El Diario

EL VOTANTE PIDE SEGURIDAD

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La derrota de la alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot, en las recientes elecciones, atribuida en buena parte a su deficiente manejo de la criminalid­ad en la Ciudad de los Vientos, es una nueva campana de alarma para los partidos políticos y para todo el país.

Ciudades similares en tamaño como Nueva York o Los Ángeles también enfrentan el enorme reto de combatir este flagelo que se ha extendido como un virus junto con la pandemia del Covid.

Grandes inversione­s y énfasis de administra­ciones como la de Eric Adams en Nueva York (con resultados medianamen­te convincent­es) dejan ver que esta es una de las principale­s preocupaci­ones de los electores. Y con justa razón.

Imágenes de atracos y violencia en los noticieros o robos en tiendas de ropa de Rodeo Drive o Melrose en Los Ángeles (qué decir de lugares no tan turísticos) se han vuelto más y más comunes, ante la atónita mirada de la población en general.

El tema no es sencillo, problemas con la economía y la inflación son solo parte de una ecuación muy compleja en la que también interviene el hecho de que más armas están cada vez en manos de un mayor número de habitantes.

Al mismo tiempo, la parte meramente policial del asunto es de por sí delicada: el abuso de fuerza por parte de varias agencias del orden ha convertido al combate contra la delincuenc­ia en un tema altamente politizado.

Pero lo cierto es que el voto de confianza que las grandes ciudades han entregado a sus alcaldes en Nueva York, Los Ángeles y Chicago (este último por lo menos hasta la semana pasada) requiere que los administra­dores en jefe detengan a la delincuenc­ia y protejan a sus residentes de ella. Sin excusas. l momento de un atraco no importa nuestra afiliación política, el arma que se nos empuña en la frente no tendrá ninguna distinción.

Tampoco importa si los alcaldes han sido electos bajo una plataforma progresist­a,

Auno de sus primeros deberes es para con la vida, bienes y honra de sus electores.

El sistema capitalist­a en el que vivimos no es perfecto. Hay grandes síntomas de males peores que nos pueden llegar si no arreglamos el problema de la inequidad y la desigual distribuci­ón de la riqueza.

Pero los inmigrante­s, en especial quienes venimos de naciones menos desarrolla­das, debemos rechazar cualquier argumento que justifique la delincuenc­ia.

Nuestra admiración y orgullo por los logros de este que hemos hecho nuestro país, obedece en parte al respeto con los derechos de los demás y al orden que ejercen las entidades escogidas para ello. os correspond­e a todos, claro, exigir ciudades limpias, ordenadas, asequibles y acogedoras. Pero todo esto se basa en el respeto a las leyes y a la ausencia de impunidad. Que los delincuent­es se encuentren de nuevo en la calle luego de fracasar en sus intentos no nos convence tampoco como inmigrante­s ni como votantes. El que la hace debe pagarla, dice un viejo principio de justicia que equilibra la balanza de la sociedad y le da seguridad a quienes obedecen sus leyes. Eso lo cree la mayoría: en NYC, LA o Chicago.•

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