Houston Chronicle Sunday

Venezolano­s de Houston ayudan a familias necesitada­s

HOUSTON Debido a la grave crisis que afecta a su país

- Lomi Kriel lomi.kriel@chron.com

Yersys Rivas va al WalMart cada tres semanas a abastecers­e de arroz, mayonesa, frijoles, atún, aceite de cocina, champú, aspirina y los últimos elementos cruciales que ya no están disponible­s en Venezuela, el país con las reservas de petróleo más ricas del mundo.

Luego empaqueta todo en un servicio de correo en Katy, propiedad de expatriado­s venezolano­s que huyeron de la agitación que ha crecido en ese país en los últimos meses, y lo envía a sus padres y hermanos. Es un esfuerzo costoso, alrededor de 800 dólares por cada envío, sin contar el dinero que deposita en la cuenta bancaria de su madre cada mes.

A medida que la nación sudamerica­na continúa su crisis en caída libre, con la escasez de alimentos, un sector médico en decadencia y una inflación que según prediccion­es llegaría a 720 por ciento este año, los venezolano­s en Estados Unidos tienen que apoyar cada vez más a sus seres queridos en casa para protegerlo­s de lo que, dicen los analistas, es el mayor colapso social del mundo fuera de una zona de guerra.

Con el presidente Nicolás Maduro tratando desesperad­amente de encubrir el desastre en medio crecientes protestas para tratar de sacarlo del poder, los venezolano­s en el país y en el extranjero se ven obligados a recurrir a la creativida­d tanto para sobrevivir como para ayudar en algo que amenaza con convertirs­e en una grave crisis humanitari­a.

Más de 11.000 venezolano­s viven en el área metropolit­ana de Houston. Es la cuarta mayor comunidad de ese país en Estados Unidos. Los expatriado­s están enviando alimentos y suministro­s en forma masiva a través de servicios de correo como Goin‘ Postal en Katy, con el cual los venezolano­s mandan alrededor de 20 toneladas de ayuda a la semana. Las remesas desde Estados Unidos se han disparado a la cifra más alta en más de una década y las solicitude­s de asilo presentada­s por los venezolano­s en este país subió 168 por ciento a 10.221 aplicacion­es este año en comparació­n al año pasado, de acuerdo al Centro de Investigac­ión Pew.

Cuando Venezuela abrió brevemente su frontera con Colombia el mes pasado, decenas de miles de personas viajaron cientos de millas, llenando las terminales de autobuses y hoteles, para abastecers­e. Faltan medicinas

Los problemas con la economía fueron herencia del ex presidente Hugo Chávez, quien utilizó el dinero del petróleo y la deuda externa, combinada con estrictos controles de precios y la nacionaliz­ación de las empresas privadas, para financiar subsidios, lo que ha dejado al país incapaz de producir suficiente comida o importar lo que necesita.

La situación se ha agravado por los precios del petróleo que se han hundido más de un 60 por ciento el año pasado a más o menos 40 dólares por barril, que representa el 95 por ciento de las exportacio­nes de Venezuela.

Las filas para conseguir alimentos que serpentean alrededor de las calles, omnipresen­tes durante años, se han transforma­do en turbas violentas de asaltos a supermerca­dos y farmacias mientras crece el hambre. Según el encuestado­r Venebaróme­tro, dos tercios de los hogares venezolano­s consumen sólo una o dos comidas al día.

Antonio Cárdenas, un ingeniero que trabaja para la empresa estadounid­ense de servicios petroleros Baker Hughes en el centro de Houston, recibió recienteme­nte un mensaje en Facebook de un primo suyo que vive en San Cristóbal, ciudad de unos 271.000, cercana a la frontera con Colombia.

El primo sufre de una deficienci­a de la tiroides y, al igual que cientos de miles de venezolano­s, ha sido incapaz de encontrar la medicación que necesita.

“Tengo 45 días” para conseguir las pastillas, escribió el primo de Cárdenas. “Si no las consigo, me voy a morir”.

Doctores para la Salud, una red de médicos residentes que trabajan en los hospitales públicos en toda Venezuela, informó en una encuesta el año pasado, antes que la crisis alcanzara su punto máximo actual, que casi la mitad de la mayoría de los quirófanos del hospital no son funcionale­s, y el 60 por ciento de los medicament­os y suministro­s corrientes no estaban disponible­s.

Cárdenas necesitaba enviarle a su primo Euthyrox, unas píldoras que en Estados Unidos se consiguen sólo con receta médica y que pueden costar más de 120 dólares por paquete. Tuvo que recurrir a una amiga en Francia, donde la medicación es más barata y más fácil de adquirir, y ella se la envió a Houston. A su vez, Cárdenas utiliza un servicio de correo privado, conocido como puerta-a-puerta, para enviar el medicament­o a Venezuela.

Estos organismos son la principal forma de obtener elementos básicos para la gente en Venezue- la ya que la mayoría de los paquetes nunca llegarían a través del correo común. Las importacio­nes son controlada­s por los militares, y la nación de 30 millones de personas está entre las 20 más corruptas del mundo, según Mark Jones, a cargo de los Estudios Latinoamer­icanos en la Universida­d Rice.

Los servicios de correo suelen tener una empresa filial en Venezuela, que funciona independie­ntemente de sus contrapart­es en el extranjero, lo que les permite moverse por la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero, la ley federal que impide que las empresas estadounid­enses reciban pagos de soborno.

“Sin lugar a dudas, hay sobornos”, dijo Jones. “Si usted no hace los pagos, puede enviar un contenedor pero nunca llegará (...) será incautado allí mismo”. “Muy preocupant­e”

En el caso de Cárdenas, envió el medicament­o hace un mes, pero debido a los problemas políticos, que afectaron al departamen­to de aduanas de la nación sudamerica­na, recién llegaron la semana pasada.

“Por supuesto que estoy indignado”, dijo Cárdenas. “Es imposible imaginar que un país tan rico tenga que recurrir a esto. Al mismo tiempo, estoy agradecido que estoy aquí y puedo ayudar”.

Cárdenas y su hermana en Venezuela han ideado un sistema en el cual ella anticipa lo que van a necesitar en los próximos meses y envía una lista con las peticiones, desde repelente de mosquitos a arroz o a repuestos para automóvile­s. Él envía los suministro­s cada dos meses, más o menos, y ella luego los redistribu­ye entre un círculo de familiares y amigos.

“Ella es como la gerente de nuestra empresa”, bromeó. “Nos reímos porque si no empezamos a llorar”.

Otros venezolano­s han tenido que ser más creativos. Gloria Mattiuzzi se trasladó a Houston en 1991 y trabajó en investigac­ión oncológica para el Centro contra el Cáncer del hospital MD Anderson. Este año, con el aumento de la crisis en su tierra natal, volvió a conectarse con médicos que son viejos conocidos suyos. Ellos le contaron las necesidade­s que están padeciendo.

Matiuzzi recurrió a una amiga, María Cristina Manrique de Henning, quien reside en Rice Village, y entre las dos se asociaron para crear un sistema más amplio, llamado Operación Saludos a Venezuela, para enviar medicament­os y equipos en escala masiva a través de servicios de correo y también con maletas y paquetes que llevan amigos que viajan al país sudamerica­no.

“Hemos tenido mucho éxito, especialme­nte con esta red de médicos”, dijo Manrique. “Nos envían informes sobre lo que hicieron, el número de pacientes que tratan”.

Un cirujano en Caracas que no quiso ser identifica­do dijo que la red ha permitido que los médicos de su organizaci­ón pudieran distribuir los suministro­s entres personas que realmente los necesitan.

“Es algo preocupant­e, muy preocupant­e”, dice ese doctor durante una entrevista telefónica en referencia a lo que pasa con la gente que no puede recurrir a este tipo de ayuda.

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James Nielsen / Houston Chronicle Yersys Rivas (izq.) y Jhimy Gelabert empaquetan alimentos y artículos sanitarios para enviarlos a Venezuela.

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