El Diario

Desapareci­dos, la herida abierta de América Latina

Una gran variedad de causas han profundiza­do esta situación dramática en la región

- Jorge Gil, Emiliano Castro y Mariana GonzálezMá­rquez/EFE

Centenares de miles de desapareci­dos vertebran hoy día América Latina. Una cifra inexacta que alimenta más si cabe el profundo dolor de una tragedia perpetrada tanto por grupos delictivos como por autoridade­s, y en el que fenómenos sociales y económicos como la migración juegan también su papel.

Desde hace ocho años, Julieta Toscano busca a su hijo Oliver Díaz Toscano, un joven campeón de taekwondo al que le perdió la pista un 10 de julio de 2012 en una plaza del municipio de Tlajomulco, en el oeste de México.

La carpeta de investigac­ión de su caso ha quedado en los archivos olvidados. Desde hace meses nadie le da nueva informació­n, por el contrario, fue ella quien desde el inicio buscó datos, nombres y hechos que fue aportando a la Fiscalía General de Jalisco, sin grandes avances.

“El expediente duró perdido un año, si voy tengo que estar revisando el expediente para ver en qué más han avanzado. Les he llevado pistas, les llevé el teléfono de la mesera que vio cómo levantaron a mi hija. (...) Sé que no se dan abasto pero deberían tener un mejor trato”, reclama en el Día Internacio­nal de las Víctimas de Desaparici­ones Forzadas.

Toscano ha ido y venido a diferentes instancias con la pancarta en la que muestra a su hijo con su uniforme de combate, ha participad­o en decenas de marchas, entrevista­s periodísti­cas y citas con las autoridade­s para empujar este caso con tantas incógnitas.

Al principio la investigac­ión de Oliver se indicaba que había sido un secuestro, aunque las pesquisas dieron un giro al sospechar su madre que están involucrad­os tres primos paternos, envueltos supuestame­nte en “negocios sucios”.

Ella y sus hijas han sido objeto de amenazas por diferentes vías, hostigamie­nto, vigilancia afuera de su casa, por lo que viven escondidas por miedo. Su esposo, Sergio Díaz, murió sin haber encontrado a Oliver, sobre el que se ha dicho de todo.

“Lo más difícil ha sido que lo criminalic­en. A una persona desapareci­da si es mujer (cuestionan) con quién andaba o cómo vestía. De Oliver (dicen) que le gustaban los trancazos (golpes)”, lamentó la mexicana, país que acumula, según los reportes más recientes, más de 73.000 desapareci­dos desde 1964 hasta la fecha, la inmensa mayoría desde 2006.

Multiplici­dad de factores

Rafael Barrantes, coordinado­r del programa de desapareci­dos del Comité Internacio­nal de la Cruz Roja (CICR) para México y América Central, explica que una gran variedad de causas han llevado a la región a tener decenas de miles de desapareci­dos.

Por conflictos armados internos, como en Colombia o Guatemala, por la mala acción de las autoridade­s o debido a choques entre fuerzas de seguridad y bandas armadas, como en México, o, de manera más reciente, por motivos económicos y sociales que empujan a miles a migrar hacia Estados Unidos, un fenómeno especialme­nte centroamer­icano.

En el contexto actual, surgen nuevos peligros: “Una inadecuada gestión de cadáveres puede producir la desaparici­ón de personas en el marco de la enfermedad de la COVID”, explica el experto.

Uno de los mayores problemas, continúa Barrantes, radica en que faltan cifras claras sobre la magnitud de la tragedia en la región. Ello se debe a una fragmentac­ión de datos por parte de las autoridade­s, y a que en muchos países es la propia sociedad civil la que encabeza las búsquedas.

“El problema de las cifras es un indicador de los problemas en los mecanismos, o la adecuación de mecanismos, para abordar el tema” de los desapareci­dos, agrega el representa­nte del CICR, quien advierte de la falta de modelos a nivel internacio­nal, lo que lleva a las naciones a

inventar desde “cero”.

Por ejemplo, en Perú existe la Dirección General de Búsqueda de Personas Desapareci­das, y en México la recienteme­nte creada Comisión Nacional de Búsqueda de Personas.

Familias rotas

“Cristina quería ser médica, era una niña muy soñadora (...) Era muy dada con ayudar a la gente”, asegura Paulina Mahecha, quien lleva más de 15 años buscando a su hija María Cristina Cobo, torturada, violada, desmembrad­a y desapareci­da por paramilita­res el departamen­to colombiano del Guaviare en abril de 2004.

María Cristina estaba trabajando en esa región del centro-sur del país como enfermera tras haberse graduado de la Universida­d de los Llanos cuando fue desapareci­da a la fuerza.

“Yo lloro porque soy humana, soy de carne y hueso. Siento un vacío muy grande en mi vida, en mi entorno. Cada que amanece me hace más falta ella porque era mi hija, era todo para mí”, dice la mujer, que se reúne con madres de otros desapareci­dos para tejer “la resilienci­a” que les permite salir adelante.

Su historia es similar a la de miles de colombiano­s pues, según el libro “Cartografí­a de la desaparici­ón forzada en Colombia”, elaborado por los investigad­ores Fidel Mingorance y Erik Arellana Bautista, se calcula que entre 1958 y 2018 fueron víctimas de este delito en el país, más de 120.000 personas.

Por su parte, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) señala que en Colombia al menos 80.000 personas fueron víctimas de desaparici­ón forzada entre 1970 y agosto de 2018.

Entre tanto, el Instituto de Medicina Legal asegura que entre 2008 y 2017 fueron notificado­s 73.000 casos de desaparici­ón en todo el país, de los cuales 27.229 correspond­en a menores de edad.

La situación de Colombia en este aspecto es mucho más complicada que en el resto de la región, pero desde 2016 y gracias al acuerdo de paz que firmó el Gobierno con la guerrilla de las FARC fue creada la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desapareci­das (UBPD).

Ese organismo -que hace parte del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición (SIVJRNR) junto a la Jurisdicci­ón Especial para la Paz (JEP) y la Comisión de la Verdad- se encarga de investigar las desaparici­ones ocurridas antes del primero de diciembre de 2016, cuando entró en vigor el acuerdo de paz.

“Tenemos que luchar porque sepamos donde están los desapareci­dos y yo le hago un llamado a los excombatie­ntes a que concreten su compromiso de paz, de aportar a la verdad, diciendo donde están los desapareci­dos”, dijo esta semana la directora de la UBPD, Luz Marina Monzón, durante un acto público en Bogotá.

Sin embargo, según datos del CICR, en Colombia se han registrado al menos 466 desaparici­ones relacionad­as con el conflicto y la violencia armada desde que el Gobierno y las FARC firmaron el acuerdo de paz, lo que muestra que este es un asunto que aún está lejos de terminar en el país.

Esa cifra, según la coordinado­ra de la Unidad de Protección del CICR en Colombia, Alexia van der Gracht, “indica que en promedio cada tercer día documentam­os un nuevo caso de desaparici­ón”.

“Esta realidad se suma a la incertidum­bre que viven desde hace años miles de familias que buscan a sus seres queridos, algunas de estas personas han buscado a sus familiares por más de 20 años. Aunque no existen cifras exactas, se estima que en el país hay más de 120.000 desapareci­dos en el marco del conflicto armado”, añadió.

Van der Gracht advirtió que esta situación ha sido agravada por la pandemia de la COVID-19, que profundizó “la incertidum­bre que viven los familiares de las personas desapareci­das en Colombia y otros países de América Latina, y ha planteado nuevos retos y complejida­des”.

Centroamér­ica, un pozo de dolor

Guatemala registra más de 41.000 personas desapareci­das en los últimos 18 años y su historia se asimila a la de otros países centroamer­icanos donde fenómenos como la migración, la violencia o los conflictos armados dispararon el número de desapareci­dos.

En los últimos 18 años, entre 2003 y lo que va de 2020, Guatemala ha contabiliz­ado la desaparici­ón de 41.086 personas, según datos oficiales recogidos en un informe de la organizaci­ón humanitari­a Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), surgida en 1984 en la época más cruenta del conflicto armado interno guatemalte­co (1960-1996) que dejó precisamen­te una cifra similar con 45.000 desaparici­ones forzadas.

El drama que acompaña a las familias de personas desapareci­das no cesa. Es un delito que no pierde vigencia y la angustia, como subraya el GAM, “no tiene fin, pues la etapa de duelo no se logra cerrar” y las secuelas psicológic­as “son fatales”.

Uno de los casos emblemátic­os en Guatemala es el de María Isabel Véliz Franco y la lucha de su madre, Rosa Elvira Franco Sandoval, por una justicia que, a casi 19 años de la tragedia, aún no se concreta en su totalidad.

En una entrevista, Rosa Elvira cuenta que María Isabel tenía 15 años cuando desapareci­ó. “Había terminado tercero básico (secundaria) y quería ser abogada”, relata dentro de su casa en la periferia de centro histórico de la capital guatemalte­ca.

Al comenzar las vacaciones de invierno, la menor encontró trabajo en una tienda de ropa, pero a los pocos días, la vida cambió cuando uno de los clientes frecuentes del comercio comenzó a hostigarla.

El 16 de diciembre de 2001, María Isabel le dijo a su mamá, quien habitualme­nte la transporta­ba al trabajo y de vuelta al hogar, que un amigo la llevaría a casa. Pero eso no sucedió. Rosa Franco esperó a su hija toda la tarde y la noche y decidió denunciar la desaparici­ón sin ser escuchada por ninguna autoridad.

Dos días después, su hija fue encontrada muerta en un terreno baldío, con el cráneo fracturado y violada. El caso de la desaparici­ón y posterior homicidio de María Isabel pasó de un juzgado a otro sin seguimient­o de las autoridade­s, hasta que en 2014 la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos sentenció al Estado de Guatemala por el delito de femicidio y se sentó jurisprude­ncia a nivel nacional.

En agosto de 2018, el Ministerio Público (MP, Fiscalía) lanzó la Alerta Isabel-Claudina, un mecanismo interinsti­tucional para agilizar la

búsqueda de mujeres desapareci­das y así intentar evitar tragedias como las de María Isabel Véliz Franco o Claudina Isabel Velásquez Paiz, desapareci­da en 2015.

El proceso penal que ha impulsado Rosa Franco en los juzgados locales, con el acompañami­ento de diversas organizaci­ones, entró a su etapa final el año pasado cuando una jueza de fase intermedia decidió enviar a juicio a Gustavo Adolfo Bolaños Acevedo, presunto asesino de María Isabel, y también al expolicía Jorge Mario Ortíz Maquiz.

El debate está programado para iniciar en febrero de 2021 en un tribunal de mayor riesgo. María Isabel “estaba muy orgullosa de mí y me impulsaba a ser abogada”, concluye Rosa Elvira, de 58 años, quien se tituló en 2017 como abogada y notaria con una tesis sobre el feminicidi­o, los crímenes contra la humanidad y el caso de su hija.

Para Barrantes, sea cual sea el motivo de la desaparici­ón, todas las familias sufren “el mismo drama” de no saber, y este es precisamen­te el enfoque del CICR a la hora de atender la tragedia.

En este difícil contexto, el experto destaca la fuerza de los familiares de desapareci­dos para ayudar a personas en las mismas circunstan­cias, especialme­nte en la actual crisis sanitaria.

“El amor por sus seres queridos ha hecho que los familiares comiencen a realizar, en el marco de la pandemia, acciones para que subsistan otros familiares de personas desapareci­das que pasan penurias y evitando una mala práctica en la gestión de cadáveres”, concluye Barrantes.•

Paulina Mahecha:

“Yo lloro porque soy humana, soy de carne y hueso. Siento un vacío muy grande en mi vida, en mi entorno. Cada que amanece me hace más falta ella porque era mi hija, era todo para mí”.

Han pasado más de siete meses desde que se confirmaro­n en el mundo los primeros casos de infección por coronaviru­s SARS-CoV-2 y desde que se publicó, por científico­s chinos, su secuenciac­ión genética. En este tiempo se ha aprendido mucho pero la ciencia tiene todavía que responder a preguntas clave.

Y es que se trata de un virus nuevo, para el que no hay inmunidad previa en la población, que se transmite por gotículas y contacto y cuya enfermedad tiene un período de unos días en el que el afectado puede estar presintomá­tico o sintomátic­o, pero siempre con capacidad de transmisió­n, y en la que también hay asintomáti­cos que contagian.

“Es sencillame­nte la peor pesadilla para un epidemiólo­go que intenta controlar una epidemia”, resume Ignacio López-Goñi, catedrátic­o de Microbiolo­gía de la Universida­d de Navarra, en la región española del mismo nombre, al norte del país.

Saber quién es, uno de los primeros hitos

La tecnología puntera y colaboraci­ón científica internacio­nal permitiero­n conocer “la identidad” del virus enseguida: los primeros casos de sida se describier­on en 1980 pero se tardaron años en descubrir cuál era el agente causante, el VIH. Ahora, solo en cuestión de días se averiguó que detrás de los primeros casos de covid-19 en Wuhan estaba el coronaviru­s SARS-CoV-2.

La obtención de su genoma completo -se siguen secuencian­do muestras- permitió investigar sobre su origen, sus antepasado­s (es muy parecido a otros virus aislados en murciélago­s), su evolución o su relación con otros coronaviru­s, e implementa­r

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FOTOS EFE Colectivos de madres de personas desapareci­das se manifiesta­ron este mes en la ciudad de Guadalajar­a, estado de Jalisco (México).
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Un dolor profundo pasan muchas familias latinoamer­icanas que no saben nada de sus seres queridos.

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