¿Dónde están los amigos de Genaro? La esposa habla desde una banca vacía
Jesusgar
La mañana del 3 de enero del 2020, Linda Cristina Pereyra caminaba con prisa afuera de la Corte del Distrito Este de Nueva York al lado de sus hijos Luna y Genaro. Era una mañana helada. Habían salido del tribunal donde su esposo Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública de México, se declaró “no culpable” de cargos sobre narcotráfico. Ella y su hija bajaban el rostro a la prensa, se veían devastadas. El hijo mantenía la cara en alto. Aquel invierno, este periodista insistió en preguntarle a Pereyra qué opinaba de las acusaciones contra su esposo sobre nexos con el Cártel de Sinaloa, particularmente con Joaquín “El Chapo” Guzmán, si se quedaría en Nueva York o volvería a la ciudad donde reside –que desde entonces se desconoce–, si creía que los señalamientos eran injustos. “No comentaremos nada por el momento”, dijo entonces.
Tres años después, Pereyra luce distinta, no precisamente feliz, pero sonríe; permite que la prensa se acerque, aunque se molesta cuando percibe cierto acoso, a pesar de que los colegas periodistas sólo intentan hacer su trabajo, tomarle un video o una fotografía, quizás obtener una declaración. Es casi imposible lograrlo. Ella elige las horas en que menos reporteros hay, ingresa de prisa al tribunal en Brooklyn y se dirige a la cafetería en el tercer piso, donde es difícil ser abordada, más por respeto a su privacidad.
Previo al inicio de la audiencia, la esposa de García Luna intercambia comentarios con los abogados de su esposo, un día le llevó unos lentes en una funda que entregó a César de Castro, quien lidera la defensa. García Luna los recibió e hizo un gesto de agradecimiento a su pareja, a quien todos los días saluda con un beso enviado con la mano derecha y una palma en el corazón, a veces cruza ambos brazos en señal de abrazo. Ella sonríe a los gestos y asienta con la cabeza. Se sabe observada y eso, quizás, la inhibe de ser más expresiva. La esposa de García Luna no acepta entrevistas en forma, responde algunas preguntas a ciertos reporteros, quienes intentan buscar el momento idóneo, si es que lo hay con el tiempo tan corto entre el ingreso a la sala de audiencias, los descansos para reportar avances del proceso y el almuerzo, cuando una etiqueta no dicha marca evitar abordar a Pereyra, quien ingiere sus alimentos al lado de los abogados de su esposo, en la cafetería del tercer piso, donde algunos periodistas nos sentamos a escribir mientras también comemos.
Ya han pasado 13 días en la corte. La señora Pereyra ha estado sola prácticamente todo el tiempo. ¿Por qué luce vacía esta banca?, pregunté en una ocasión que me puse en cuclillas para lograr cierta privacidad y no hacerla levantarse. Me miró sorprendida, no molesta; levantó los hombros ligeramente, como un gesto de no saber porqué esa banca estaba vacía. Si bien la señora Pereyra luce relajada, sus ojos reflejan el cansancio y cierta tristeza.
Hay un dicho que reza: los amigos se conocen en las malas, le expresé a Pereyra. ¿Dónde están sus amigos?, lancé entonces. “No lo sé, eso me pregunto”, responde. “Quizá porque ahora él no tiene un puesto que ofrecerles”, agrega.
Tengo reportes de que en México muchos defienden a García Luna, pero en el tribunal solamente su esposa lo apoya moralmente. Dice otro dicho que a las palabras se las lleva el viento. En los hechos, la señora Pereyra está sola, a diario, en esa banca.