EL DÉJÀ VU DEL DEBATE MIGRATORIO
Llevamos más de tres décadas siguiendo los debates migratorios en Estados Unidos con sus triunfos, fracasos, promesas y la eterna espera de una solución humana y justa.
Ha sido un viaje informativo, formativo, reflexivo, histórico, e incluso filosófico y humanista. Pero también ha contenido una dosis bastante alta de frustración al confirmar todo el tiempo cómo la política —y más que esta, los juegos de conveniencia política— echan por tierra una y otra vez las esperazas de millones de seres humanos en un país que ha sido su única tabla de salvación.
En este nuevo esfuerzo en la presidencia de Joe Biden resurgen los mismos y cansados viejos argumentos, particularmente de la oposición republicana, sobre “amnistías” y premios a la “ilegalidad”.
Y del bando demócrata comienzan a escucharse también sus mismos “argumentos”: que si no se puede todo a la vez, que si hay que ir por partes, que tenemos mayorías en el Congreso pero son estrechas y necesitamos republicanos, etc., etc...
Por otra parte, están los grupos de presión, los antiinmigrantes y los pro inmigrantes.
Los grupos pro inmigrantes, es cierto, luchan por una causa común, pero también tienen diversidad de opiniones sobre cómo conseguirla y no siempre están de acuerdo entre sí. Eso, por supuesto, también ha incidido en la ausencia de una solución definitiva.
Y en esas circunstancias aún nos encontramos, en pleno Siglo XXI.
De manera que invariablemente el debate migratorio provoca flashbacks de dilemas pasados. Es inevitable, y hasta cierto punto comprensible, pero sería inexcusable que la comunidad inmigrante no vea una solución real.
¿No es tiempo ya de cambiar de perspectiva y poner los pies en la tierra en función de los múltiples beneficios para este país de inmigrantes de contar con un segmento de población que ha hecho todo por integrarse y adaptarse, contribuyendo sin rechistar al engrandecimiento de esta nación? Han servido en las Fuerzas Armadas; han alimentado a este país literalmente con sus manos trabajando en los campos estadounidenses; han pagado miles de milones de dólares en impuestos sin la garantía de reembolso alguno.
También es inexcusable la retrahíla de pretextos para la inacción. Honestamente, ¿a quién le importa lo que diga un desacreditado Partido Republicano?
Por su parte, los demócratas tienen que asumir que controlan el Congreso y la Casa Blanca. Ya no hay tiempo para titubeos ni cálculos partidistas: la madurez política de los inmigrantes es un hecho en este siglo, y esa nueva categoría de análisis tiene que servir de base para empezar a cumplir. Ahora sí.
Ganaron. Asuman su poder. Sean creativos. Impulsen medidas beneficiosas para la comunidad inmigrante y, por ende, para el país.
Por su parte, las organizaciones pro inmigrantes deben unificar sus esfuerzos en lograr que esas promesas esta vez realmente se cumplan dejando de lado los diferendos que puedan tener.•