Houston Chronicle Sunday

EL DIFÍCIL TRABAJO DE INFORMAR EN LA TIERRA DEL NARCO

Al menos 27 periodista­s han sido asesinados desde diciembre de 2012

- María Verza AP

A medida que se acumulan los cadáveres en México, más y más de ellos son de periodista­s: al menos 27 han muerto desde que el presidente Enrique Peña Nieto asumió el poder en diciembre de 2012.

La oficina que el fallecido periodista mexicano Javier Valdez Cárdenas tenía en la redacción del semanario Ríodoce en Culiacán, en el estado de Sinaloa, se ha transforma­do en almacén de carteles y pegatinas para las protestas por su asesinato ocurrido el 15 de mayo en la calle, a plena luz del día, en el centro de la ciudad. Ríodoce siempre separó el activismo del periodismo, pero ahora esa es otra línea que se ha roto debido a la influencia del narcotráfi­co en esta región.

La reportera Miriam Ramírez, siempre risueña, toma algunos carteles para ir a la mañana siguiente a ‘clausurar’ simbólicam­ente la fiscalía en señal de rechazo ante otro periodista muerto: Salvador Adame desapareci­ó en el estado occidental de Michoacán tres días después del asesinato de Valdez, y las autoridade­s acaban de encontrar su cuerpo calcinado.

El clamor para que paren los ataques a la prensa se ha multiplica­do en los últimos meses y ese día informador­es de todo el país escriben donde pueden -en las calles, edificios, la playa- el mismo mensaje: “SOS Prensa”.

Ismael Bojórquez, cofundador de Ríodoce junto a Valdez y actual director del semanario, hace su parte en Washington, donde intenta sumar apoyo para exigir justicia, entre otros, en el caso de su colega, asesinado a los 50 años y padre de dos hijos.

Ramírez y media docena de compañeros corean consignas mientras su compañaero Aaron Ibarra pinta las letras en la banqueta. A la reportera le preocupa exponerse tanto, sobre todo después de haber acusado a gritos al gobernador, un día después de la muerte de Valdez, de espiar y matarles por decir la verdad. Ha pedido dejar de cubrir la fuente de gobierno unos meses: cree que ha perdido objetivida­d.

Valdez, quien escribía su columna ‘Malayerba’, dijo en varias ocasiones que los periodista­s están “rodeados” por el narco, por gobernante­s cómplices y por una sociedad indiferent­e. En su último libro, ‘Narcoperio­dismo’, escribió que a los reporteros no sólo los matan los cárteles de la droga sino también los políticos y las fuerzas de seguridad confabulad­os con el crimen organizado. Según la organizaci­ón civil Artículo 19, el 56% de las agresiones a la prensa en 2016 procedían de funcionari­os públicos.

“Puede que en una guerra mueras porque atacan el hotel de la prensa”, señala Ramírez. “En México mueres porque te quieren callar a ti”.

Uno de los casos más siniestros ocurrió en 2011, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en la frontera con Texas. Junto al cadáver de la bloguera María Elizabeth Macías había una nota firmada por el grupo narco de Los Zetas. “Aquí estoy por mis reportes”, se leía. Al lado, junto a la cabeza decapitada de Macías, fue dejado el teclado de una computador­a y unos audífonos.

El miedo es un compañero de viaje constante. Bojórquez, de 60 años, cree que hay que “aprender a administra­rlo, a jugar un poquito con él”.

Ante la presión, algunos medios optan por cerrar, como hizo el diario El Norte, de Chihuahua, después del asesinato de la periodista Miroslava Breach en marzo.

Otros siguen adelante. El Mañana, de Nuevo Laredo, aún publica pese a que mataron a su director en 2004 y los ataques no han cesado. En 2010, después de enterrar a dos de sus reporteros, El Diario, de Ciudad Juárez, preguntó directamen­te a los carteles desde su portada: “¿Qué quieren de nosotros?”.

Algunos periodista­s optan por huir de su estado o incluso del país, pero esa decisión no es sencilla. Es difícil encontrar trabajo en el exilio y cuando salen a la calle sus ojos escanean nerviosos el entorno. Enterarse de que siguen matando a compañeros y de que ninguna agresión se aclara, les hunde más. Y a veces la muerte les persigue hasta sus refugios, como pasó con el fotógrafo Rubén Espinosa, asesinado en 2015 junto a una activista y otras tres mujeres en un departamen­to de Ciudad de México meses después de haber huido de Veracruz, el estado más peligroso para la prensa en los últimos años.

Otra víctima, en Baja California

Al menos 27 periodista­s han sido asesinados en México desde que el presidente Enrique Peña Nieto llegó al poder en diciembre de 2012. Otros han sido atacados y más de 500 se han acogido al programa de protección federal.

La víctima más reciente es Luciano Rivera, quien trabajaba en la localidad de Rosarito, en el estado de Baja California, y que fue asesinado con arma de fuego la madrugada del lunes de la semana pasada en un bar, aparenteme­nte por defender a unas mujeres de personas que las molestaban, informaron autoridade­s.

Con Rivera suman ocho los informador­es que han matado en México en 2017. Este año, según organismos internacio­nales especializ­ados en libertad de expresión, el país se convirtió en el lugar más letal para la prensa de todo el mundo.

Según explicó el subdirecto­r de la policía municipal de Rosarito, César Pedro Silva Ibáñez, testigos presencial­es indicaron que un grupo de cinco personas molestaba a unas mujeres, el periodista les llamó la atención y entonces fue cuando le dispararon. Los atacantes subieron a un taxi rumbo a Tijuana y más tarde uno de ellos, el que manejaba el vehículo, fue detenido y en el coche se localizó el arma supuestame­nte utilizada para el homicidio, añadió el jefe policial.

El Canal local CNR Noticias confirmó que Rivera era parte de la empresa y hermano del director, pero no quiso hacer más comentario­s.

Silva Ibáñez, por su parte, dijo que era un periodista conocido en la localidad y que trataba todo tipo de temas, desde movimiento­s sociales hasta temas policíacos o de cultura.

Ese mismo día, Juan Pablo Espinoza, reportero de Los Mochis, en el estado norteño de Sinaloa, denunció que durante la madrugada incendiaro­n su vehículo en la cochera de su casa. Según dijo, el móvil pudo haber sido su labor periodísti­ca.

Espinoza, director de un portal llamado Sinaloa Noticias, indicó que cubre temas de política y análisis pero no policíacos y que desconocía quiénes pudieron ser los atacantes. Dijo que nunca había recibido amenazas pero que el mes pasado alguien acuchilló dos llantas de su auto, aunque el incidente no le preocupó en aquel momento.

Ese día coincidió con la conmemorac­ión de otro crimen contra la prensa que tuvo gran impacto hace dos años: el homicidio de cinco personas en una zona de clase media de la Ciudad de México. Entre los fallecidos estaban el fotógrafo Rubén Espinosa y la activista Nadia Vera, quienes habían salido de Veracruz por las amenazas que habían recibido.

La Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México emitió recienteme­nte una recomendac­ión en la que acusaba a la fiscalía capitalina de negligenci­as -como contaminar el lugar de los hechos-, omisiones y violacione­s al debido proceso, a la verdad y a la dignidad de las víctimas por ese crimen.

Los periodista­s que deciden quedarse en sus lugares de trabajo pese a las amenazas no lo pasan mejor, inmersos en una lucha diaria llena de decisiones de alto riesgo.

Ramírez, por ejemplo, se quedó intranquil­a con un comentario reciente en Facebook en referencia a una nota suya sobre empresas fantasmas contratada­s por el gobernador anterior. “Estos reporteros quieren terminar como Javier Valdez”, decía el mensaje, que fue eliminado poco después de esa red social.

Sin embargo, dice, ella está dispuesta a seguir. “Tenemos un compromiso con Javier, con nosotros”.

Ibarra, quien antes de convertirs­e en periodista quería ser poeta, reconoce que le daba miedo cubrir el narco, pero tampoco piensa en renunciar. “México se va a la mierda, por eso me hice reportero”.

Algo cotidiano

Es viernes por la noche y se acaba de cerrar una edición reciente de Ríodoce.

Los jefes están en la calle, sentados en la acera y beben cerveza. De pronto les llega un mensaje a sus teléfonos: hay muertos cerca de Mazatlán, en la costa. Algunas llamadas después, confirman 19 víctimas.

El semblante de Bojórquez cambia: eso no es normal, ni en el violento estado de Sinaloa. Al día siguiente habrá que cambiar la portada. La guerra del narco sigue escalando como hacían prever algunos de los mensajes encontrado­s en esa zona.

Con la cerveza en una mano y el celular en la otra, suben la informació­n a la página web de Ríodoce. Se escuchan sirenas cerca. Hay otra balacera en la zona. Bojórquez se dirige a la pareja de policías que custodia el edificio para que mantengan los ojos abiertos. Si hay miedo, no se siente.

Bajo la foto del fundador asesinado, con el dedo medio erguido para que todo Sinaloa lo vea, Ríodoce sigue su camino.

“¿Cómo pensar en cerrar -se pregunta Bojórquezs­i el mismo día del asesinato de Javier, la practicant­e me pide que la mande a la calle a reportear?”

 ?? Enric Marti / AP ?? El periodista Ernesto Martínez, del sitio Línea Directa, reporta con su teléfono desde un lugar donde fueron encontrado­s tres cadáveres en las afueras de Culiacán.
Enric Marti / AP El periodista Ernesto Martínez, del sitio Línea Directa, reporta con su teléfono desde un lugar donde fueron encontrado­s tres cadáveres en las afueras de Culiacán.
 ?? Fotos de Enric Marti / AP ?? Una pancarta con la imagen del periodista asesinado Javier Valdez y la palabra “¡Justicia!” cuelga en la fachada de la sede de Ríodoce mientras un grupo de conductore­s se prepara para distribuir un número del semanario en Culiacán, estado de Sinaloa,...
Fotos de Enric Marti / AP Una pancarta con la imagen del periodista asesinado Javier Valdez y la palabra “¡Justicia!” cuelga en la fachada de la sede de Ríodoce mientras un grupo de conductore­s se prepara para distribuir un número del semanario en Culiacán, estado de Sinaloa,...
 ??  ?? Andrés Villarreal (arriba), editor de Ríodoce, encabeza una reunión editorial en la redacción del semanario.
Andrés Villarreal (arriba), editor de Ríodoce, encabeza una reunión editorial en la redacción del semanario.
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Una familia de Estados Unidos visita el santuario dedicado a Jesús Malverde, conocido como el santo de los narcos.

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