 casos y 2,166 fallecidos.
De acuerdo con las autoridades sanitarias, la ocupación en camas de hospitalización general es del 67% en la Ciudad de México, y del 55% para las camas con ventilador (para enfermos críticos), aunque muchos centros médicos ya están rebasados.
“Nuestra capacidad hospitalaria de respuesta para pacientes COVID-19 está en riesgo de saturación, con una ocupación actual del 95 %”, señala un cartel en la entrada.
Desde entonces, apenas se ha visto un alma dentro de urgencias. Aunque el personal, implicado, permanece atento a cualquier indicación.
Yuritzi Carranco es residente de segundo año de la especialidad de urgencias médico quirúrgicas. Tiene turnos de doce horas.
Ella ha dado a muchos pacientes su primera consulta, identificando junto a más profesionales el grado de avance de la enfermedad cuando llegan al hospital.
Detrás del cubrebocas y las gafas protectoras, Carranco muestra seguridad y tesón, e incluso se presta a tomar ella misma la cámara para grabar el área restringida de urgencias. Pero no esconde una verdad inapelable tras semanas de lucha: el coronavirus pasa factura, física y emocional.
“Ha sacado lo mejor y lo peor de todos, como personas y como médicos. (...) Ha sido doloroso porque hemos visto mucha gente morir. Hemos visto compañeros que se contagian y colegas de otros hospitales que han fallecido. Y hemos tenido que tomar decisiones complicadas”, resume.
Pese al poso de tristeza que vertebra sus palabras, Carranco asegura no tener “miedo” y estar convencida que su labor ayuda al hospital, a su familia y a su país.
Del otro lado de la puerta que separa la zona para enfermos de COVID-19, Nancy Montesinos, enfermera responsable de urgencias respiratorias, bromea con algunas de sus compañeras que huyen despavoridas de las cámaras.
Lleva 25 años de trayectoria y se muestra sorprendida por la facilidad de contagio del coronavirus. La enfermedad “llegó para cambiarnos a todos las expectativas” y enseñarnos “cómo hacer las cosas mejor”, dice.
Familias quebradas
En las puertas de urgencias del hospital se habilitó un área informativa y una carpa donde los familiares de los enfermos esperan pacientemente su turno para ser atendidos.
Omar Hernández, jefe de servicio de Urología y responsable del informe médico presencial, da detalles a los allegados.
“Siempre tratas de explicar de la manera más sencilla. Les dices que son pacientes graves, que están en terapia intensiva y dependen de un ventilador. Que la atención es muy dinámica y los cambios pueden darse en minutos u horas”, relata.
Las historias detrás de los familiares son desgarradoras.
Nancy Mendoza tiene una hermana, Estefanía, muy grave en el Hospital Juárez. Llegó tan mal que tuvieron que practicarle una cesárea y ahora tanto ella como su bebé, sietemesino, pelean por vivir.
“El informe que nos dan es que ella está estable y gracias a Dios va respondiendo al tratamiento”, asegura una compungida Nancy.
Antes de ser ingresada hace una semana, su hermana aguantó tanto como pudo en casa por falta de sitio en los hospitales.
Varios integrantes de su familia enfermaron “uno por uno”.
Nancy perdió a su madre y tiene a otra hermana en un centro médico del vecino Estado de México en graves condiciones. Afortunadamente, otra de sus hermanas está ya recibió el alta. “Hay mucha depresión y tristeza en nuestra casa”, reconoce la mujer, desolada porque no pudo despedirse de su mamá en persona, ni comenzar el duelo, debido a los protocolos para evitar contagios.
Nancy se derrumba y le dedica unas sentidas palabras: “Me hubiera gustado decirle que le doy las gracias por las hijas que formó y por la familia por la que peleó para que fuera unida. Fue una persona que en esta tierra dejó muchas huellas”.
La primea línea de fuego
En una especie de almacén reconvertido ahora en un vestuario mixto, una decena de doctoras y enfermeros proceden al ritual del cambio de turno.
Mientras unos se despojan del uniforme desechable otros enfrentan el inicio de una nueva jornada en la que trabajan con la serenidad y la disciplina de un deportista de élite.
Una parte del primer piso del hospital que antes era para cuidados intensivos en general ahora se ha remodelado para atender a 23 pacientes con COVID-19.
“22”, puntualiza el médico residente David Sanabria,