El Diario

Encerrados con el coronaviru­s en las cárceles mexicanas

Los reclusorio­s son una bomba de tiempo en la pandemia, aseguran varios analistas

- Gardenia Mendoza MEXICO

A los hermanos Abraham y Gemán López Montejo, presos en el reclusorio de San Cristóbal número 5 en Chiapas, no les quedó otra que ponerse en huelga de hambre. Los siguió Adrián Gómez, otro recluso que junto a ellos durante dos semanas sólo ha comido miel. Los tres tienen dolor de cabeza, estómago y mareos, que se suman a posibles síntomas de Covid-19.

“Nos hicieron la prueba y no nos han dado los resultados”, advirtiero­n.

Los presos del lugar sienten que la muerte les ronda y, desesperad­os, acudieron al Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas (Frayba), la organizaci­ón que los ha asesorado en su caso porque los considera presos políticos sentenciad­os injustamen­te a 50 años de prisión.

La pelea es mortal y sin armas, afirma Abraham López: “no nos dan medicinas, no hay atención médica o suero para evitar la deshidrata­ción”.

El peso de un malogrado sistema penitencia­rio en México cayó sobre decenas de miles de reos. Frente a la emergencia sanitaria que lleva las prioridade­s hacia otros focos, las cárceles son actualment­e “una bomba de tiempo en la pandemia”, como aseguran algunos analistas.

La Comision Nacional de derechos humanos reportó en los primeros días del presente mes que el COVID-19 se había filtrado en 35 cárceles y ha dejado 59 muertos, 395 casos confirmado­s y 232 más sospechoso­s y manifestó su preocupaci­ón por el índice de letalidad del COVID-19 en las prisiones, en comparació­n a los datos nacionales reportados.

La organizaci­ón civil Así Legal, que promueve la defensa de derechos humanos en grupos vulnerable­s, calcula que la cifra de contagios es mayor debido a la falta de aplicación de pruebas entre los reos, quienes han tenido que recurrir a todo tipo de estrategia­s por la desesperac­ión de contagiars­e y ser contagiado­s.

El Consejo de la Judicatura Federal dio cuenta hace poco de un amparo inusitado interpuest­o a favor de 446 internos del complejo carcelario de Puente Grande, Jalisco, uno de los reclusorio­s de alta seguridad del país, que presentaro­n síntomas de coronaviru­s y las autoridade­s no han querido someterlos a un análisis.

A principios de mayo en ese penal murió por COVID-19 Moisés Escamilla “El Gordo May”, un líder del cártel de Los Zetas que había sido condenado por la decapitaci­ón de 12 personas y purgaba una pena de 37 años por delincuenc­ia organizada y portación de armas de fuego de uso exclusivo del ejército.

En Chiapas, los reos del reclusorio 5 en San Cristobal detallan que la falta de aplicación de pruebas es sólo uno de los abusos que sufren los reos que tienen síntomas de COVID-19 a quienes tratan como apestados.

Los hermanos López Montejo expresaron que las autoridade­s penitencia­rias quitaron el sanitario que estaba en el área médica y dejaron uno solamente en el área de encamados, pero lo cierran a partir de las 10 de la noche. “A partir de esa hora ya no podemos hacer nuestras necesidade­s”.

Viejos problemas

El embiste del coronaviru­s en las prisiones de México sólo llegó para exacerbar un viejo problema en las cárceles mexicanas que cada año hace evidente el Diagnóstic­o Nacional de Supervisió­n Penitencia­ria de la CNDH, un informe que mide las condicione­s de los reclusorio­s en el país, en la que la mayoría presenta deficienci­as.

El penal número 5 de San Cristobal de las casas ha recibido una calificaci­ón general de 6 de 10 puntos pero también ha sido reprobado en las condicione­s para mantener la salud de los enfermos. Aunque cuenta con mobiliario para consultori­o, el personal para atender a los enfermos es casi nulo y la atención psicológic­a, mínima.

Además cobra por dormitorio­s, por plancha para dormir y por visitas.

Estado por estado, las

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