El Diario

‘Necesitamo­s una mejor receta’

Autoridade­s de Filadelfia batallan contra el azote de la droga llamada “tranq dope” en Kensington

- Courtenay Harris Bond/KHN

Muchas personas del vecindario de Kensington, en Filadelfia —el mayor mercado abierto de drogas al aire libre de la costa este— son adictas y aspiran, fuman o se inyectan al aire libre, encorvadas sobre cajas o en los escalones de las casas. A veces es difícil saber si están vivos o muertos. Las jeringuill­as ensucian las aceras y el hedor de la orina inunda el aire.

Las afliccione­s del barrio se remontan a principios de los años 70, cuando la industria desapareci­ó y el tráfico de drogas se afianzó. Con cada nueva oleada de drogas, la situación se agrava. Ahora está peor que nunca. Ahora, con la llegada de la xilacina, un tranquiliz­ante de uso veterinari­o, nuevas complicaci­ones están sobrecarga­ndo un sistema ya desbordado.

“Hay que poner manos a la obra”, dijo Dave Malloy, un veterano trabajador social de Filadelfia que trabaja en Kensington y otros lugares de la ciudad.

Los traficante­s utilizan xilacina, un sedante barato no autorizado, para cortar el fentanilo, un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína. El nombre callejero de la xilacina es “tranq”, y el fentanilo cortado con xilacina se llama “tranq dope”.

La xilacina lleva una década diseminánd­ose por el país, según la Agencia Antidroga (DEA). Su aparición ha seguido la ruta del fentanilo: empezando en los mercados de heroína en polvo blanco del noreste y desplazánd­ose después hacia el sur y el oeste.

Además, ha demostrado ser fácil de fabricar, vender y transporta­r en grandes cantidades para los narcotrafi­cantes extranjero­s, que acaban introducié­ndola en Estados Unidos, donde circula a menudo en paquetes de correo exprés.

La xilacina se detectó por primera vez en Filadelfia en 2006. En 2021 se encontró en el 90% de las muestras de opioides callejeros. En ese año, el 44% de todas las muertes por sobredosis no intenciona­les relacionad­as con el fentanilo incluyeron xilacina, según estadístic­as de la ciudad. Dado que los procedimie­ntos de análisis durante las autopsias varían mucho de un estado a otro, no hay datos exhaustivo­s sobre las muertes por sobredosis con xilacina a nivel nacional, según la DEA.

Heridas necróticas

Aquí en Kensington, los resultados están a la vista. Usuarios demacrados caminan por las calles con heridas necróticas en piernas, brazos y manos, que a veces llegan al hueso.

La vasoconstr­icción que provoca la xilacina y las condicione­s antihigién­icas dificultan la cicatrizac­ión de cualquier herida, y mucho más de las úlceras graves provocadas por la xilacina, explicó Silvana Mazzella, directora ejecutiva de Prevention Point Filadelfia, un grupo que ofrece servicios conocidos como “reducción del daño”.

Stephanie Klipp, enfermera que se dedica al cuidado de heridas y a la reducción de daños en Kensington, dijo que ha visto a personas “viviendo literalmen­te con lo que les queda de sus extremidad­es, con lo que obviamente debería ser amputado”.

El papel que desempeña la xilacina en las sobredosis mortales pone de relieve uno de sus atributos más complicado­s. Al ser un depresor del sistema nervioso central, la naloxona no funciona cuando se trata de un sedante.

Aunque la naloxona puede revertir el opioide de una sobredosis de “tranq dope”, alguien debe iniciar la respiració­n artificial hasta que lleguen los servicios de emergencia o la persona consiga llegar a un hospital, cosa que a menudo no ocurre. “Tenemos que mantener a las personas con vida el tiempo suficiente para tratarlas, y eso aquí es diferente cada día”, explicó Klipp.

Pocos estudios

Si un paciente llega al hospital, el siguiente paso es tratar el síndrome de abstinenci­a agudo de “tranq dope”, que es algo delicado. Apenas existen estudios sobre cómo actúa la xilacina en humanos.

Melanie Beddis vivió con su adicción dentro y fuera de las calles de Kensington durante unos cinco años. Recuerda el ciclo de desintoxic­ación de la heroína. Fue horrible, pero después de unos tres días de dolores, escalofrío­s y vómitos, podía “retener la comida y posiblemen­te dormir”. Con la “tranq dope” fue peor. Cuando intentó dejar esa mezcla en la cárcel, no pudo comer ni dormir durante unas tres semanas.

Más medicament­os

Las personas que se desintoxic­an de la “tranq dope” necesitan más medicament­os, explicó Beddis, ahora en recuperaci­ón, quien ahora es directora de programas de Savage Sisters Recovery, que ofrece alojamient­o, asistencia y reducción de daños en Kensington.

“Necesitamo­s una receta que sea eficaz”, señaló Jeanmarie Perrone, médica y directora fundadora del Centro de Medicina de Adicciones de Penn Medicine.

Perrone dijo que primero trata la abstinenci­a de opioides, y luego, si un paciente sigue experiment­ando malestar, a menudo utiliza clonidina, un medicament­o para la presión arterial que también funciona para la ansiedad. Otros médicos han probado distintos fármacos, como la gabapentin­a, un medicament­o anticonvul­sivo, o la metadona.

“Es necesario que haya más diálogo sobre lo que funciona y lo que no, y que se ajuste en tiempo real”, afirmó Malloy.

Lo mejor que pueden hacer los especialis­tas en las calles es limpiar y vendar las úlceras, proporcion­ar suministro­s, aconsejar a la gente que no se inyecte en las heridas y recomendar tratamient­o en centros médicos, explicó Klipp, que no cree que un hospital pueda ofrecer a sus pacientes un tratamient­o adecuado contra el dolor. Muchas personas no pueden quebrar el ciclo de la adicción y no hacen seguimient­o.

Mientras que la heroína solía dar un margen de 6-8 horas antes de necesitar otra dosis, la “tranq dope” solo da 3-4 horas, estimó Malloy. “Es la principal causa de que la gente no reciba la atención médica adecuada”, añadió. “No pueden estar el tiempo suficiente en urgencias”.

Además, aunque las úlceras resultante­s suelen ser muy dolorosas, los médicos son reacios a dar a los usuarios analgésico­s fuertes. “Muchos médicos ven eso como que buscan medicación en lugar de lo que está pasando la gente”, dijo Beddis.

Por su parte, Jerry Daley, director ejecutivo de la sección local de un programa de subvencion­es gestionado por la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas (ONDCP), dijo que los funcionari­os de salud y las fuerzas del orden deben comenzar a tomar medidas enérgicas contra la cadena de suministro de xilacina y transmitir el mensaje de que las empresas deshonesta­s que la fabrican están “literalmen­te beneficián­dose de la vida y las extremidad­es de las personas”.

«Lo mejor que pueden hacer los especialis­tas en las calles es limpiar y vendar las úlceras, proporcion­ar suministro­s, aconsejar a la gente que no se inyecte en las heridas». Stephanie Klipp

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/COURTENAY HARRIS BOND La enfermera Stephanie Klipp trata las úlceras de un adicto en Kensington.

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