El Diario

Crónica de viaje al corazón mexicano de la emigración

Nuestra correspons­al acompaña a un locutor deportado por la Sierra Gorda de Querétaro

- Gardenia Mendoza MÉXICO

Hace unas semanas estaba dando mi reporte de noticias para Radiomojar­ra, una estación para migrantes en el sureste de Estados Unidos, cuando Luis García, el conductor, me preguntó al aire si quería ser parte de un proyecto de viaje por la Sierra Gorda de Querétaro, en el centro de México. Lo dijo sin más, con su peculiar estilo de meter en líos a los entrevista­dos.

Lo primero que me pasó por la mente fue claro. Sí. Sí iría porque ahí podría encontrar tantas historias como lo permitiera mi olfato periodísti­co en una profesión que requiere de inspección de campo o estás perdido.

— Pero no te vayas a echar para atrás— sentenció.

Porque razones para negarse las había: que si la pandemia, que si la sana distancia, que si en provincia mexicana las mascarilla­s y el metro y medio de protección contra que el coronaviru­s no son más que argumento de bromas.

Yo pensaba en mantener ambas políticas y mi mente saltó pronto a los recuerdos de un viaje anterior a esa región semidesért­ica de altas montañas salpicadas de cactus, de piedras y mármol, de iglesias que los misioneros construían a su paso hacia California, el mismo camino que siglos después tomarían otros rumbo a Florida, las Carolinas, Georgia, Indiana, Nevada…

En el otro viaje yo había ido a Pinal de Amoles para escribir un reportaje sobre los migrantes que regresan en caravana durante las navidades. En grupo y escoltados por policías federales sortean secuestros, extorsione­s y otros maltratos comunes desde que dejan Texas y entran a Tamaulipas en el peregrinar de retorno para abrazar a los suyos.

El plan de Luis García asomaba más improvisad­o, sin itinerario, con el criterio de convivir con las familias y amigos de migrantes a bordo de una combi destartala­da que él había reconstrui­do para que hiciera el papel de casa ambulante; aunque le faltaba el baño, la cocina se reducía a dos cajas con cacharros, un molino de café, una cafetera italiana y, en lugar de alfombra, un piso oxidado.

Cierto que él había tratado de mejorarla. Filmó el esfuerzo paso a paso para constatarl­o en redes sociales pero, harto de esperar a que Amazon enviara las piezas encargadas desde EEUU, decidió partir con el vehículo al 40% de su funcionami­ento (o quizás menos) y aunque Miriam Salgado, la asistente de producción, se aferrara a la cuarentena. Ya habría amigos locales que la suplirían. Jesús Trejo, un representa­nte de la oficina de turismo de Querétaro, nos asistiría de algún modo.

Tomamos el camino un jueves al medio día. Metió unas cajas de cartón con playeras y sudaderas con el logo de Radiomojar­ra y se enfiló hacia el periférico en un día soleado, atestado de coches porque la alerta ante el COVID-19, al parecer, ya asusta a pocos.

El Prieto

¡Mojarra!, dijo alguien en el crucero entre Tzibanzá y Bella Vista.

Fue la primera vez que escuché en el viaje un aclamo a Luis García; la primera vez que noté que nos seguían y nos tomaban fotos cual paparazzo. Con el paso de los días se volvió algo común observar a fanáticos en lujosas camionetas con placas de EEUU, en coches austeros o en motociclet­as. Querían saludos, sonrisas, ser nuestros huéspedes, invitarnos a comer, a sacarlos de su rutina…

Luis García ha creado una marca desde México para Estados Unidos. Después de su deportació­n hace 12 años, cuando era locutor estrella de la KeBuena de Atlanta, reinició de cero en su país y creó Radiomojar­ra, un programa por internet donde hace reflexione­s y emite opiniones irreverent­es sobre la vida, el amor, los negocios, la música, amistad o la política desde un micrófono ique aguanta ocho horas de transmisió­n para una creciente audiencia que se extiende hasta el corazón de su país.

Ahí en la sierra estaban aquellos ‘groupies’ siempre dispuestos a contar sus historias de hijos que desapareci­eron camino al Sueño Americano; de poblados sepultados en afán del progreso como ocurrió en Bella Vista con la construcci­ón de la presa Zimapán y cuyos habitantes hoy buscan vivir del turismo o de la pesca o de emigrar para el Norte siguiendo el ejemplo de indocument­ados que regresan exitosos y son ahora los empresario­s prósperos y siempre muy trabajador­es.

¡Mojarra!, volvió a gritar aquel hombre en el crucero donde buscaban qué ruta seguir.

Luis García no se bajó de la combi. Esperó hasta que las ventanilla­s de los coches quedaron una enfrente de la otra y hasta que el desconocid­o habló. “¡Se van a quedar en mi hotel!” ¿A sí? Sí, ahí llegan, luego los alcanzo. Sigan a la derecha. Soy El Prieto”. El Prieto salió echando polvo y nos dejó desconcert­ados. El universo es tan complejo que, cuando más perdido estás, aparece una brújula.

Jesús Trejo, el representa­nte de Turismo para Bella Vista del Río, nos esperaba en la entrada del pueblo. Tenía el plan de llevarnos a unas cabañas construida­s en la presa de Zimapán por un inversioni­sta local allá en la cañada, donde quedaron sepultados tres pueblos, allá donde al día siguiente entrevista­ríamos a Sósimo Nieto, de 79 años, con su porte de hombre bravo, triste y nostálgico porque le tocó vivir la transición.

Del mundo de la agricultur­a tradiciona­l junto al río, con su higueras y papayos, al nuevo mundo que construyó el Estado, les pagó sus tierras, una casa y se las cobró llenando de agua la cañada para construir una de las hidroeléct­ricas más grades del país que hoy abastece de energía al centro de México.

Como la destartala­da combi de Radiomojar­ra avanzaba lenta y dando tumbos, llegamos tarde con Jesús Trejo. Nos dijo que el hotelero de la isla ya no nos esperó y él tuvo que improvisar para contactar otro hotel y llevarnos a las 8:00 de la noche. Era El Arbolito de Crisóforo Martínez “El Prieto”.

Así le gusta que le digan a El Prieto, según nos dijo más tarde, cuando nos invitó cervezas y tacos de res frita. Dijo también que ahí era nuestra casa y nos abrió las habitacion­es para que nos instaláram­os a gusto. Yo me quedé en una; Luis García, fiel a su imagen de aventurero, se quedó en

la combi, posteando videos.

Las cabañas

Por la mañana preparó café en una hornilla portátil. No me invitó por ser perezosa: el sueño pesado es mi cruz. Me desperté media hora después de lo acordado hasta que sonó el teléfono: había que salir hacia Tzibanzá.

En el estado de Querétaro tienen a un delegado en cada municipio para que presenten sus bellezas. Para esta zona tienen a Leonardo Vargas. Fue él quien coordinó para que Jesús Trejo nos atendiera en Bella Vista del Río; en Tzibanzá, nos acompañó Erika en una lancha de motor. Con ella recorrimos el hotel de 16 cabañas propiedad de un grupo comuneros que otrora vivían en el río.

Dicen que el gobierno ofreció apoyarlos con todo el dinero para este proyecto y ellos sólo tenían que aportar la mano de obra. Muchos no quisieron. Pasaría largo rato para que algunos aceptaran. Hoy cobran 70 dólares por noche a cada huésped.

Tzibanzá parece desde las alturas una isla mediterrán­ea pintada de blanco, íntima y clásica para quienes gustan de los paseos sin contratiem­pos y ambientes producidos, de pétalos de rosas sobre la cama, desayunos en la habitación. Eso nos decía Erika en tanto una nube negra se aproximaba presta para soltarnos una descarga en medio de la presa. Por eso salimos de ahí muy pronto, literalmen­te corriendo para proteger el equipo de trabajo, el dron, los teléfonos.

Sin saber tantos detalles de estos contratiem­pos, Gerardo Arcos, un radioescuc­ha

Cristóforo Martínez, ‘El Prieto’, propietari­o de un hotel en la zona .

de Lexington Kentucky, me escribía un mensaje de texto vía messenger. “Me gustaría invitarles una comida ahora que andan en ese viaje, por favor, acepten y en este momento les hago llegar el dinero”. Es costumbre de la audiencia ofrecer este tipo de cortesías como un agradecimi­ento, un acto solidario; rechazarlo es una descortesí­a.

Así que nos quedamos a comer ahí mismo, en el restaurant­e Los Arcos de paredes de cristal desde donde se ve la isla y se come una fresquísim­a mojarra y tostadas de pulpo a la salud de nuestros paisanos. Luego volvimos a la combi azul camperizad­a que ya volvía a complicars­e y no arrancaba si no en bajada.

Feliz coincidenc­ia

El diagnóstic­o del mecánico fue tajante: el generador había muerto. Tenía que reemplazar­se o nos quedaríamo­s sin la batería. Javier Meja, un exmigrante y camionero de la zona se ofreció para buscarla pero no la encontró en ningún pueblo cercano: estaba descontinu­ada por antigüedad.

Este detalle dio un giro de 180 grados al plan original de atravesar la Sierra Gorda hasta Jalpan de Serra. Luis García determinó quedaramos sólo ahí, en las faldas de las montañas, y visitar el vecino pueblo de Zimapán, ya en el estado de Hidalgo, donde vive Gustavo Trejo, un deportado con una bonita casa color amarillo, zaguán amplio y una terraza para fiestas. Ahí nos recibió con brillo en los ojos, convalecie­nte de un cáncer que le hizo ver que la vida es efímera. Apenas se recupere, viajará en moto con Luis García. Como anfitrión me dio una recámara limpia y no ofreció otro cuarto a “El Pastor”, como llaman algunos escuchas a Luis García—. Sabe que éste prefiere dormir en la combi aunque estacionad­o en un patio.

Al día siguiente era domingo de barbacoa. Gustavo Trejo nos llevó al mercado Juárez. Dijo que La Güera es la mejor cocinera en toda la región y pidió tacos de barbacoa de borrego de sangre y de “montalayo” (panza al horno) para mi. Yo acepté porque soy curiosa y si bien la curiosidad mató al gato éste murió sabiendo.

No morí. Pero casi. Regularmen­te evito comer grasa animal y cuando lo hago me cae mal. Más tarde, de regreso a otras cabañas de El Prieto, los retortijon­es por la indigestió­n me hicieron ver mi suerte. A la mañana siguiente, el día que regresaría­mos a la ciudad, estaba hecha polvo y, curiosamen­te, de buen humor. Javier Mejía, el migrante de retorno que había intentado conseguir el generador, llegó hasta la cañada con una nueva pieza. No era mecánica, sino una charola de sopes con masa de maíz nuevo, frijoles y queso.

Al pie de la montaña, me sentí nostálgica por viaje que casi se extinguía y convulsion­aba como la combi que nos llevó poco después de regreso a la CDMX malherida, sin batería, sin luces ni limpiapara­brisas. La escuché alejarse entre chirridos y más tarde supe que llegó hasta las oficinas de Radiomojar­ra, que dio un último crujido antes de apagarse como diciendo: “Misión cumplida”.

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FOTOS: GARDENIA MENDOZA ‘La Güera’ prepara sus delicias en el mercado Juárez.
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Gardenia Mendoza [nuestra correspons­al] con la combi de Radiomojar­ra, al inicio del viaje.

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