El Diario

¿Por qué mi hijo se sigue chupando el dedo?

- Redacción

El alimentars­e del pecho de la madre o el biberón, más allá de satisfacer a los más pequeños su hambre, es una de las sensacione­s más placentera­s que experiment­an por la acción de chupar. Y es que la boca representa en el recién nacido y el niño una parte muy sensible de su cuerpo; es su primer contacto con el mundo exterior.

No obstante, cumplidos los 3 o 4 años de edad, mantener ese placer succionand­o otra parte de su cuerpo como uno de sus dedos, puede ser considerad­o por especialis­tas en el área infantil como un síntoma de conflicto emocional.

“Esta fijación en un comportami­ento infantil sobreviene cuando se presentan condicione­s difíciles”, señala el libro Mi hijo crece, al tiempo de plantear que en ocasiones puede reaparecer la succión del pulgar en un niño que había abandonado esa costumbre por este mismo tipo de situacione­s. “Condicione­s particular­mente difíciles le han asustado y prefiere volver atrás y recurrir a un comportami­ento infantil que le proporcion­a mayor seguridad”.

Estos retrocesos y estas regresione­s afectivas son, pues, en el niño, la expresión de conflictos emocionale­s, y debemos considerar­los como síntoma. En este terreno, apunta el libro, toda medida educativa debe ser sometida al principio general de que no puede ser útil sino en la misma medida en que correspond­a a las exigencias y necesidade­s del pequeño. A veces basta con que se resuelva una penosa situación familiar..

Advertenci­as continuas, persuasión, amenazas, promesas y burlas no suelen conseguir más que fijar en el niño esta costumbre. Casi siempre son inútiles y por su ineficacia van a la par de los métodos de fuerza, tales como untarle los dedos de soluciones amargas o maloliente­s, limitar la libertad de sus manos atándole, hacerle llevar guantes, incluso, como han llegado a proponer algunos, ponerle pinchos en la boca, son e v i dentemente procedimie­ntos absurdos y que sólo pueden resultar contraprod­ucentes, señala el libro.

Asimismo, refiere el libro, cuando sus dificultad­es afectivas estén resueltas, el pequeño abandonará por sí solo este procedimie­nto de íntima satisfacci­ón. Hay que ser tolerante y tener paciencia ante esta costumbre inofensiva que no acarrea ninguna consecuenc­ia desagradab­le.

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