Migrantes hacen el bien sin mirar a quién
Con el ánimo mejorado después de tratar sus problemas de ansiedad, Genoveva Balbuena, oaxaqueña de 37 años, tomó el teléfono y marcó a la estación de radio que escuchaba desde un año atrás. Su afición por ese programa no tenía una explicación más que el gusto por el contenido; por lo demás, no tenía ninguna experiencia migratoria en Estados Unidos, como sí la tenían el productor y la mayoría de los escuchas.
Timbró dos veces y, contrario a otras ocasiones en que nadie contestaba, esta vez escuchó la voz del locutor… ¡Al Aire! Estaba en vivo, no se lo esperaba, no sabía qué decir y dijo lo primero que le pasó por la cabeza. Agradeció las lecciones que le dio un sicólogo invitado a la estación porque así venció los ataques de pánico y el miedo a salir de casa.
Una vez que dominó los nervios y empezó a hablar como cuando iba a terapia no hubo quién la detuviera. Fue como una catarsis. Habló tanto de su convulsionada vida que, después de una hora, le salían aún palabras mientras el raiting de Radio Mojarra se disparaba porque no cualquiera se atreve a hablar de los abusos, incluyendo sexuales en su niñez, que la llevaron a un auto-encierro.
Del otro lado del auricular, en uno de los celulares desde los cuales se le escuchaba, Guadalupe Acosta, en Chicago, tomaba notas mentales sobre lo que tendría que hacer para ayudar a esa mujer quien, en medio de la catarsis, había pasado a contar de su niñez hasta su matrimonio para rematar con el abandono de la pensión de su exmarido en medio de la pandemia.
“Cuando estás de este lado, ves con mucho dolor la necesidad de la gente”, dice Gudalupe Acosta, oriunda de la Ciudad de México y gerente de limpieza y alimentos en un hotel de Illinois. “Y lo más sorprendente es que casi nadie pide a pesar de todos los problemas que tengan”.
Genoveva Balbuena no llamó para pedir ayuda sino como un desahogo y agradecimiento por el apoyo psicológico y sin saber que pronto se convertiría en una receptora de remesas muy especial: blanco de esa ayuda filantrópica desde Estados Unidos que explica, en parte, el incremento de los envíos de dinero en medio de la pandemia.
El Banco de México reportó en su última contabilidad del mes de junio que, pese al COVID-19, los emigrantes remitieron poco más de 19,000 millones de dólares en remesas entre enero y junio de 2020, lo que representó un aumento de 10.55% respecto al mismo periodo de 2019 para posicionarse como el segundo grupo de divisas sólo por detrás de los automóviles.
Los migrantes lo explican de manera más sencilla y así coinciden: en tiempos de crisis la solidaridad es un deber y una disciplina. Guadalupe Acosta siempre ha destinado el 10% de sus ganancias a las donaciones, ¿por qué no iba a hacerlo ahora con Genoveva Balbuena si, en algunos detalles le recordaba a su madre por su capacidad de trabajo, de levantarse temprano para comprar cosas en la Central de Abasto y luego revender?
Aunque, pensándolo bien, la historia de Genoveva Acosta esta teñida de más sin sabores, según contó.
Miedo a los animales
Cómo olvidarlo. Llevaba una faldita morada y vivía en Mariscala. Fue mucho antes de mudarse a Huajuapan de León, ahí mismo, en el estado de Oaxaca. Debió tener unos cinco años cuando la atacó sexualmente su primo; luego su abuelo paterno y un puberto que no debía de tener más de 15.
Su vulnerabilidad tenía una explicación bastante simple: el trabajo infantil. Los padres la enviaban sola al campo, a pastorear los chivos y así quedaba a merced del machismo rampante, de los pedófilos, violadores, ociosos,
Solidaridad a la orden Guadalupe Acosta oyó y tomó notas que luego uso para organizar una colecta con el apoyo de otros radioescuchas.
borrachos o de quien quisiera aprovecharse de ella.
A los 19 años se casó y tuvo dos hijos. No es que ella estuviera enamorada ni muchos menos, sino para complacer a su abuelo materno que había sido el más decente de todos los hombres en su historia. El esposo resultó ser buena persona y a ella le hubiera gustado tener otra historia para mirarlo con otros ojos, más libidinosos, menos tristes. Pero no.
Cada día tenía más miedo a salir a la calle y no se explicaba por qué hasta después de ocho sesiones con el psicólogo que le hizo entender que sus problemas de infancia habían derivado en relacionar la muerte con salir de casa. El reto a mitad de la terapia fue ir a hacer compras a Aurrerá.
Camino al supermercado se encontró con un señor que había sido su cliente cuando ella vendía frutas picadas negocio por negocio. El le preguntó si estaba bien. Ella dijo que sí, pero en su interior quería echarse a llorar y pedirle que la acompañara hasta la tienda porque no podía sola.
De eso hacía cinco años y todo contó Guadalupe en la radio. Pasado y presente. Porque una vez que superó sus miedos se separó del esposo y la vida siguió, él se desatendió de los niños y ella volvió a hacer comercio, a vender alfarería, platos, vasos cazuelas de barro hasta que por el COVID-19, las autoridades le impidieron vender en los tianguis de Huajuapan.
“No tengo ni para comer”, dijo a Luis García, el locutor.
Y Guadalupe Acosta oyó y tomó notas y organizó una colecta con su propio dinero, con el apoyo de otros radioescuchas que se sumaron: Eduardo Aguilar, Marco