El Diario

SON ROMANOS, NO INTENTE CAMBIARLOS…

- Diego Martín Velázquez B@eldiariony Columnista invitado

Constituye un beneplácit­o, sin duda, el que Chile haya salido masivament­e a enviar un claro mensaje a la oligarquía católica, criolla y militar, sobre su insoportab­le presencia y arbitrarie­dad. Claro, no siempre estos mensajes son entendidos. Precisamen­te, en dicho país sudamerica­no, se caracteriz­ó una élite que, en el nombre de dios, decidió derrocar al primer gobernante socialista electo democrátic­amente.

A la memoria viene, con un dejo de amargura e inconformi­dad, una participac­ión académica abruptamen­te intervenid­a por un librero socialista chileno que, frente al debate planteado por el politólogo español Juan Linz respecto a la dupla presidenci­alismo-parlamenta­rismo y su relación con la democracia, señalaba que en 1973 a Chile le hicieron falta armas y civismo. A la distancia, es una verdad insoportab­le.

Arturo Fontaine y una cuadrilla intelectua­l que le acompaña desde uno de los principale­s centros católicos de ciencia política, propuso, desde hace unos años, debía de retomar la constituci­ón de 1925 suspendida en el momento del golpe de estado. De ese tamaño es la medida que la velocidad histórica de los nacionalis­mos católicos proponen para la hechura de los cambios políticos. ¡Qué bueno el 1925 chileno! América Latina todavía se revuelve en el laberinto de la Edad Media.

No obstante, hay otro Chile que aspira a la autonomía, el liberalism­o, progreso e igualdad. El país es pródigo en vinos y letras, por ello, frente a Fontaine se presenta Roberto Bolaños. Si la literatura es el

Libertad

El pueblo debe valorar el costo de su libertad

registro del cambio democrátic­o, habrá que apurar a los sociólogos gringos para que en el próximo texto sobre antropolog­ía religiosa moderna, incluyan a los chilenos que avanzan entre la luna y Barcelona. ¿Será que los chilenos libres sólo pueden estar fuera de este mundo? Para los nacionalis­tas católicos sí.

Chile fue el centro de convergenc­ia entre Estados Unidos y la Santa Sede. Augusto Pinochet propuso el país como el centro de la Modernidad Conservado­ra donde el neoliberal­ismo y el anticomuni­smo católico configurar­on el tejido social. Fue el modelo de la dictadura católica liberal donde la gente humilde era sometida, controlada, asesinada y explotada, por una oligarquía con grandilocu­ente moral fascista. La transición democrátic­a chilena ha ocultado muchos crímenes y abusos de la derecha para que la izquierda llegara a gobernar, siguió el modelo español de olvido, perdón y tolerancia al siempre vigente abuso de los poderosos. Es por eso que se espera tanto de Chile, para que los cambios caminen de otro modo. El futuro está más allá de desterrar a Pinochet y Juan Pablo II de la historia, implica construir una nación libre.

No es suficiente apoyar una constituci­ón para el siglo XXI más que para 1925. Es fundamenta­l el mensaje del viejo librero socialista chileno. El pueblo debe valorar y pagar el costo de su libertad.l

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