Houston Chronicle Sunday

DOLOR EN LUFKIN POR TRAGEDIA DE RESCATISTA­S

Un ‘dreamer’ falleció junto a un amigo al tratar de salvar vidas

- Susan Carroll y Lomi Kriel

Alonso Guillén navegó una lancha pequeña en seis pies de agua en dirección a un complejo de apartament­os inundado frente a la autopista Interestat­al 45 cerca del desbordado Cypress Creek.

Era la primera vez que estaba al comando de esa lancha de fondo plano, diseñada para caza y pesca. Él y sus amigos Luis Ortega y Tomás Carreón Jr. la habían pedido prestada antes de dejar Lufkin, ciudad del este de Texas a unos 120 kilómetros de Houston.

Estaban respondien­do a pedidos de ayuda en la aplicación Zello que habían descargado en sus teléfonos mientras asistían al rescate por los efectos del huracán Harvey.

Luis, de 22 años, transmitió en vivo por Facebook: “estamos aquí en el área de Cypress, por si necesitan ayuda”.

Llegaron a los apartament­os, pero nadie quería irse. El trío entonces se dirigió hacia otra embarcació­n con voluntario­s de Georgia que se movía por una calle inundada. Necesitaba­n cruzar el riachuelo para regresar a sus camiones. El agua se había elevado tanto que sólo había un espacio de tres pulgadas entre el puente cercano y la superficie. La lancha más grande ocupada por Joey Leonard y el grupo de Georgia fue primero. El de Lufkin aún luchaba contra la corriente.

“¡Acelera!”, le gritó Tomás a

Alonso.

La corriente los empujó desde un costado, golpearon contra el puente y la lancha se volteó. Cayeron al agua turbia, con una fuerte corriente.

Harvey azotó Houston el 26 de agosto y desencaden­ó uno de los peores desastres naturales en la historia de Estados Unidos, por el que murieron más de 70 personas en Texas. Con los primeros socorrista­s abrumados, gente de todas partes acudió al rescate en la cuarta ciudad más grande del país.

Entre ellos, en la lancha accidentad­a, había tres amigos: Luis, estadounid­ense; Tomás, un inmigrante mexicano casado con una ciudadana estadounid­ense; y Alonso, uno de los llamados ‘dreamers’ que recibieron un permiso temporal especial como jóvenes inmigrante­s traídos al país en su infancia. Los tres se perdieron en Cypress Creek. Mal presentimi­ento

Dos días después de la tormenta, Luis se sentía impotente e inquieto. Su madre estaba en el sudoes- te de Houston. Su novia estaba en su apartament­o en Spring.

Luis y Alonso, popular DJ en una discoteca que es propiedad del padre de Luis, sumaron a Tomás, de 25 años y padre de tres hijos. Consiguier­on una lancha de un amigo y bajaron al área de Houston para tratar de ayudar.

Luis no se lo contó a su papá. Se escapó, sabiendo que desaprobar­ía su idea.

Pero Alonso, de 31 años, fue a ver a su padre, Jesús.

“No vayas”, le pidió a su hijo. “Podrías hacer más desde aquí ayudando a la gente en la radio, recogiendo donaciones”. Le dijo que dejara las tareas de rescate a profesiona­les.

Luego el padre observó cómo iba vestido su hijo.

“Lleva tu chaleco salvavidas”, le pidió.

Alonso y Tomás crecieron en Piedras Negras, México, pero se conocieron en Lufkin, una ciudad de aproximada­mente 36.000 habitantes. Iban en el mismo autobús a la escuela, salían a los mismos lugares.

“No te vayas”, dijo la esposa de Tomás, Stefany Carreón. “Tengo un mal presentimi­ento”.

Tomás trató de consolar a quien fuera su novia de la escuela secundaria, con quien se casó hace siete años, algo que le permitió solicitar una tarjeta verde de residente en este país.

“No te preocupes”, le respondió. “Va a estar todo bien”.

Antes de que Tomás se fuera, llevó a su casa a un ovejero alemán llamado Max. Durante meses, sus hijos habían estado pidiendo por un perro. Tomás siempre trató de darle todo a sus hijos.

“Este perro los va a ver crecer”, les dijo.

Tras salir de Lufkin, el agua los detuvo a una hora de su camino hacia el sur, en Livingston.

A regañadien­tes, volvieron a casa. Pero a medida que los pedidos de ayuda de Houston se volvieron más desesperad­os, el martes volvieron a salir. Desesperac­ión

El grupo de Georgia observó con horror.

“¡Tenemos que llegar al otro lado del puente”, gritó Leonard, de 34 años y veterano del ejército que estaba a bordo de esa lancha.

Atracaron y Leonard hizo una llamada de radio para pedir ayuda cuando él y sus hombres se apresuraro­n hacia el otro lado de la autopista.

“Los tres chicos hispanos”, gritó. “Golpearon contra el puente justo cuando llegó esa corriente. Dios mío”.

Gritaron en la oscuridad, pero lo único que se podía oír era la furia del agua.

Luis llegó a detenerse y su cabeza golpeó contra el puente. Una y otra vez trató de buscar aire para ser succionado de nuevo. Trató de agarrarse al puente, pero la corriente lo alejó.

En un momento pudo ver a Tomás detrás de él. Luis estaba demasiado cansado para nadar entonces se aferró a un tanque de gasolina que flotaba en el agua. Sabía que sólo lo aguantaría por un rato. Entonces vio un árbol por delante y se arrastró hacia una rama. Escudriñan­do la oscuridad más allá de él, no vio nada más.

“Por favor, Dios”, rezó. “No me quiero morir así”.

El hijo de Ronald Schreiber oyó un débil grito desde el frente de la casa rodante de su familia. Camionero retirado, Schreiber bajó corriendo por los escalones bajo la lluvia y saltó en su ATV. No podía imaginarse de dónde venían los gritos.

Se acercó al arroyo, luego apagó el motor del ATV para ver si podía oír algo. No podía acercarse lo suficiente. Necesitaba un bote.

Luis no sabía cuánto tiempo había estado allí cuando alcanzó a ver la silueta del hombre. “Estoy aquí”, gritó.

La corriente era demasiado fuerte para el pequeño bote de Schreiber.

“Estamos tratando de ayudarte”, le respondió.

Un helicópter­o Blackhawk se cernía sobre su cabeza, y los rescatista­s bajaron una canasta, pero el árbol estaba en el medio.

Schreiber entonces encontró a un subdirecto­r de la oficina del sheriff del condado de Harris con una lancha. Rescataron a Luis y siguieron rastreando el arroyo. “¿Eres el único?”, le preguntaro­n. “No”, respondió. “¿Alguno estaba con salvavidas?”, le volvieron a preguntar. “No”, respondió.

Fueron arriba y abajo unas cinco o seis veces, casi sin poder ver, y no pudieron encontrar a Tomás o a Alonso. Así que llevaron a Luis, que sangraba en la frente, al Hospital Memorial Hermann de Cypress. Ansiosos

El teléfono de Stefany Carreón sonó a las dos de la madrugada del miércoles. El hombre dijo que se llamaba Chris. Era amigo de Tomás, dijo, aunque ella no lo conocía. Había ocurrido un accidente. Estaban buscando a Tomás.

Llamó a los padres de Tomás, pero no los encontró. Despertó a sus tres hijos, los metió en su automóvil y se dirigió a su casa en los bosques al sudeste de Lufkin. Golpeó la puerta.

Mientras tanto, la hermana de Tomás, Claudia Vásquez, tomó el teléfono.

“Por favor, avíseme tan pronto sepa algo más”, le escribió a Chris.

Prometió que lo haría. A las 4:19 de la mañana le envió otro mensaje.

“La búsqueda fue suspendida hasta la mañana. Está demasiado oscuro y es muy difícil pasar. Usted y su familia están en mis oraciones”, le escribió.

Temprano esa mañana también sonó el teléfono celular del hermano mayor de Alonso. Lo llamó su primo para avisarle que Alonso estaba desapareci­do.

Salió de la cama, llamó a su padre y tomó sus llaves. El padre de Alonso llamó a su esposa, que vive a 400 millas de distancia en la ciudad fronteriza mexicana de Piedras Negras, frente a Eagle Pass, Texas. “Vamos a buscar a Alonso”, le dijo.

A las 5 de la mañana, el padre de Tomás estaba agitado. Necesitaba hacer algo para encontrar a su único hijo. Él, su hermano y su yerno manejaron bajo la lluvia, en la oscuridad, hacia Houston.

No sabían exactament­e dónde se había accidentad­o la lancha, pero se dirigieron a la zona que Chris les había descrito y se detuvieron en la oficina de un sheriff cerca de la I-45 y Cypress Creek. Los agentes sabían que había ocurrido un accidente y les dijeron a dónde ir.

Los familiares de Tomás examinaron el arroyo. No pudieron encontrar a nadie para ayudar en la búsqueda. Casi todos los trabajador­es de rescate de la ciudad estaban abrumados. Por un rato, los ayudantes del sheriff apareciero­n, pero luego se marcharon.

Las horas pasaban y las familias sabían que cuanto más esperasen, menos probabilid­ades habrían de encontrarl­os vivos.

Mientras la noticia de los hombres desapareci­dos se extendió el jueves en Lufkin, los voluntario­s convergier­on donde los rescatista­s encontraro­n a Luis, vadeando a través de las aguas.

La familia de Tomás compró un kayak en la tienda Academy y la familia de Alonso se preparó para lanzar un bote.

Luis salió del hospital y llegó con su novia.

“Tengo que encontrar a mis amigos”, dijo.

La familia de Tomás llamó a los hospitales pero no pudo encontrarl­o.

A la 1 p.m. del viernes, los alguaciles del sheriff comunicaro­n por radio que alguien en el puente de la I-45 había visto un cuerpo flotando corriente abajo en el arroyo.

De pie en la orilla, el padre de Tomás vio el cuerpo. “Ese es mi hijo”, dijo.

A las 11 de la mañana del día siguiente, Rubén Guillén, tío de Alonso, se apoyó cansado sobre su bastón junto al arroyo. Había estado yendo arriba y abajo de las orillas unas treinta veces.

“Todo el mundo ama a Alonso”, dijo Rubén. “Adopta perros callejeros de refugios y organiza recaudacio­nes de fondos para pacientes con cáncer”.

“Él era” empezó a decir Rubén y luego se detuvo. “Él es un ‘dreamer’”.

“Molesta un poco lo que la gente dice de ellos”, agregó, “cuando están dando sus vidas por este país”.

Alonso tenía 15 años y su hermano Wilfredo 14 cuando llegaron con visas de turistas de seis meses y se mudaron con su hermano mayor. Aprendiero­n inglés rápidament­e, se hicieron amigos.

Poco después del mediodía del sábado, alguien comenzó a gritar en el lugar donde el padre de Alonso había estado observando durante días.

Entonces el padre de Alonso vio el cuerpo flotando boca abajo y reconoció la chaqueta de camuflaje.

“¡Es mi hijo!”, lamentó.

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Godofredo A. Vásquez / Houston Chronicle Jesús Guillén (izq.), su esposa Rita y su hijo Roberto lloran mientras el féretro con los restos de Alonso recibe sepultura en el cementerio Whitehouse de Lufkin.
 ?? Fotos de Godofredo A. Vásquez / Houston Chronicle ?? Parientes y amigos de Alonso Guillén, con una camisa en su memoria, durante el funeral el sábado en el cementerio Whitehouse.
Fotos de Godofredo A. Vásquez / Houston Chronicle Parientes y amigos de Alonso Guillén, con una camisa en su memoria, durante el funeral el sábado en el cementerio Whitehouse.
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Alonso ‘DJ Ocho’ Guillén, en Lufkin, Texas.

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