El Diario

Un sueño que Catalino no dejó morir.

AraceliMar­tinez

- Araceli Martínez Ortega B@ LOS ÁNGELES

Catalino Tapia, un humilde jardinero quien estudió hasta el sexto año de escuela primaria en México, cumplió 15 años de dar becas para la universida­d a estudiante­s indocument­ados y de bajos ingresos.

Como un reconocimi­ento a su innovador trabajo, la directiva de la Fundación de Becas de los Jardineros del Área de la Bahía (BAGSF), lo sorprendió con la noticia de que la organizaci­ón que creó en 2004, cambia de nombre para llamarse Fundación Catalino Tapia.

“En 15 años hemos entregado 350 becas de $2,000 por cada estudiante más una computador­a”, dice emocionado.

Y reconoce que es un gran orgullo que una persona analfabeta sin educación formal como él se describe, haya formado una fundación para dar becas. “Esto demuestra que si todos nos unimos y tratamos de hacer algo positivo, lo podemos lograr, y sobre todo dejándose guiar por los consejos y la dirección de Dios”.

Nacido en Michoacán, México, llegó a Estados Unidos en 1964.

“Fue muy duro al principio. No conocía el idioma y no sabía hacer nada. Solo sabía ordeñar vacas”.

Su primer trabajo fue como preparador de donas en una panadería en la ciudad de Palo Alto con un salario de 45 centavos la hora.

“Dios me ha ayudado, poco a poco me fui superando. Hubo un tiempo en que trabajé como operador de máquinas en una fábrica de cajas fuertes. Ahí ganaba 50 centavos la hora”.

Pero en 1981 cuando clausuraro­n la fábrica, se le presentó la oportunida­d de hacer trabajos de jardinería. “Un amigo mío tenía una ruta por $350 al mes. Él regresó a México y me la vendió en 1981”.

Por recomendac­iones de los mismos clientes, encontró nueva clientela con gente con mucho dinero en el área de la península de San Francisco.

Catalino se casó con Margarita, una michoacana que conoció en la ciudad de Redwood City en el norte de California, y desde que tuvieron sus dos hijos varones Noel y

Edel, abrieron una cuenta de ahorros para poder mandarlos a la universida­d.

“Cuando mi hijo se graduó de leyes en la Universida­d de California en Berkeley, y miré a solo un puñado de latinos entre los graduados, pensé que tenía que ver con la falta de recursos y la economía”.

Estaba tan feliz de ver a su hijo Noel graduarse de la universida­d, que se prometió a sí mismo hacer algo para ayudar a los jóvenes de escasos recursos.

“Pasaron años, y yo no encontraba el camino de cómo empezar. La idea andaba en mi mente. No la dejé morir. Y en 2002, durante un viaje por carretera entre Redwood City y Los Ángeles se me ocurrió crear un fondo para dar becas para la universida­d a los muchachos con recursos limitados”.

Pero cómo hacerle, pensó una y otra vez, mientras conducía su auto y su esposa dormía plácidamen­te en el asiento del conductor.

“De repente, como un rayo de luz se me vino a la cabeza una idea, tú eres jardinero y trabajas con mucha gente acaudalada, pídeles donaciones”.

Cuando llegó a Los Ángeles, justamente para visitar a su hijo, apenas lo vio venir junto con otros amigos abogados, le soltó a los tres su proyecto en mente y les pidió su opinión.

“Los abogados Maribel Medina y Miguel Márquez dijeron que podíamos formar una fundación. Pero yo no sabía qué era. No te preocupes, me dijeron”.

A finales de 2003, le entregaron los documentos de la Fundación de Becas de Jardineros de la Bahía. “De ahí en adelante, comencé con mucho miedo a recaudar fondos. Pensé que lo más que podía pasar, era que mis clientes me negaran la donación o me corrieran, pero tomé el riesgo”.

Y fue como un milagro porque en dos semanas, recaudó $10,000. “Entonces dije, Dios mío, este es el camino

En 2006 entregaron las primeras cinco becas. “Dar el primer paso me puso súper feliz. Lo que empezó como un sueño, era ya una realidad, una gran satisfacci­ón, algo que nunca jamás soñé”.

Catalino Tapia, quien dice no haber recibido una educación formal pero sí entender su importanci­a, buscó durante años cómo ayudar a los jóvenes: hoy le ha dado la mano a más de 300 universita­rios becas de $2,000 se han entregado por parte de la fundación en 15 años.

“Dios me ha ayudado, poco a poco me fui superando. Hubo un tiempo en que trabajé como operador de máquinas en una fábrica de cajas fuertes. Ahí ganaba 50 centavos la hora”. Catalino Tapia, inmigrante y creador de la fundación.

a seguir”.

En el año 2006 entregaron las primeras 5 becas. “Dar el primer paso me puso súper feliz. Lo que empezó como un sueño, era ya una realidad, una gran satisfacci­ón, algo que nunca jamás soñé”.

Catalino ha recibido muchos reconocimi­entos, pero aquellos que no tienen comparació­n son cuando se gradúa de la universida­d algún estudiante becado por la fundación que él creó.

“Karla Navarro ha ganado becas 4 veces consecutiv­as. Apenas el 9 de octubre, me invitó a su fiesta de graduación por su maestría, y me pidió que le pusiera la bandera de México sobre su toga. Fue muy hermoso ver lo feliz que estaba con sus padres y familia”.

Pero además narra que la directora de la oficina de la ahora Fundación Catalino Tapia, Yaneth Gutiérrez ha ganado 3 veces la beca, lo que la ayudó a graduarse de la Universida­d de San José. “Quiere seguir estudiando para ser abogada en migración”.

La selección de los ganadores de las becas no es fácil.

“Son alrededor de 150 cartas de solicitud que se reciben por año; y es muy duro saber que solo podemos apoyar a 25 o 30 muchachos”.

Explica que el comité selecciona­dor es un grupo de gente de fuera, que no tiene nada que ver con la fundación.

“Ellos se basan mucho en el servicio comunitari­o porque pienso que hay que enseñar a la juventud no solo a recibir sino a dar. También las historias de cómo han sufrido para llegar a donde están, influyen mucho para la selección. A veces uno es puro llanto cuando lee sus cartas”.

Lo más increíble es que los jóvenes quedan muy agradecido­s con las becas, y eso les sirve de motivación.

Catalino dice que la decisión de ponerle su nombre a la fundación a partir del 4 de noviembre, le hace sentir triste y feliz.

“Triste porque lo que yo inicié hace 18 años con la ayuda de mi hijo y sus amigos está cerrando su primer capítulo, pero esperamos que en este nuevo capítulo, tenga el mismo desempeño y éxito alcanzado con el nombre original”.

El cambio de nombre fue decisión de la mesa directiva, aclara. En lo personal, tenía sus preocupaci­ones. “Yo soy un hombre humilde, y no quiero que la gente piense que estoy presumiend­o, pero esta fundación será mi legado para mi familia, mis amigos y la juventud”.

Hace 5 años, Catalino fue diagnostic­ado con el Mal del Parkinson, una enfermedad que él mismo dice, daña el sistema nervioso y no tiene curación. “Lo único que me queda es ser fuerte y seguir adelante con mi misión hasta que Dios me permita”.

A sus más de 70 años, con su salud mermada pero con un corazón lleno de entusiasmo, dice que su sueño es seguir viendo a la ahora Fundación Catalino Tapia, con el mismo ánimo.

“Tenemos una mesa directiva dirigida por Perla Rodríguez, [una mujer] muy dedicada a brindarle a los jóvenes de escasos recursos, la oportunida­d de ir a la universida­d”,

Catalino considera que todos podemos hacer algo por los demás si no pensamos solo en nosotros.

“Lo pude hacer yo sin tener educación para nada, solo con un fuerte deseo de ayudar”.

En 2008, recibió el premio a la innovación social Purpose Prize que consistió en una donación de 100,000 dólares. En 2009, obtuvo el premio nacional Jacqueline Kennedy Onassis por parte de la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universida­d de Harvard y el Carnegie Endowment.

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