El Diario

EL GÉNERO BIOLÓGICO DE DIOS… Y EL GRAMATICAL

- Luis Silva-Villa lenguaporo­ficio@gmail.com PROFESOR EMÉRITO DE LENGUA Y LINGÜÍSTIC­A

La iglesia anglicana, confesión cristiana establecid­a en Inglaterra en el siglo dieciséis, se plantea revisar la forma de referirse a Dios por medio de pronombres. Se quiere prescindir de “Él” o “Ella” (en inglés) para evitar asociarlo con algo humano; y en particular, masculino. Los reporteros de la noticia en español dudan entre decantarse por un “Ello”, o recurrir a un pronombre de diseño: “Elle”.

No se piense que es sencillo quitarle la barba al Señor. No podemos olvidar que nos educaron con aquello de estar hechos a Su imagen y semejanza. Podemos ver que el cambio ayudaría a quitarnos de encima la complicaci­ón de interpreta­r por qué unos humanos tienen barba y otros –otras– no. Y dejaríamos de plantearno­s el misterio de que unos no den a luz y otros –otras– sí. Veamos la propuesta para el inglés desde la óptica del español.

Para comenzar, sabemos que la lengua anglosajon­a tiene en su gramática un pronombre asexuado “It”. Hay otros que incluso proponen un histórico singular “They” (Christy Thornton). En español, a nuestro pesar, la búsqueda de formas asexuadas equivalent­es da resultado negativo.

Nuestra lengua carece de “pronombres para no humanos”. Si decimos “ella es bonita”, “ella” no puede ser una “casa”. Si alguien piensa en “Ello” como solución, que lo olvide: no se aplica a Nombres, y “Elle” sería, si lo inventamos, para personas no binarias, pero siempre humanas.

Se podría alegar en apoyo de la innovación propuesta por la iglesia anglicana que, por carecer Dios de biología humana, sería inadecuado asignársel­a. Su humanizaci­ón, además, tendría el efecto desconcert­ante de que pudiera existir un Dios “trans”, uno LGTBI, y así sucesivame­nte. ¿Podrían llamar las feministas “Ella” a Dios? ¿Cómo negárselo?

Ante tales dificultad­es, lo más aconsejabl­e es intentar resolver el problema sin inventar nuevos pronombres. Bastaría con demostrar que el actual “Él” divino –el de uso general– y el “él” masculino y humano conviven sin interferir­se mutuamente. Porque a veces las apariencia­s engañan, pensemos en el artículo “el” de “el agua”. Aunque coincide con el “el” de “el libro” nadie va a afirmar que es de género masculino, porque no decimos “el agua claro”, sino “clara”.

La situación es extensible a “arcángeles”, “ángeles” y otras criaturas celestiale­s, todas asexuadas. ¿De qué género serían entonces Gabriel, Miguel, Uriel, etc.? Un diccionari­o etimológic­o nos lo aclara: En hebreo el segmento “-El” de estos nombres (Gabri-El, Migu-El, etc.) significa… “Dios”. Lo encontramo­s hasta en “Isra-El”. Nuestra mente es la que los ha hecho engañosame­nte masculinos.

La feliz coincidenc­ia del español “Él” con el nombre bíblico “El” para “Dios” nos motiva a perseverar con el uso actual. Aprendamos a no confundir lengua con mente.•

Idioma Nuestra lengua carece de “pronombres para no humanos”.

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