CUMBRE DE OPORTUNIDADES
Tener un foro regional que agrupe a las naciones de América para dialogar sobre los desafíos para el desarrollo continental es una idea excelente. Para aprovechar su potencial es necesario superar el pasado marcado por una relación desigual que causa los resentimientos que dominan la política de hoy.
El abismo entre el Sur y el Norte continental se refleja en la discusión de los mandatarios que se harán presentes en la Novena Cumbre de las Américas que por cuatro días a partir de hoy se realiza en Los Ángeles, California. El momento político de la región marca el ritmo de estas reuniones, quien gobierna dónde y en qué país se realiza, determina el tono del encuentro.
En este caso es lamentable la ausencia de los países que no fueron invitados por su falta de democracia como Cuba, Nicaragua y Venezuela. Hay un regreso al pasado que había sido superado por el expresidente Obama, pero la política interna estadounidense hoy impide una foto en una misma habitación de Joe Biden, Daniel Ortega y Nicolás Maduro.
Es penoso también la actitud asumida por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de no asistir en respaldo con los excluidos. La importancia de México en su relación con Estados Unidos y su papel continental demandan la madurez de influir en acontecimientos con su protagonismo en vez de acciones solidarias vacías de contenido para consumo ideológico.
La Cumbre de las Américas fue creada como un foro de desarrollo y comercio continental. Es necesario tener un grupo fuera de la Organización de los Estados Americanos para tratar temas de energía, sanitarios y económicos. Hay un interés común en lidiar con estos temas que son la causa principal de las migraciones en el continente. Este es un tema fundamental, por ejemplo, en la relación de Centroamérica con Washington.
Lo ideal para Latinoamérica sería un mercado común, como los europeos, capaz de negociar con Estados Unidos por sus intereses comunes. Se intentó esto con la Unasur para fracasar por su visera ideológica incapaz de establecer metas que superen el egoísmo, la avaricia y la corrupción.
La costumbre latinoamericana de que cada gobierno nuevo destruye lo hecho por lo anterior para redescubrir de nuevo la rueda impide un mínimo de consistencia a largo plazo.
Creemos en la frase de América para los americanos. Hay cuestiones geográficas y culturales que nos unen en un base de respeto mutuo. Para eso se necesita un pragmatismo sano para no hacer una rabieta cuando hay desacuerdos significativos, sin sacrificar la soberanía.
Si los integrantes de la Cumbre de las Américas sacrifican el valor intrínseco de una reunión de este tipo por la demagogia y el condicionamiento momentáneo de cada nación, será una valiosa oportunidad desechada. Los habitantes del continente, de Canadá a Argentina, se merecen mucho más de sus líderes.