Sacerdotes se arriesgan para dar consuelo a los enfermos de COVID-19
El miedo y el dolor de la enfermedad se soportan mejor con una voz de aliento, insisten estos curas
Cuando recorre los pasillos del Hospital General de México con los bolsillos llenos de estampas de la Virgen de Guadalupe, el sacerdote Roberto Funes escucha susurros y llamados desesperados. A veces son claros; a ratos, quejidos de dolor o desesperación de enfermos que buscan consuelo frente al COVID-19. — Ayúdame— le dicen. Roberto Funes, como cientos de sacerdotes en México, lleva su palabra de consuelo a los más enfermos y en medio de la pandemia se juega vida como parte de un grupo de religiosos convocados por la Arquidiócesis Primada para un voluntariado tan especial como delicado y peligroso: dar esperanza en donde se requieren cuidados extremos y oxigenación.
No cualquier religioso realiza esta labor porque el riesgo está ahí, latente.
Desde que se desató la pandemia por COVID-19 hasta el mes de septiembre pasado el Centro Católico Multimedial contabilizó la muerte de al menos 100 sacerdotes católicos. La cifra de octubre aún no se registra.
La edad de los curas caídos en su labor va de los 55 a los 80 años. Algunos de ellos, tenían diabetes, hipertensión arterial u obesidad, las enfermedades que debilitan más a los pacientes de coronavirus. Por eso, la instrucción para los sacerdotes que quisieran inscribirse en estas misiones de acompañamiento en la pandemia fue clara: deben ser sanos.
Con una voluntad de acero
El padre Funes y dos religiosos más ingresan al Hospital General a las 8:00 de la mañana y terminan a las 5:00 de tarde una vez por semana; otros cuatro días van a diversos hospitales públicos y en casos especiales a domicilios particulares.
Siempre vestidos de overol, bata, botas y careta responden con palabras de aliento, ayuda espiritual, fe.
“La fe cura y te hace soportar mejor el dolor”, detalla el sacerdote en entrevista con La Opinión. “Los incrédulos pueden decir que es rollo de los que creen, pero está medido científicamente que si crees y tienes compañía el umbral del dolor es mucho menor y tienes más posibilidades de subsistir”, explica.
En una de las visitas a los enfermos, uno de ellos lo llamó para confesarle que era incrédulo de Dios y del coronavirus, pero la falta de oxígeno en una de las embestidas de la enfermedad lo hizo dudar, ¿y si pedía a un ser supremo por su vida?
El hombre sobrevivió y en la convalecencia le pidió consejos al cura para dejar su vida de vicios. “Se dio cuenta de que hay un Dios entre la vida y la muerte”, recuerda Roberto Funes.
A mediados de mayo el sacerdote se contagió. Fue asintomático, pero lo detectó con una prueba que dio positivo y para evitar propagar la pandemia se encerró unas semanas. Luego regresó a los hospitales porque sabe que no hay otro momento en el cual se necesite más fortaleza de espíritu que cuando el oxígeno no alcanza.
“No he conocido a un solo enfermo de COVID-19 que se haya salvado y no sea creyente”, observa. “Ni uno”.
En la clínica número 1 del Instituto Mexicano del Seguro
Social del estado de Morelos también captaron la importancia de la salud espiritual como en el Hospital General de México.
A diferencia de algunas clínicas del país donde no han querido aceptar la ayuda de los curas, en Morelos permiten el ingreso de siete sacerdotes entre quienes se encuentra Edgar Olivera, de 41 años.
Edgar Olivera tiene todo el perfil para esta misión: es sano, aún joven y es el responsable de la pastoral de salud en la diócesis del estala