Houston Chronicle Sunday

DA EJEMPLO DE DIVERSIDAD

Las clases de inglés para adultos, ejemplo de la diversidad

- monica.rohr@chron.com Monica Rhor

Una clase con 10 de los más de 700 inmigrante­s que asisten a las aulas cada semana en un centro comunitari­o de Sugar Land para mejorar su inglés sirve de microcosmo­s de la vida en un condado considerad­o por muchos como el más diverso de la nación, en una zona donde uno de cada cuatro residentes es de origen extranjero.

El señor Vito, como lo llaman sus estudiante­s, comenzó la clase con sus preguntas habituales: “¿Qué quieren saber? ¿Qué les gustaría leer?”

El instructor de inglés como segundo idioma, cuyo nombre completo es Vito Susca, se sentó a la cabeza de una mesa de conferenci­as rodeado de libros y diccionari­os.

Sus estudiante­s adultos en el Consejo de Alfabetiza­ción del Condado de Fort Bend pueden buscar una palabra en segundos en sus teléfonos, pero Susca, de 86 años, es de la vieja escuela y cuando alguien tiene algún problema con el vocabulari­o pasa uno de los libros alrededor de la mesa.

Sus alumnos van de Renee Kang, oriunda de Hong Kong, a Erika Arroyo, una madre primeriza de Brasil. De Jean Cuyollaa, un jubilado de Francia, a Morvarid Rad, un iraní de voz suave.

Vito es un ingeniero jubilado, veterano de la Guerra de Corea, aficionado a la historia, dos veces viudo e hijo de un padre inmigrante italiano y madre polaco-estadounid­ense que tuvieron que aprender inglés como adultos.

En su 17mo año como profesor voluntario, conduce las clases como un seminario sobre cultura americana, analizando eventos actuales y haciendo bromas de historieta­s. Recuerda su experienci­a de vida y relata la historia de Estados Unidos. Saltan de la sintaxis y el vocabulari­o a los disturbios de Haymarket Square y del ‘Sendero de las Lágrimas’, de la gramática y los idiomas a las seis banderas de Texas y al significad­o de Juneteenth.

Susca motiva, corrige los errores con suavidad y alienta a los más tímidos para hablar, creando un espacio acogedor para los inmigrante­s que no sólo deben aprender un nuevo idioma sino también navegar por un nuevo estilo de vida. Al igual que sus padres e innumerabl­es oleadas de inmigrante­s antes que ellos.

“¿Qué les gustaría leer?”, preguntó mientras los estudiante­s repasaban artículos y notas de opinión cortadas de periódicos. Uno se refería al lenguaje de género en la ficción; otro a la universali­dad de sentirse extranjero. Un tercero, titulado ‘The Immigratio­n Dodge’, era un artículo de opinión del Wall Street Journal que aboga por reducir el número de inmigrante­s en Estados Unidos. Empezaron con eso. “¿Qué harían con personas que han estado aquí por mucho tiempo pero son ilegales, no ciudadanos?”, preguntó Susca, haciendo eco a los planes del presidente Trump.

Kang comenzó a leer: “Todas las partes tienen que ser más claras sobre lo que la política de inmigració­n está destinada a lograr”. Su lengua se enredó en la última palabra.

“Lograr”, repitió Susca. “Deportando a estas personas a sus países, ¿qué harán por nosotros?”. Hizo una pausa. “Es una experienci­a dolorosa para la gente que quiere quedarse aquí, que quiere libertad porque ésta es, por supuesto, es la tierra de la oportunida­d”, reflexionó. “Lo que quieras hacer, si eres trabajador, lo puedes lograr. Aquí puedes tener una vida muy buena”.

“Es el sueño americano”, dijo Kang.

“Sí, el sueño americano”, asintió Susca. “Eso es lo que siempre decimos”.

Eso es lo que atrajo a Moryel Román y a su familia desde Venezuela hace tres años. Su esposo, que trabaja para Energizer, recibió un oferta para transferir­se. La situación política en su país era caótica y Estados Unidos parecía un lugar más seguro para sus hijos.

Román, de 36 años, llegó sabiendo algo de gramática de sus clases de inglés en la escuela secundaria. Ahora puede comunicars­e más fácilmente, pero sigue siendo tímida por su acento.

En las clases, eso no es un problema. Afuera, puede ser.

“A veces, cuando tratas de entender lo que están diciendo y preguntas si pueden repetirlo, la gente no es muy amable con uno”, dijo Román, quien asiste a las clases de ESL desde enero.

Román intenta tomar eso con calma. El problema, dice, es de la otra persona, no de ella.

Tras una hora de clase, Soraya Blanco entró en la sala, se disculpó y saludó al señor Vito.

La inmigrante venezolana se había apresurado para llegar desde su trabajo como despachado­ra de Greensheet. Como ex azafata, Blanco dejó su país para escapar de la agitación política y para reunirse con su hijo mayor, que ha estado viviendo en Estados Unidos por 13 años.

Al principio, dijo, se sentía cobijada y protegida. Eso cambió con las elecciones presidenci­ales de noviembre pasado.

Ahora, Blanco siente que los inmigrante­s, estén aquí legalmente o no, ya no son recibidos con los brazos abiertos. Siente una nueva animosidad en las interaccio­nes de rutina. Eso la asusta y la entristece.

“Si estamos haciendo todo lo que se supone, esperamos vivir en paz y seguridad”, dijo.

Blanco siguió con la lectura: “los habitantes de diversas comunidade­s tienden a retirarse de la vida colectiva, a desconfiar de sus vecinos”.

Susca, simplement­e, no estaba de acuerdo.

 ?? Steve Gonzales / Houston Chronicle ?? Vito Susca, de 86 años, se divierte con alumnas inmigrante­s de su clase de inglés el 19 de junio de 2017 en Sugar Land, al sudoeste de Houston.
Steve Gonzales / Houston Chronicle Vito Susca, de 86 años, se divierte con alumnas inmigrante­s de su clase de inglés el 19 de junio de 2017 en Sugar Land, al sudoeste de Houston.
 ?? Steve Gonzales / Houston Chronicle ?? Renee Kang, oriunda de Hong Kong, subraya un artículo durante una de las clases de ESL que brinda Vito Susca en el Fort Bend Literacy Council de Sugar Land.
Steve Gonzales / Houston Chronicle Renee Kang, oriunda de Hong Kong, subraya un artículo durante una de las clases de ESL que brinda Vito Susca en el Fort Bend Literacy Council de Sugar Land.

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