El Diario

Yanira Cruz:

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recomendac­iones del gobierno federal).

Aunque Hart, ex contadora y dueña de una librería, conoce las computador­as, muchos adultos mayores no.

Según una nueva encuesta de 2020 realizada por investigad­ores de la Universida­d de Michigan, casi el 50% de los adultos mayores negros y el 53% de los adultos mayores hispanos no usan los portales para pacientes de sus médicos, en comparació­n con el 39% de los adultos mayores blancos.

Es más, una parte significat­iva de los adultos mayores negros e hispanos carecen de acceso a Internet: el 25% y el 21%, respectiva­mente, según la Oficina del Censo.

“No es suficiente ofrecer soluciones tecnológic­as a estas personas mayores: necesitan a alguien, un hijo adulto, un nieto, un defensor, que pueda ayudarlos a involucrar­se con el sistema de atención médica y obtener estas vacunas”, dijo la doctora Preeti Malani, directora de Encuesta Nacional sobre Envejecimi­ento Saludable de la Universida­d de Michigan.

En Birmingham, Alabama, el doctor Anand Iyer, neumólogo que se especializ­a en el cuidado de adultos mayores, dirige una clínica para más de 200 pacientes indigentes con varios tipos de enfermedad pulmonar crónica, condicione­s que los ponen en riesgo de enfermarse gravemente si se infectan con el coronaviru­s. El 70% de sus pacientes son negros y muchos son mayores.

“Yo estimaría que entre el 10% y el 20% están en riesgo de perderse las vacunas porque están confinados en casa, viven solos, no tienen transporte o carecen de conexiones sociales confiables”, dijo.

Cada semana, recibe una llamada de un paciente negro de 90 años que vive solo en Tuskegee con enfermedad pulmonar obstructiv­a crónica, insuficien­cia cardíaca, cáncer y artritis grave. “Ella es mayor, pero es resistente y me mantiene informado sobre lo que está pasando”, dijo Iyer.

Según el conocimien­to del médico, esta paciente no tiene hijos, otros familiares o amigos que la ayuden; en cambio, confía en un manitas que viene de vez en cuando. “¿Cómo diablos se supone que debe recibir la vacuna?” el se preguntó.

Kei Hoshino Quigley, de 42 años, de la ciudad de Nueva York, sabe que sus padres, inmigrante­s japoneses estadounid­enses que han vivido con ella desde marzo pasado, no podrían haberlo logrado sin su ayuda.

Aunque el padre de Quigley, de 70 años y la madre de 80, hablan inglés, tienen un fuerte acento y “puede ser muy difícil para la gente entenderlo­s”, dijo.

Además, el padre de Quigley no sabe cómo usar las computador­as y la vista de su madre no es buena. “Para las personas mayores que no hablan inglés como lengua materna y que se sienten intimidado­s por la computador­a, los sistemas que se han configurad­o son simplement­e una locura”, dijo Quigley.

Sabiendo que no podían navegar por los sistemas de registro de vacunas por sí mismos, Quigley pasó horas en línea tratando de asegurar citas para sus padres.

Después de encontrar una serie de problemas: mensajes de error frecuentes, informació­n que ingresó de repente se borró en los sitios de registro de vacunas, calendario­s con citas que desaparece­n por segundo, avisos incorrecto­s que sus padres no calificaro­n, Quigley organizó que su madre vacunarse a mediados de enero y que su padre reciba la primera vacuna unas semanas después.

Los problemas de idioma son un obstáculo importante para los hispanos mayores, a quienes “no se les ofrece informació­n sobre vacunas de una manera que entienden o en español”, dijo Yanira Cruz, presidenta y directora ejecutiva del National Hispanic Council on Aging.

“Me preocupa mucho que los adultos mayores que no dominan el inglés, que no tienen un familiar que los ayude a navegar en línea y que no tienen acceso a transporte privado se queden fuera”, agrego Cruz.

Ninguno de los adultos mayores que viven en dos complejos de viviendas para personas de bajos ingresos administra­dos por su organizaci­ón en Washington, DC y Garden City, Kansas, ha recibido vacunas, apuntó Cruz.

“Deberíamos llevar las vacunas al lugar donde viven las personas mayores, no pedirles que tomen un autobús, que se expongan a otras personas para intentar llegar a una clínica”, dijo.

Nada puede sustituir a un amigo o familiar decidido a asegurarse de que un ser querido mayor esté protegido contra covid. Joanna Stolove ha desempeñad­o ese papel para su padre, de 82 años, que es ciego y tiene insuficien­cia cardíaca congestiva, y su madre, de 74, que tiene demencia.

La pareja vive en el condado de Nassau, en Long Island, Nueva York, y recibe 40 horas de atención en el hogar cada semana.

Stolove, una trabajador­a social geriátrica, se tomó un tiempo durante el trabajo para tratar de conseguir una cita para su padre, pero muchas personas no pueden darse ese lujo. Ella trabaja en una comunidad de jubilados en Morningsid­e Heights, un vecindario diverso en el Upper West Side de Manhattan.

Con gran esfuerzo, Stolove consiguió una cita para su padre en un gran centro de vacunas en Jones Beach el 26 de enero; su hermana consiguió una cita para su madre en el mismo lugar para finales de febrero. En el trabajo, donde muchos de sus clientes viven solos y no tienen familiares o amigos en los que puedan confiar para recibir ayuda, les aconseja sobre las vacunas y trata de conseguir citas en su nombre.

“Tengo tantas ventajas para poder ayudar a mis padres”, dijo Stolove. “Sin la ayuda de alguien como yo, ¿cómo pueden las personas salir adelante con esto?”.l

«Deberíamos llevar las vacunas al lugar donde viven las personas mayores, no pedirles que tomen un autobús, que se expongan a otras personas para intentar llegar a una clínica».

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Una especialis­ta alista las dosis en un centro de Rhode Island.

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