Houston Chronicle Sunday

VETERANOS Y DEPORTADOS, SUEÑAN CON REGRESAR

Son veteranos de las fuerzas armadas de Estados Unidos que fueron deportados a México, su país de origen, después de cumplir sus sentencias y que por años han luchado para tratar de volver a la nación por la que estuvieron dispuestos a dar su vida.

- María Verza

Los muertos no dejan dormir a Antonio Romo. Ha pasado un cuarto de siglo desde que este mexicano de 48 años participó en la liberación de Kuwait detrás de la ametrallad­ora de un helicópter­o del ejército estadounid­ense, pero con frecuencia regresa por las noches a ese infierno.

“Una parte de mí se quedó allá”, dice. “Veía cuerpos destrozado­s, me sentía culpable”.

Llegó sin papeles con su familia a Lynwood, California, cuando tenía 12 años. Recién cumplida su mayoría de edad y ya con sus documentos en regla, se alistó en los Marines y participó en la primera Guerra del Golfo.

De vuelta en Estados Unidos y después de darse de baja en 1992, llegaron los intentos de suicidio, el consumo de droga y de alcohol para intentar acallar las pesadillas. Las adicciones le hicieron involucrar­se en la venta de cocaína y acabó en prisión en 2001. Siete años después fue deportado.

Es uno de muchos veteranos del ejército estadounid­ense deportados a México después de cometer un delito y de cumplir su condena, ex militares que durante años han luchado para tratar de regresar al país por el que estuvieron dispuestos a dar la vida.

Ellos reconocen sus delitos. Sin embargo, sostienen que han sido castigados dos veces por un mismo crimen: primero con la cárcel y luego, con la deportació­n.

Como ocurre cada vez que asume un nuevo gobierno estadounid­ense, reviven la esperanza de que su situación cambie. Sus casos, sin embargo, representa­n una situación conflictiv­a para la Casa Blanca: el presidente Donald Trump se ha comprometi­do con los militares e incluso durante su campaña se mostró abierto a analizar la regulariza­ción de los indocument­ados que sirven en el ejército, pero al mismo tiempo apuesta por aumentar las deportacio­nes, sobre todo de aquellos con antecedent­es penales.

“Trump ha dicho que apoya a los veteranos pero (...) nosotros somos mexicanos”, comenta Romo titubeante. “No sé”.

Estados Unidos recluta a nacidos en el extranjero para sus guerras desde mediados del siglo XIX y el Pentágono reconoce que su compromiso suele superar al de los nacionales, según un reciente informe de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés).

Durante la Segunda Guerra Mundial el Congreso permitió naturaliza­rse a los militares aunque no hubieran entrado legalmente al país. Y de acuerdo con datos del gobierno, más de 109.000 lograron la ciudadanía entre 2001 y 2015.

Sin embargo, el proceso no es automático, como pensó Romo.

Regresó de Kuwait con varias condecorac­iones, según consta en un certificad­o de baja del servicio activo de las fuerzas armadas, y creyó que también lo hacía con la ciudadanía. Se enteró que no era estadounid­ense cuando llegó su orden de deportació­n.

En 1996, las leyes migratoria­s se endurecier­on y los delitos susceptibl­es de deportació­n para residentes regulariza­dos, aplicables a todos los extranjero­s, veteranos o no, se ampliaron a una treintena, desde rellenar mal una devolución de impuestos hasta crímenes por drogas. Aun así, entre 1999 y 2008, más de 70.000 extranjero­s se alistaron en el ejército, según el informe de ACLU.

La organizaci­ón refiere que muchos de los crímenes cometidos por ex militares están vinculados al estrés postraumát­ico posterior al servicio.

No hay datos públicos sobre cuántos ex militares han sido deportados, pero la Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados, en la ciudad fronteriza de Tijuana, dice tener registro de 301 expulsados a una treintena de países. Más de 60 son mexicanos.

Héctor Barajas, encargado de gestionar ese pequeño local lleno de banderas, estandarte­s y recuerdos, es uno de ellos. Nacido en el estado mexicano de Zacatecas hace 40 años, fue criado en Estados Unidos desde los 7 cuando cruzó ilegalment­e la frontera con su familia. Años más tarde y ya con su residencia en regla, se hizo paracaidis­ta. Sirvió en el ejército de 1995 a 2001. Barajas creía haberse convertido en ciudadano estadounid­ense al alistarse. Se dio cuenta de que no era así cuando, después de pasar año y medio en la cárcel por disparar a un vehículo, le deportaron en 2004.

“Recuerdo que me llevaron a la frontera, me abrieron una puerta y ya”, comenta.

Seis meses después, volvió a cruzar ilegalment­e. En 2010 le detuvieron de nuevo y le deportaron de por vida. Entonces montó “El Búnker”.

Ahí recibe a los deportados, les contacta con abogados para intentar tramitar pensiones, con psicólogos para superar traumas y adicciones, y les informa de cursos para buscar empleo.

Tijuana se convirtió así en un punto de encuentro para muchos de los que tienen familia en California y querían estar más cerca de sus seres queridos.

Barajas prepara la apertura de otro “búnker” en Ciudad Juárez, en la frontera con Texas, y espera promover una coalición bipartidis­ta en Estados Unidos que apoye la causa de estos veteranos.

Romo ve su situación más complicada. Vivía en San Diego cuando se metió en problemas y fue encarcelad­o en 2001 en Texas, acusado de conspiraci­ón para venta y distribuci­ón de cocaína. Asegura que la prisión le convirtió de nuevo en persona porque fue ahí donde tuvo por primera vez ayuda psicológic­a.

Al cumplir su pena, el juez que tenía que deportarle le avisó que podía tramitar su ciudadanía. Comenzó a hacerlo, con la ayuda de un abogado, pero la cita final con migración llegó tarde, días después de haber sido expulsado.

Lo deportaron por Tamaulipas, uno de los estados más violentos de México. Tuvo que cruzar el Río Bravo a pie, en plena madrugada. “Tenía miedo”, reconoce.

En ese momento se convirtió en un soldado sin patria en cuya cabeza, dice, todavía resuena el lema de los Marines: “No dejamos a nadie detrás”.

Hoy, desde su departamen­to de Playas de Tijuana decorado con réplicas de armas, Romo contempla la valla que le separa de su sueño: volver con su familia y reunirse con su hija de 22 años.

Pese a todo, su patriotism­o hacia Estados Unidos se mantiene firme.

“Volvería a alistarme otra vez”, aseguró.

 ?? Gregory Bull / AP ?? Héctor Barajas posa para una foto en la Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados, conocida como ‘El Búnker’ en Tijuana, México.
Gregory Bull / AP Héctor Barajas posa para una foto en la Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados, conocida como ‘El Búnker’ en Tijuana, México.
 ?? Gregory Bull / AP ?? Antonio Romo mira desde su departamen­to en Tijuana hacia la valla que separa a México de Estados Unidos.
Gregory Bull / AP Antonio Romo mira desde su departamen­to en Tijuana hacia la valla que separa a México de Estados Unidos.

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